Perseo y Medusa
Patricia Suárez
Cuando Perseo encontró a
Medusa en aquel lugar donde habitaban las tres temidas gorgonas, se dio cuenta de que ella no se parecía
en nada a lo que se contaba en la leyenda.
Sus ojos eran
grandes, azules y hechizaban en cada parpadeo. Su cabeza no estaba cubierta de
serpientes sino de largos cabellos alborotados, rojos, ensortijados. Su piel
era tan suave y blanca como el mármol. Su aspecto dejaba petrificado y atónito a
quien la mirara.
Perseo se
habría enamorado de ella de no ser porque Poseidón, receloso, la protegía. De hecho,
había sido él quien corrió el rumor de la fealdad de Medusa para aplacar a la envidiosa
Atenea. Incluso, el Dios había convertido en piedra a todos los hombres que se enamoraron
de su amada.
Cuando Perseo
le dijo a Poseidón que debía llevarse la cabeza de Medusa o revelar la verdad
de lo que había visto, este se negó, pero le propuso construir un cabeza de gorgona
con ayuda de las moiras y otorgarle los poderes que el imaginario colectivo le atribuía
a Medusa. Le prometió también la eternidad, pues lo convertiría en constelación
junto la mujer que él eligiera como esposa. Si a pesar de todo Perseo revelaba
este secreto, la cabeza de la gorgona perdería sus poderes y él quedaría en ridículo
ante todo el mundo.
Perseo aceptó
el trato y se encaminó de regreso
con la cabeza falsa, la cual utilizó en varias ocasiones para defenderse, e
incluso, para lograr su matrimonio con Andrómeda. Al final del camino se la
entregó a Atenea, quien dejó de molestar a la feliz pareja. Medusa y Poseidón
se dedicaron entonces a disfrutar de la vida con sus hijos Pegaso y Crisaor sin
el temor de que algún otro intrépido guerrero se atreviera a acerarse a ellos.
Perseo y Andrómeda ocuparon sus lugares en la bóveda celeste y permanecerán
juntos toda la eternidad.
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