UNA ROSA
AMARILLA.
Jorge Luis
Borges.
Ejercicio de
Hernán Cortés Romero
Enseguida voy a subrayar las palabras del ser
y mostrar en una letra cursiva las palabras del hacer.
"Ni aquella tarde ni la otra murió el ilustre
Giambattista Marino, que las
bocas unánimes de la Fama (para usar una imagen que le fue cara) proclamaron el nuevo Homero y el nuevo Dante, pero el
hecho inmóvil y silencioso que entonces ocurrió fue en verdad el último de su
vida. Colmado de años y de gloria, el hombre se moría en un vasto lecho español de
columnas labradas. Nada cuesta imaginar a unos pasos
un sereno balcón que mira al poniente y, más abajo, mármoles y laureles y un jardín que duplica sus
graderías en un agua rectangular. Una
mujer ha puesto en una copa una rosa amarilla; el hombre murmura los versos inevitables que a él
mismo, para hablar con sinceridad, ya lo hastían un poco:
"Púrpura del jardín, pompa del prado.
Gema de primavera, ojo de abril..."
Entonces ocurrió
la revelación. Marino
vio la rosa como Adán pudo verla en el paraíso y sintió que ella estaba en su
eternidad y no en sus palabras, y que podemos mencionar o aludir, pero no expresar, y que los altos y soberbios volúmenes que formaban en un ángulo
de la sala una penumbra de oro no eran (como su
vanidad soñó) un
espejo del mundo, sino una cosa más agregada al mundo.
Esta iluminación alcanzó
Marino en la víspera de su muerte, y Homero y Dante la alcanzaron también."
La gloria
eterna
Por Hernán Cortés Romero
Aquella rosa amarilla que se puso en el
florero comenzó a deshojarse, languideció, perdió su color, se marchitó… el
ilustre poeta Giambattista Marino vio aquel fenómeno. Su entendimiento se
alumbró: la flor era semejante a su vida. Llegó a la vejez, después de haber
escrito muchos libros, y se dio cuenta que su vida terminaba. Sus fuerzas se disminuían,
no podía sostenerse en pie, su cara se demacraba, sus brazos y piernas ya no tenían
tono muscular, comenzaba su agonía. Aunque recordaba los versos que había escrito
y los murmuraba entre dientes, ya no tenían el poder de levantar su cuerpo, ya
no servían para fortalecer su ánimo.
En la víspera de su
muerte, vio el crepúsculo que resplandecía en su lúgubre habitación, y tuvo una
revelación: Escuchó a un Ángel del Señor que le dijo: “Bienaventurados de aquí en
adelante los muertos que mueren en el Señor. Descansarán de sus trabajos, pero sus obras los siguen.” Aquella
visión reconfortó el espíritu del poeta: podía morir tranquilo, sabiendo que
sus palabras continuarían, aunque él dejara de existir. El desfallecía, pero lograba la ansiada eternidad:
sus palabras permanecerían para las futuras generaciones.
También alcanzaron esta visión Homero, Dante, Sor Juana Inés de la
Cruz, Octavio Paz…
¿Por qué en tu poema citas a Sor Juana y a Octavio Paz?
ResponderEliminarGracias por compartir tus conocimientos y comentarios motivantes
ResponderEliminarHernan, sus textos revelan un conocimento de los evangelios y da seguridad de una vida eterna apos la muerte.La Palabra se hace presente en su cotidiano literario.Mui bien!
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