martes, 8 de octubre de 2013

CORTAZAR - ALEXANDER


EN EL PARQUE BAJO TRAICIÓN       ALEXANDER A A

 

Había decidido terminar de leer la novela que tenía días que no retomaba. La abandonó por el exceso de trabajo, volvió a abrirla cuando redescubrió cerca de su trabajo el parque central de esa pequeña ciudad. Una de las recientes ocasiones que pudo ir a ese parque, se dio tiempo al rededor del medio día, después de haber dejado instrucciones y adelantar algo de trabajo en la oficina, se fue a la tranquilidad de esa banca de hierro, bajo la sombra de ese árbol al final de ese parque, en una zona desolada a la que se llegaba por pequeños pasillos rodeados de pasto, flores, arbustos recortados que inspiraba a quedarse más tiempo del que tenía, volvió al libro, se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Se acomodó en una de las bancas de hierro de espaldas a una calle que cruzaba con la calle principal de esa pequeña ciudad, como tratando de evadir el bullicio de la poco natural suma de gente y autos que molestan hasta a la persona más pacífica, dejó que su mente se despejara bajo la sombra de ese árbol que resulto, junto con la banca de hierro, sus mejores cómplices en esta aventura novelesca y se puso a leer los últimos capítulos. Estaba listo para recordar nombres, imágenes de cada capítulo que ya habían sido devorados en recientes ocasiones; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso al irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que la temperatura de su cuerpo y los latidos de su corazón estaban listos para acelerarse solo gracias a la trama que estaba por concluir.

Una nueva línea de palabras lo hizo sentirse absorbido por los planes perversos de los protagonistas, se imaginaba casi cada detalle, trataba de concentrase en los rostros, los colores y hasta quiso oler el ambiente que se respiraba con un toque de lujuria y malos pensamientos. Así, atestiguó el encuentro de los amantes en el cuarto de un motel, la mujer había llegado en taxi con una actitud desesperada y nerviosa; y en un rato más  llegaba el amante, manchado de la camisa por haber tenido que cambiar una llanta de su auto que sufrió una pinchadura. Él llegó con una actitud de recelo y tenía en la mirada una resolución de terminar con la situación que habían estado discutiendo hace tiempo, debían estar juntos y hoy sería el día de cambiar la clandestinidad de sus encuentros tras una acción delincuencial, desaparecer la imagen del cuerpo que se interponía entre los planes de los amantes. No había tiempo ni ánimos para caricias ni palabras de amor, sus palabras corrían por cada línea de las páginas como un hilo conductor de electricidad y se percibía que estaba quedando en los últimos ajustes para el disfrute de su libertad ganada a consta de una complicidad  reacia. Él mostro el arma con que se llevaría a cabo la traición. La mujer llevo, como para sustentar sus necesarias acciones, las pólizas de seguro, estados de cuenta y una lista de propiedades que disfrutarían  una vez realizado el acto final. Repasaron cada detalle del plan, no había cabida a errores, la minuciosidad de los detalles se tornaban macabros, su actitud despiadada y sus miradas lujuriosas y al mismo tiempo con un toque de ternura que se reflejaba en toqueteos y carisias solo podía ser posible en mentes enfermas o dañadas por la deshumanización de la época. El tiempo se acercaba, él debía salir de inmediato para seguir el plan y llegar a tiempo para…

Casi sin cruzar palabra se separaron, ella tomo un taxi para ir a visitar a su cuartada, así tenía que ser, él la miró subirse al vehículo, mientras reafirmaba su gusto por aquella silueta que lo volvía loco con cada movimiento para acomodarse al entrar a aquella máquina. Miró el reloj viendo que casi se acercaba el medio día y se apresuró a subir a su auto y dirigirse a la hora de su destino, pensando en que no había marcha atrás, la moneda estaba en el aire.

El tráfico debía favorecerlo y lo favoreció. Debía dejar el auto en la calle indicada por ser la salida rápida y directa hacia su libertad. Asediado en la resolución de la tarea por acatar, encontró rápidamente un espacio de estacionamiento cerca de lugar donde lo esperaba el inminente asalto. Caminó con admirable decisión por las banquetas con poca gente, una delgada chamarra escondía el arma, una escuadra calibre 9 milímetros con silenciador. Apresuró el paso y en su mente solo estaban las instrucciones de la que sería ahora su mujer y aquella silueta… y vislumbró la enorme puerta que daba acceso al parque central de aquella pequeña cuidad, entró por aquella y se dirigió a una zona desolada a la que se llegaba por pequeños pasillos rodeados de pasto, flores, arbustos recortados que escondían la parte baja de cualquier cuerpo, casi al final del pequeño parque una sombra redondeada por un árbol  y debajo de este una banca de hierro, donde estaba el hombre acomodado con admirable tranquilidad en torno al bullicio de la pequeña ciudad leyendo una novela.

 

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