miércoles, 30 de octubre de 2013

SÉPTIMA PARADA, Graciela Zamora


 El sueño de José

Cuenta la leyenda que hace muchos años vivía en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, un joven llamado Espíritu, sin más gloria que un padre venerable del cual heredó el sobrenombre de Santo. Para diferenciarlo de otros le anteponían el artículo el, como sinónimo de su singularidad.  Así pues, una tarde cuando el sol  extraviaba su luz en los confines del mundo, el Espíritu Santo,  de aliento radiante y tan ligero que parecía volar, divisó  a María —una joven virgen desposada con un hombre llamado José— caminando por las estrechas calles del pueblo. Hermoso y seductor, tales eran otras de las características de Espíritu Santo, con el pretexto de convidarle un panecillo ázimo la abordó y caminaron juntos hasta que llegaron a la casa de ella. Se despidieron y el joven prometió volver.    A María,  por su parte, no le fue indiferente, sobre todo porque su esposo atravesaba una crisis carnal, debido a un extraño mensaje recibido en sueños que le había vaticinado la gloria de la fama eterna si no tocaba a su mujer hasta que quedara encinta por la gracia divina. Tal  locura,  a José, un hombre racional y juicioso le pareció desproporcionada, pero  asimismo  le abrió una puerta desconocida de su vanidad por lo que resolvió contener sus impulsos voluptuosos guardándose en su carpintería y esperar.
Por su parte, María después de dicho encuentro, consiguió entre los mercaderes extranjeros afeites naturales traídos desde Egipto. Enmarcó la línea de sus ojos con kehel e intensificó aún más el rojo de sus labios;   pero en los días que siguieron Espíritu Santo no volvió a acercarse a ella, en cambio sólo se mostró a lo lejos teniendo buen cuidado de que María lo observara.
Ella  intentó acercarse a él con cualquier pretexto, pero sus intentos fallaron.
         Una noche, cuando María se revolvía desnuda en la cama llena de pensamientos placenteros, apareció Espíritu Santo en su ventana.  Sin que hubiese una sola palabra de por medio, el Espíritu Santo fue sobre ella y María, llena de felicidad y gracia fue preñada, haciendo realidad el sueño de José. 

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