Había sido atrapado desde
meses atrás por las redes sociales. Su cuenta de Facebook estaba abandonada porque
la lluvia había dañado su línea telefónica. Cuando le avisaron que su servicio
había sido restablecido, abrió su cuenta, revisó rápidamente su muro. Comentó con desesperada rapidez las
publicaciones en las que había sido etiquetado, sus dedos fluían cual líquido derramado
sobre el teclado. En cada comentario sentía recuperar la vida. Al terminar de
revisar su muro, dio clik en inicio… y mientras se cargaba la página sus ojos
se escaparon por la ventana, y pudo ver a su encantadora mujercita mandarle un
beso mientras encendía el motor del auto. Los rayos del sol del dulce atardecer
lo hicieron regresar a la pantalla de la computadora. La luz del sol lo
distrajo y no pudo seguir leyendo los estados de las publicaciones. Se levantó
de su cómoda silla, desde donde introducía sus ojos en la pequeña ventana de
plasma para sentirse un dios todo poderoso. Se acercó al ventanal de descoloridas
cortinas que un día habían sido verdes… y sus ojos volaron cual gaviotas sobre
el inmenso mar de montañas que desde el ventanal podía observar. Cerró de un tirón las tristes
cortinas y regresó a su bola de cristal electrónica que le permitía conocer y
enterarse de la vida de sus amigos virtuales.
De pronto una notificación en
la ventana electrónica le indicó que había recibido una solicitud de amistad. Antes
de que ésta desapareciera dio click en ella y la aceptó. Cuentos colaborativos,
era el nombre de su nueva amistad, ingresó y empezó a leer la trama: …una mujer
vestida de negro sollozaba y gemía sobre un ataúd que despedía el olor a pino falso.
Ninguna lágrima bajaba por su rostro. Un hombre lo sostenía, y la abrazaba,
mientras ella se inquietaba porque varios de los asistentes, la miraban, como
buscando confirmar sus sospechas.
Después de esta escena
inicial muy in extrema rex, había otro comentario que introducía una analepsis: Con un ligero empujoncito le dio a entender que la
dejara sola, el hombre delgado de pelo rizado se retiró. La mujer quedó en
silencio y su mente viajó a dos días antes del velorio.
El cuento se había
interrumpido, era su turno de insertar el comentario para continuar la
historia. Su mente se trasportó a su aburrida y monótona vida y sintió que no
tenía nada que contar, pensó en abandonar la página, cuando otro comentario
apareció: Ese día, ella se esmeraba en su arreglo personal, eligió aquel
vestido con un escote perfecto que hacía lucir su delgada figura. Uso su mejor
perfume, los zapatos más alto, se miró al espejo y sintió que su corazón se
acurrucaba en los brazos de aquel hombre que hacía que su respiración se
acelerara y, sus pechos aumentaran su firmeza y tamaño.
Va a ir a ver al amante,
pensó, y cuando estaba a punto de empezar a teclear, alguien más le había
ganado: Salió de su recámara. Pasó por el estudio donde estaba su marido. Bajo
apresurada las escaleras. Detuvo su mirada en los sillones pardos y aburridos de
su sala donde no había nadie. Tomó las llaves del auto que se encontraban a un
lado de la puerta… Salió presurosa y dejó la puerta abierta…
Las tarántulas estáticas movieron
sus patas sobre el teclado, con una velocidad que esta vez nadie le ganó a
realizar el comentario: El portón de la calle también quedó entreabierto… y un
hombre delgado de pelo rizado se deslizo como serpiente sin hacer el menor
ruido. Avanzó como sobra. Entró a la casa y vio que no había nadie en la sala.
Subió las escaleras cómplices, que esta vez no crujieron, llegó a la puerta de
un estudio… Y una sombra se reflejó en la pantalla de plasma.
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