lunes, 24 de noviembre de 2014

Octava pregunta: Patricia Suárez



Hice mi reflexión acerca de lo que debo sacar de la canasta. Saqué muchas conclusiones de todo lo que hemos hablado durante las sesiones del seminario y se me ocurrió formularlas como mandamientos. A ver si funcionan, porque aprendí y divertí mucho haciéndolos.


11 mandamientos para el profesor de literatura
1. Amarás tu profesión como a ti mismo. Si tu deseo y objetivo más importante no es enseñar literatura, no lo hagas.
La vocación es fundamental para ejercer cualquier carrera. Ser profesor se parece a ser médico, pues tenemos el futuro de mucha gente entre las manos. Nosotros podemos hacer que un alumno ame nuestra materia o que quede vacunado contra ella para siempre. Y no solo eso, recordemos que la Literatura es una puerta, son muchas puertas hacia mundos, experiencias, personas, reales o ficticias, que podemos conocer desde nuestro sillón. Cerrar esas puertas es cerrarnos a infinitas posibilidades de vida. El primer paso es amar y disfrutar lo que hacemos para transmitirlo. Hay que reflexionar si realmente estamos donde queremos, pues el disfrute o frustración del maestro será directamente proporcional al aprovechamiento del alumno.
2. Antes que todo, eres humano y puedes equivocarte.
Que esto sea una opción no un pretexto frecuente. Hay que preparar la clase y resolver nuestras propias dudas antes de abordar un tema.
Si bien no podemos saberlo todo ni sabemos qué pregunta se les va a ocurrir a los alumnos, es necesario estar preparados y no dar por hecho que ya sabemos la totalidad del tema que supuestamente vamos a enseñar. Una cosa es reconocer, en un momento dado, que no tenemos una respuesta pero que vamos a buscarla y otra mandar al alumno a investigar temas que nosotros mismos no conocemos ni preparamos. A veces, cuando los temas son muchos o muy complejos nos vemos tentados a recurrir a la famosa exposición para evitar preparar clases, pero no somos capaces de redondear el tema que está dando el alumno ni de responder a sus preguntas ni de señalar cuando hay algún error en la información.
3. No subestimarás las capacidades de tus alumnos.
Cuando uno, como profesor de literatura propone las lecturas para un ciclo determinado, no falta que algún compañero de área nos diga que no estamos haciendo una elección adecuada. Se tiene la idea de que hay autores muy complejos que los alumnos no deben leer porque no los van a entender. Lo primero que hay que pensar es ¿hay algo importante que quiero que ellos vean en ese texto?, ¿yo qué entiendo?, ¿puedo ayudarlos a que comprendan esa parte del texto? La lectura guiada es algo que pocas veces se practica en la educación de hoy por la “falta de tiempo”. Debemos pensar qué es más importante: embarrar un poco de todo en los alumnos o afianzar y profundizar en algunos temas esenciales. Claro, esto requiere compromiso y trabajo extra de preparación del maestro, trabajo que, por cierto, no nos pagan. Por eso volvemos al punto número uno: ¿estás en ese trabajo solo para obtener un sueldo o porque realmente quieres hacer algo por los alumnos, por la sociedad, por el país? No quiero decir que sea malo que nos paguen, al contrario, pero ¿hacemos un trabajo automáticamente o realmente queremos ir más allá de eso y contribuir en la educación? En mi caso, he leído con mis alumnos del primer año de bachillerato ensayos de Octavio Paz, y tal vez no hayamos entendido por completo los conceptos y la filosofía profunda que maneja el autor, pero leerlo con ellos, comentarlo, enojarnos por nuestra ideología mexicana arraigada, buscar todo aquello que no comprendíamos, preguntar a otras personas, ver en las caras de mis alumnos el deseo de mejorar su propia vida y aprendizaje, no tiene precio. Fue un ejercicio que me llevó semanas, ya no recuerdo cuántas, pero es de los que más han valido la pena en mi carrera docente. Por supuesto que seguiré haciéndolo.
4. No reflejarás tu propia apatía en tus alumnos.
Es muy cansado dar cinco (o más) veces al día la misma clase. Más cansado aún es dar la misma asignatura durante años y años. Uno comienza a sentirse repetitivo y todo se torna tedioso. Como no todos los profesores tenemos derecho a tomar años sabáticos tenemos que recurrir a otras estrategias. Si eres casado, ¿qué haces luego de despertar durante años al lado de la misma persona? ¿Te aburres y dejas que el tedio y la costumbre se apoderen de tu relación y la destruyan o buscas actividades diferentes que les den nuevos bríos a ambas partes?  Sin duda, la segunda opción es más sana para todos. Con los alumnos es igual: hay que buscar otras formas de enseñar lo mismo. En el caso de la literatura tenemos ventajas: hay miles de textos en los que podemos explicar muchos temas diferentes: en estilo, en lenguaje, en retórica, en estructura. Pero hay que buscar y actualizarse todo el tiempo. La pasión por lo nuevo es nuestra mejor aliada en este punto.
5. No reflejarás tus deseos ni tus gustos personales en tus alumnos.  
Por un lado, los maestros llegamos con un objetivo al inicio de cualquier curso. Algunos compañeros me han dicho que su mayor objetivo es que el alumno aprenda, pero ¿qué queremos que aprenda? En nuestro caso, queremos que aprenda a leer, a escribir, y lo llenamos de reglas, como si la literatura fuera un recetario. Es necesario escuchar al grupo al que nos dirigimos y conocer también sus expectativas de la clase, pues si no, corremos el riesgo de estar buscando cosas opuestas. A veces, los alumnos tienen el deseo de que después de cursar la materia de Literatura les guste leer o encuentren un camino por el cual les sea más sencillo familiarizarse con la lectura. ¿Y qué hacemos nosotros? Ponerlos a leer La Iliada completita, para que se frustren porque no entendieron nada. En la medida de lo posible, podríamos hacer converger nuestros gustos con los de ellos. A mí me funcionan muy bien artículos que hablen de redes sociales, futbol, cuentos de terror, para que empiecen a leer. El objetivo no es lograr que el alumno lea 20 minutos al día, sino que encuentre el gusto por lo que lee, que lo disfrute, que no lo haga porque tiene que hacerlo, que encuentre su propio camino.
6. No te pelearás con las nuevas tecnologías de información, sino que las harás tus aliadas en tanto sea posible.
Por muchas reglas que pongan las escuelas para evitar el uso de teléfonos celulares, tabletas, etcétera, los alumnos siempre se las ingeniarán para introducirlos a la escuela y para sacarlos a la hora de clases. Sí, podemos tomar unos minutos para recoger dichos aparatos y mantenerlos fuera del alcance de los alumnos, pero también podemos dedicar un día a trabajar con ellos. Hay muchas formas, muchas aplicaciones que podemos usar, desde diccionarios hasta juegos. Incluso si les dejamos leer algún cuento que esté en internet podemos permitir que lo lean en sus tabletas o que hagan sus apuntes en blocks de notas electrónicos. Es esencial ayudarlos a distinguir cuáles fuentes en internet son fidedignas y cuáles no. Yo utilizo también el correo electrónico, los blogs y los grupos de Facebook para determinados ejercicios. Además, la ventaja es que los autores de los textos que se comparten en las redes tienen una respuesta casi inmediata y eso hace posible una opinión más variada en puntos de vista, pues no solo yo expreso mi opinión, sino todas las personas del grupo.
7. Serás maestro, cuentacuentos, actor, cómico, artista, lo que sea necesario para que tu mensaje sea claro y agradable.
No tenemos la obligación de hacer circo, maroma y teatro para entretener a los alumnos, pero sí podemos divertirnos y hacer que ellos se diviertan para quitarle solemnidad a algunos temas que son áridos, sobre todo los que tienen que ver con ortografía, sintaxis, etcétera. Hay que inventar juegos y cambiar estrategias para mantener fresca la lección. Por ejemplo, el juego que nos propuso la maestra Krauze de convertir las categorías gramaticales en rey, reina, doncellas y pajecitos. Yo a veces hago juegos en equipo y les pongo un papel a cada alumno: uno es el sujeto, otro es el verbo, otro el complemento directo y así sucesivamente. Pongo oraciones en el pizarrón y ellos se acomodan y se numeran según el lugar en que aparece su elemento. Así van comprendiendo que hay elementos que pueden cambiar de lugar y no se altera nada, pero hay otros que se ven muy extraños en un lugar que no es el suyo. En fin, hay tantas dinámicas como imaginación tenga el maestro.
8. Dejarás las listas de reglas para la escritura en un baúl y les darás la llave a tus alumnos. Cuando ellos las necesiten, las encontrarán.
Es inútil empezar por la regla. En general, los alumnos pueden memorizar las reglas en cinco minutos; el problema es que no tienen idea de cómo aplicarlas y muchos de ellos no están familiarizados con textos bien escritos. Si nosotros nos casamos con la idea de que las reglas resolverán todo, estamos cayendo en un absurdo, pues muchos de nosotros conocemos las reglas, pero todavía se nos va una que otra falta de ortografía. Entonces, ¿dónde está el problema?
Me he dado cuenta de que a veces, los alumnos ni siquiera escuchan la sílaba tónica en las palabras, por ejemplo. Ahí se arruinaron las reglas y ya no les sirven para nada. Lo mejor es empezar a familiarizarlos con palabras, oraciones, párrafos, textos con sentido completo y no aislar las palabras ni las grafías.
9. Dirás no a la regurgitación.
O, como diría mi abuela, “no les des todo peladito y en la boca”. Los alumnos no son tontos. Actualmente, ellos cuentan con muchas fuentes de información para consultar, incluso a veces muchas más que los profesores. ¿Qué hacemos nosotros? ¿Qué tenemos nosotros que ellos no tienen? Experiencia, años, aunque suene muy elemental. Podemos, como yo les digo, “ayudarlos a parir sus ideas”, pero ideas y conclusiones que ellos mismos saquen respecto de un tema. ¿Cómo? Dirigiéndolos, cuestionándolos, preguntándoles desde lo más elemental hasta lo más profundo. Nos sorprenderemos de sus respuestas. Por ejemplo, yo sé qué es un cuento, pero me es extremadamente difícil definirlo. Conozco muchos cuentos, así que les propongo leerlos: uno de Poe, uno de Maupassant, uno de Márquez, uno de Cortázar, uno de Rulfo, uno de Pacheco, etcétera. Hablamos de ellos, de lo que les gustó y lo que no. A manera de charla, me van hablando de los personajes, del ambiente, del conflicto. Y al final, entre ellos y yo hacemos una lluvia de ideas acerca de qué tienen en común esos textos a los que todo el mundo llama cuentos. Redactamos un pequeño ensayo y hasta hacemos teoría literaria. Si yo les dijera: “escriban un ensayo acerca del cuento con sus ejemplos”, sin haber leído y analizado por lo menos uno, no obtendría resultados. ¿De qué nos sirve que ellos reciten de memoria las características de los géneros literarios si no les significan nada?
10. No olvidarás que tú eres el maestro.
Finalmente, hay que recordar que somos una figura de autoridad. Con el fin de acercar a los alumnos a este mundo maravilloso que es la Literatura, a veces nos convertimos en el maestro barco, el buena onda, con el que nada más nos la pasamos platicando. Y no es que sea malo, pero es necesario ejercer la autoridad, lo cual también puede hacerse en buena onda. No olvidemos que quienes evaluamos somos nosotros y que eso también es una gran responsabilidad. No estamos para cumplir caprichos de nadie. Se aceptan sugerencias, pero no imposiciones ni berrinches. Por ejemplo, nunca falta el alumno al que le gusta leer, pero no hace las lecturas que se dejan para la clase sino que anda entretenido con la zaga de moda. Al final, vendrá a llorar y a decir él lee, pero que el profesor debe entender su espíritu rebelde de no leer lo que le imponen. Si nuestro objetivo es que lean, ¿diremos que él tiene razón porque ya se cumplió la meta? ¿Queremos que lea sin que nos importe qué? Creo que no, pues además de enseñar Literatura, nosotros estamos participando en la formación personal, humana de ese alumno y si nos rendimos ante sus argumentos, estaremos dándole una lección dañina para él: haz lo que te dé la gana y luego lo resuelves rogando y llorando. Seamos congruentes, porque esa es una de las bases que está perdiendo nuestra educación.
11. Respetarás a tu alumno.
No exhibas los errores del alumno; antes bien, ayúdalo a corregirlos. No lo obligues a leer sus textos en público si él no quiere. No olvides que estás tratando con personas, que tienen sentimientos y que, sobre todo en las etapas de la adolescencia, ellos están formando su carácter. Cualquier comentario, por insignificante que parezca, puede repercutir en su personalidad. No lo ofendas, no lo humilles, y sé recíproco. Si quieres respeto, respétalos. Si quieres que todos compartan sus escritos, comparte también los tuyos. Si quieres que no cometan faltas de ortografía, no las cometas tú. Si quieres que estudien y corrijan sus errores, corrige también los tuyos. Si quieres ayudar en su formación y que sean mejores personas en la sociedad, empieza por ser un buen maestro para ellos.

3 comentarios:

  1. Hola Paty, me encantaron tus mandamientos, creo que retoman acertadamente todo lo que la Dra. Ethel nos compartió en el curso. Gracias por deleitarnos con tus escritos.

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  2. Tus mandamientos son estupendos, debes publicarlos y compartirlos con otros maestros y con tus alumnos, ¿qué te parece esto? Pero, aunque algunas cosas están implícitas en estos mandamientos, me gustaría que no dejaras de hacer la lista de aquello que vas a "sacar" o sea, a "quitar" de tu canasta

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  3. Están muy adecuados a los que nos dedicamos a la literatura como enseñanza

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