miércoles, 23 de octubre de 2013


EL CABALLO Y EL LEÓN.

 

Hubo un tiempo en que los leones se cansaron de ser sanguinarios cazadores y trataron de enmendar su camino convirtiéndose en vegetarianos y haciendo labores altruistas.

Cierta ocasión, un caballo que se encontraba por el campo, alcanzó a ver a un león a lo lejos. Le llamó la atención la cantidad de verduras frescas que llevaba en un costal.

El caballo era muy flojo como para ir a buscar su propia dotación, así que acostumbraba robar los alimentos de los animales con engaños.

Sabía que el león no era cualquier animal, así que se le ocurrió fingir estar enfermo para atraer la atención del león, y una vez que este se descuidara, robar su costal de verduras.

Enseguida se tiró al suelo y gritó:

─¡Auxilio, auxilio, que alguien me ayude, por favor!

El león, con el buen oído que tenía, logró escuchar los gritos del caballo y acudió enseguida hasta donde se encontraba.

─¿Qué te ha ocurrido? -Preguntó al caballo.

─No puedo caminar, me enterré una enorme espina en la pata desde ayer y heme aquí tendido sin poder comer ni beber. Te agradecería que me la sacaras.

─Esta bien, ─ contestó el león.

Sin embargo, el león, quien todos los días transitaba por ahí, se dio cuenta de que el caballo estaba mintiendo, pues ni siquiera por la mañana se lo había topado.

El caballo se levantó enseguida, se colocó en muy buena posición y le dijo:

─Te recomiendo que me saques la espina con tus filosos dientes, será más rápido y menos doloroso que con tus garras.

El león, asombrado todavía por la manera tan rápida en la que se levantó el caballo para optar por una posición de ataque sin que se quejara de la espina, comprendió que lo que él quería, era propinarle unas buenas patadas para dejarlo inconsciente y robarle su comida.

Entonces dijo:

─Acepto, pero antes de que la saque cierra los ojos, cuenta hasta tres y enseguida me dispondré a sacarte la espina.

El caballo muy seguro de cometer su fechoría y preparándose para dejarlo tirado en el suelo, inició el conteo.

Apenas si alcanzó a decir ¡uno!, cuando echó un desgarrador grito por la tremenda mordida que le había propinado el león en su pata.

El león un poco burlón le dijo:

─Ahora sí, esperemos que pronto venga alguien en tu ayuda, porque no podrás caminar por algunos días.

Enseguida se echó su costal al lomo y se fue.

El pobre caballo se quedó con un llanto en los ojos, la pata hinchada y sin poder pararse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario