martes, 15 de octubre de 2013

La tortuga y la liebre redivivas

LA TORTUGA Y LA LIEBRE REDIVIVAS
(por J. Iturriaga)

Para la carrera que tendría lugar en Shiang Kun, provincia de Sechuán, todos los animales que se inscribieron se encontraban en excelente forma, atléticos. Sólo la tortuga y la liebre, que eran amantes, sospecharon que los jurados chinos no calificarían la velocidad (concepto contrario a la parsimonia oriental) sino el sosiego y la flema de los competidores.
Con semejante consideración en mente, no sólo no entrenaron ni efectuaron previsores ejercicios deportivos, sino que dieron rienda suelta a sus pasiones eróticas con clara merma de su condición física.
A la liebre le gustaba el amor ágil, algo así como “placer en movimiento”, y le excitaba enormemente el reto de llevarlo a cabo con su enconchada pareja, pues a su lentitud se sumaba la sólida protección natural de sus partes pudendas. El desafío enervaba a la liebre y la llenaba de un frenesí sexual que casi se colmaba de manera prematura.
Por su parte, la tortuga escondía tras ese ritmo pausado que la caracterizaba un desenfreno voluptuoso que nadie habría sospechado. Las acrobacias amatorias de que era capaz volvían loca a la liebre. No era posible imaginar la clase de actos lujuriosos que sucedían en la intimidad de ese par de enamorados, los excesos licenciosos (no me atrevería a juzgarlos depravados) que tenían lugar en la privacía de la tortuga y la liebre. En realidad, buena parte de sus arrebatos lindaban con lo que podría calificarse de pecados contra natura. Otros los rebasaban con creces.
El día de la carrera fue después de una noche singularmente ardorosa y prolongada. La inmoderación no había tenido nada que se aproximara ni siquiera remotamente a un límite. Y así llegaron, exhaustos y ojerosos, al certamen.
El juez disparó la pistola. El arranque de los numerosos animales provocó una polvareda como cerrada neblina. La tortuga y la liebre la aprovecharon para salir de la pista y acurrucarse en un terraplén lateral. Nadie los vio. Se olvidaron de la carrera. Con la ternura propia a una víspera tan agitada, volvieron a hacer el amor, ahora con más dulzura que apasionamiento.
Al día siguiente, no se sorprendieron mucho al leer en el periódico que habían sido declarados ganadores de la competición, por supuesto en ausencia.

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