martes, 8 de octubre de 2013

Amantes (Cortázar)


Amantes

Ella había empezado a leer la novela unos meses antes. La abandonó porque su vida personal tomó un giro inesperado. Volvió a abrirla esa noche, después de limpiar el departamento, hacer la cena y arreglarse; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Se arrellanó en el futón escarlata para continuar con su lectura mientras esperaba al nuevo destinatario de sus amores. Desde ahí, podía distinguirse a través de la ventana la avenida cada vez más cargada de automóviles, lo que indicaba que los edificios aledaños empezaban a vomitar empleados hacia la calle. Él no tardaría mucho tiempo en llegar. Se dejó envolver una vez más en la trama de la historia Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca la ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que la rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del anochecer sobre la cuidad. Palabra a palabra, inmersa en la pasión reprimida de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en el departamento. La protagonista esperaba a su amante con la cena lista. Mientras pasaba el tiempo, recostada en el sofá, escuchó que la llave entró en la chapa, que se atoró y hubo forcejeo. La puerta se abrió y entró él con un ramo enorme de rosas blancas. Ella lo abrazó efusivamente y lo llenó de besos, pero él la rechazaba, pues no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por el ajetreo citadino. Él sudaba excesivamente, pero se negó a quitarse el saco. Ocultó sus manos dentro de los bolsillos para que ella no notara su deseo de estrechar carne tibia. Un diálogo cortante y seco advertía la decisión que él había tomado desde que la vio por primera vez. Ella lo enredaba en caricias que, sin pensarlo, lo disuadían y retrasaban su objetivo. A pesar de ello, él contaba y disfrutaba cada segundo que lo acercaba al placer infinito. Cenaron juntos,
sin hablar más que lo necesario. Ella no debía preguntar nada, y no lo hizo. No debía resistirse a hacer el amor en el sofá, y no se resistió. Mientras yacían, ella satisfecha y él ansioso, él acarició el cuello de la amante durante un rato, aumentando cada vez la intensidad de la opresión, hasta que, dejándose llevar por un impulso primitivo, le arrebató al cuerpo su último suspiro.

¿Qué? No esperaba una narración así, entonces se decepcionó de la novela y la dejó de lado, escuchó que una llave giraba en la chapa, que se atoraba y había forcejeo. Cuando por fin se abrió la puerta entró su amante enorme ramo de rosas blancas. Ella se lanzó a sus brazos y él la rechazó levemente mientras se negaba a quitarse el saco y ocultaba sus manos sudorosas en los bolsillos. Cenaron juntos. Y se dejaron llevar por las caricias sobre el futón escarlata.


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