martes, 8 de octubre de 2013

SÉPTIMA PARADA: LA REVOLUCIÓN DE LA TRADICIÓN O EL LITERARRECICLAJE

EL CUENTO POR ENTREGAS
5 CUENTOS BREVES 
El burro y la flauta 
Augusto Monterroso 

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta 
que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que
paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola
producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la
vida del Burro y de la Flauta.  
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la
racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la
racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de
lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su
triste existencia. 


FIN 


El Camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse
Augusto Monterros 
En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo
malo en el que el Camaleón, a quien le había dado por la política, entró en un estado de
total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado
de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos
juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de
manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento
necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del
cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo Camaleón morado, aunque se
condujera como Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se
volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.  
Esto sólo en cuanto a los colores primarios,
pues el método se generalizó tanto que con el
tiempo no había ya quien no llevara consigo un
equipo completo de cristales para aquellos casos en
que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o
verdiazul, o de cualquier color más o menos
indefinido, para dar el cual eran necesarias tres,
cuatro o cinco superposiciones de cristales. 
Pero lo bueno fue que el Camaleón,
considerando que todos eran de su condición, adoptó también el sistema. 
Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a
medida que cambiaban de colores, según el clima político o las opiniones políticas
prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche. 
Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión
de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina
general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran
dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el
orden. 
Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho
consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si
alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para
descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir inclusive a sus propios enemigos
para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía
entre las naciones más civilizadas. 
Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reía de unos y de
otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por
divertirse. 
De esa época viene el dicho de que
todo Camaleón es según el color
del cristal con que se mira. 


El Conejo y el León 
Augusto Monterroso

Un celebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la
Selva, semiperdido.  
Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró
fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a
su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y
costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las
de los humanos. 
Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al
León. 
En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco
después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y,
cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había 
venido haciendo desde que el hombre
era hombre. 
El León estremeció la Selva con sus
rugidos, sacudió la melena
majestuosamente como era su
costumbre y hendió el aire con sus
garras enormes; por su parte, el
Conejo respiró con mayor celeridad,
vio un instante a los ojos del León, dio
media vuelta y se alejó corriendo. 
De regreso a la ciudad el celebre
Psicoanalista publicó cum laude su 
famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más
infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el
León ruge y hace gestos y amenaza al universo movido por el miedo;
el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de
perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí,
al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada. 

      fin 




La tela de Penélope o quién engaña a quién 
Augusto Monterroso 
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises
(quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado
con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único
defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la
cual pudo pasar sola largas temporadas.  
Dice la leyenda que en cada
ocasión en que Ulises con su
astucia observaba que a pesar
de sus prohibiciones ella se
disponía una vez más a iniciar
uno de sus interminables tejidos,
se le podía ver por las noches
preparando a hurtadillas sus
botas y una buena barca, hasta
que sin decirle nada se iba a
recorrer el mundo y a buscarse
a sí mismo.  
De esta manera ella conseguía
mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus
pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises
viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo
haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y
no se daba cuenta de nada. 

FIN 







El dinosaurio 
Augusto Monterroso 



Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. 



FIN 

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