Silvia Vargas Luviano.
Hace unos meses inicié una
travesía, junto con otros atrevidos navegantes y una excelente capitana abordo
(la Dra. Ethel Krauze). Una travesía que nos llevó a diferentes puertos, con el
propósito de salvaguardar un invaluable tesoro, una hermosa perla: la literatura.
Este viaje me llevó a
puertos de aguas tranquilas que me dejaron conocer mi propio espíritu, lo llamé
mi espíritu encantador. Un puerto que
me orientó hacia una ruta donde la literatura se volvió divertida y
encantadora.
Arribamos a puertos importantes,
de grandes Astilleros, donde magnos
maestros nos compartieron sus enseñanzas, entre ellas: La creatividad de la
enseñanza de Antonio Machado y Arqueles Vela, así como la versatilidad de las
actividades y sobre todo, el saber que hay un punto medular del cual se puede
desprender todo un mar de acciones, de Erasmo Castellanos Quinto.
Los faros nos llevaron a
puertos de acceso escabroso, la entrada fue dolorosa, pus me llevó a reconocer
cuál era el espíritu y modelo de mi clase de literatura, y más aún, que salir
de él no era sencillo. Por lo que ahí nos detuvimos un poco más, pues la
capitana hacía esfuerzos por salvarnos del canto de las sirenas y hacernos
recapacitar acerca del espíritu libre y
encantador que debería de tener la clase de literatura.
Lo logró, de pronto no vimos
navegando en aguas tranquilas que permitían que viéramos nuestro reflejo en las
olas, así experimenté y saqué a flote mi espíritu en escritos que mostraron el
verdadero yo. Éramos nosotros mismo, lo que nos mueve, lo que nos gusta, lo que
nos apasiona y hasta lo que soñamos. Como estar en un paraíso real. La capitana,
nos hizo saber que esa era nuestra verdadera esencia, que la conserváramos en
todas nuestras clases de literatura.
El último puerto me enseñó
que el final, es el inicio de otras aventuras.
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