miércoles, 23 de octubre de 2013

Perseo y Medusa (Séptima parada)


Perseo y Medusa
Patricia Suárez

Cuando Perseo encontró a Medusa en aquel lugar donde habitaban las tres temidas gorgonas,  se dio cuenta de que ella no se parecía en nada a lo que se contaba en la leyenda.
Sus ojos eran grandes, azules y hechizaban en cada parpadeo. Su cabeza no estaba cubierta de serpientes sino de largos cabellos alborotados, rojos, ensortijados. Su piel era tan suave y blanca como el mármol. Su aspecto dejaba petrificado y atónito a quien la mirara.
Perseo se habría enamorado de ella de no ser porque Poseidón, receloso, la protegía. De hecho, había sido él quien corrió el rumor de la fealdad de Medusa para aplacar a la envidiosa Atenea. Incluso, el Dios había convertido en piedra a todos los hombres que se enamoraron de su amada.
Cuando Perseo le dijo a Poseidón que debía llevarse la cabeza de Medusa o revelar la verdad de lo que había visto, este se negó, pero le propuso construir un cabeza de gorgona con ayuda de las moiras y otorgarle los poderes que el imaginario colectivo le atribuía a Medusa. Le prometió también la eternidad, pues lo convertiría en constelación junto la mujer que él eligiera como esposa. Si a pesar de todo Perseo revelaba este secreto, la cabeza de la gorgona perdería sus poderes y él quedaría en ridículo ante todo el mundo.
Perseo aceptó el trato y  se encaminó de regreso con la cabeza falsa, la cual utilizó en varias ocasiones para defenderse, e incluso, para lograr su matrimonio con Andrómeda. Al final del camino se la entregó a Atenea, quien dejó de molestar a la feliz pareja. Medusa y Poseidón se dedicaron entonces a disfrutar de la vida con sus hijos Pegaso y Crisaor sin el temor de que algún otro intrépido guerrero se atreviera a acerarse a ellos. Perseo y Andrómeda ocuparon sus lugares en la bóveda celeste y permanecerán juntos toda la eternidad.

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