EN EL PARQUE BAJO TRAICIÓN ALEXANDER A A
Había decidido terminar de leer la
novela que tenía días que no retomaba. La abandonó por el exceso de trabajo,
volvió a abrirla cuando redescubrió cerca de su trabajo el parque central de
esa pequeña ciudad. Una de las recientes ocasiones que pudo ir a ese parque, se
dio tiempo al rededor del medio día, después de haber dejado instrucciones y
adelantar algo de trabajo en la oficina, se fue a la tranquilidad de esa banca
de hierro, bajo la sombra de ese árbol al final de ese parque, en una zona
desolada a la que se llegaba por pequeños pasillos rodeados de pasto, flores,
arbustos recortados que inspiraba a quedarse más tiempo del que tenía, volvió
al libro, se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los
personajes. Se acomodó en una de las bancas de hierro de espaldas a una calle que
cruzaba con la calle principal de esa pequeña ciudad, como tratando de evadir
el bullicio de la poco natural suma de gente y autos que molestan hasta a la
persona más pacífica, dejó que su mente se despejara bajo la sombra de ese árbol
que resulto, junto con la banca de hierro, sus mejores cómplices en esta
aventura novelesca y se puso a leer los últimos capítulos. Estaba listo para
recordar nombres, imágenes de cada capítulo que ya habían sido devorados en
recientes ocasiones; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del
placer casi perverso al irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y
sentir a la vez que la temperatura de su cuerpo y los latidos de su corazón
estaban listos para acelerarse solo gracias a la trama que estaba por concluir.
Una nueva línea de palabras lo hizo
sentirse absorbido por los planes perversos de los protagonistas, se imaginaba casi
cada detalle, trataba de concentrase en los rostros, los colores y hasta quiso
oler el ambiente que se respiraba con un toque de lujuria y malos pensamientos.
Así, atestiguó el encuentro de los amantes en el cuarto de un motel, la mujer había
llegado en taxi con una actitud desesperada y nerviosa; y en un rato más llegaba el amante, manchado de la camisa por
haber tenido que cambiar una llanta de su auto que sufrió una pinchadura. Él llegó
con una actitud de recelo y tenía en la mirada una resolución de terminar con
la situación que habían estado discutiendo hace tiempo, debían estar juntos y hoy
sería el día de cambiar la clandestinidad de sus encuentros tras una acción
delincuencial, desaparecer la imagen del cuerpo que se interponía entre los
planes de los amantes. No había tiempo ni ánimos para caricias ni palabras de
amor, sus palabras corrían por cada línea de las páginas como un hilo conductor
de electricidad y se percibía que estaba quedando en los últimos ajustes para
el disfrute de su libertad ganada a consta de una complicidad reacia. Él mostro el arma con que se llevaría
a cabo la traición. La mujer llevo, como para sustentar sus necesarias
acciones, las pólizas de seguro, estados de cuenta y una lista de propiedades
que disfrutarían una vez realizado el
acto final. Repasaron cada detalle del plan, no había cabida a errores, la
minuciosidad de los detalles se tornaban macabros, su actitud despiadada y sus
miradas lujuriosas y al mismo tiempo con un toque de ternura que se reflejaba en
toqueteos y carisias solo podía ser posible en mentes enfermas o dañadas por la
deshumanización de la época. El tiempo se acercaba, él debía salir de inmediato
para seguir el plan y llegar a tiempo para…
Casi sin cruzar palabra se separaron,
ella tomo un taxi para ir a visitar a su cuartada, así tenía que ser, él la
miró subirse al vehículo, mientras reafirmaba su gusto por aquella silueta que
lo volvía loco con cada movimiento para acomodarse al entrar a aquella máquina.
Miró el reloj viendo que casi se acercaba el medio día y se apresuró a subir a
su auto y dirigirse a la hora de su destino, pensando en que no había marcha atrás,
la moneda estaba en el aire.
El tráfico debía favorecerlo y lo favoreció.
Debía dejar el auto en la calle indicada por ser la salida rápida y directa
hacia su libertad. Asediado en la resolución de la tarea por acatar, encontró rápidamente
un espacio de estacionamiento cerca de lugar donde lo esperaba el inminente
asalto. Caminó con admirable decisión por las banquetas con poca gente, una
delgada chamarra escondía el arma, una escuadra calibre 9 milímetros con
silenciador. Apresuró el paso y en su mente solo estaban las instrucciones de
la que sería ahora su mujer y aquella silueta… y vislumbró la enorme puerta que
daba acceso al parque central de aquella pequeña cuidad, entró por aquella y se
dirigió a una zona desolada a la que se llegaba por pequeños pasillos rodeados
de pasto, flores, arbustos recortados que escondían la parte baja de cualquier
cuerpo, casi al final del pequeño parque una sombra redondeada por un árbol y debajo de este una banca de hierro, donde
estaba el hombre acomodado con admirable tranquilidad en torno al bullicio de
la pequeña ciudad leyendo una novela.
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