Amantes
Ella había empezado a leer
la novela unos meses antes. La abandonó porque su vida personal tomó un giro
inesperado. Volvió a abrirla esa noche, después de limpiar el departamento,
hacer la cena y arreglarse; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el
dibujo de los personajes. Se arrellanó en el futón escarlata para continuar con
su lectura mientras esperaba al nuevo destinatario de sus amores. Desde ahí,
podía distinguirse a través de la ventana la avenida cada vez más cargada de
automóviles, lo que indicaba que los edificios aledaños empezaban a vomitar
empleados hacia la calle. Él no tardaría mucho tiempo en llegar. Se dejó
envolver una vez más en la trama de la historia Su memoria retenía sin esfuerzo
los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca la ganó
casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea
de lo que la rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en
el respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de
los ventanales danzaba el aire del anochecer sobre la cuidad. Palabra a palabra,
inmersa en la pasión reprimida de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes
que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último
encuentro en el departamento. La protagonista esperaba a su amante con la cena
lista. Mientras pasaba el tiempo, recostada en el sofá, escuchó que la llave
entró en la chapa, que se atoró y hubo forcejeo. La puerta se abrió y entró él
con un ramo enorme de rosas blancas. Ella lo abrazó efusivamente y lo llenó de
besos, pero él la rechazaba, pues no había venido para repetir las ceremonias
de una pasión secreta, protegida por el ajetreo citadino. Él sudaba excesivamente,
pero se negó a quitarse el saco. Ocultó sus manos dentro de los bolsillos para que
ella no notara su deseo de estrechar carne tibia. Un diálogo cortante y seco advertía
la decisión que él había tomado desde que la vio por primera vez. Ella lo
enredaba en caricias que, sin pensarlo, lo disuadían y retrasaban su objetivo.
A pesar de ello, él contaba y disfrutaba cada segundo que lo acercaba al placer
infinito. Cenaron juntos,
sin hablar más que lo necesario. Ella no debía preguntar
nada, y no lo hizo. No debía resistirse a hacer el amor en el sofá, y no se resistió.
Mientras yacían, ella satisfecha y él ansioso, él acarició el cuello de la
amante durante un rato, aumentando cada vez la intensidad de la opresión, hasta
que, dejándose llevar por un impulso primitivo, le arrebató al cuerpo su último
suspiro.
¿Qué? No esperaba una narración
así, entonces se decepcionó de la novela y la dejó de lado, escuchó que una
llave giraba en la chapa, que se atoraba y había forcejeo. Cuando por fin se abrió
la puerta entró su amante enorme ramo de rosas blancas. Ella se lanzó a sus
brazos y él la rechazó levemente mientras se negaba a quitarse el saco y ocultaba
sus manos sudorosas en los bolsillos. Cenaron juntos. Y se dejaron llevar por
las caricias sobre el futón escarlata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario