De Rossi hacia Sherlock
Patricia Suárez
Yo
soy la proyección de la mentira en que vives;
júzgame
y senténciame, pero siempre estaré viviendo en ti.
Charles
Manson
Una invitación a imaginar qué podría hacer si tuviera seis
meses libres y con disfrute de una beca, me hizo desear hacer teatro y llevarlo
a todos los lugares que pudiera, sobre todo a esos que no tienen fácil acceso a
él. Sin embargo, luego de una retroalimentación de la doctora Ethel Krauze, me
di cuenta de que eso ya lo estaba haciendo y de que el hecho real era aprender
aquello que alguna vez había querido y que no hice por alguna razón, de modo
que comencé a pensar.
Recordé
que desde que era niña me gustaba la investigación y tenía una gran facilidad
de armar historias, a las cuales les inventaba una serie de detalles absurdos.
Así, narraba aquella historia del payaso mal coloreado que había salido de una
hoja de papel y lloraba porque no tenía suficientes fuerzas para hacer
malabares. Se la conté muchas veces a mis tíos y primos y siempre tuvo un final
diferente; casi todos eran trágicos e involucraban algún crimen. Incluso, mis
familiares al verme pedían que volviera a contar la historia para saber en qué
terminaría esa vez. Este payaso era un resentido social y mostraba su odio por
otros payasos que eran de carne y hueso y que podían ser lo que desearan en su
vida.
Cuando estaba a punto de terminar
mi licenciatura en Teatro, yo era fan de una serie de televisión que se llamaba
Criminal Minds. Estaba enamorada del agente Rossi, un detective que hacía
perfiles psicológicos y siempre cerraba cada capítulo con alguna analogía entre
los criminales y la literatura. Casi al mismo tiempo conocí las novelas de
Robert Louis Stevenson y Arthur Conan Doyle, y también me hice fan de Sherlock
Holmes. Me imaginaba yo en una escena del crimen, reconstruyendo el asesinato o
la violación, pero no pensaba en la justicia ni en el castigo de los
delincuentes sino en cómo justificaría el carácter de un personaje que hiciera
algo tan horrible; o bien, cómo escribiría esas historias y qué elementos
tomaría de la realidad y qué otros inventaría para convertirlas en literatura. También
le daba vueltas a esa lucha interna entre lo que realmente deseamos hacer y lo
que es correcto para la sociedad. Sabía que me faltaban datos para eso y moría
de ganas por estudiar criminalística —desde el punto de vista de la psicología—,
pero no me atreví. Creo que la simple idea de llegar a sentir empatía por
aquellos delincuentes me aterraba, porque entonces quizás me reflejaría en
ellos. Pero ¿cómo no sentirse atraído por los delincuentes si ellos lograron
hacer lo que todos hemos deseado en algún momento?
La
mente de los criminales siguió atrayéndome, porque pensaba en qué debieron
haber pasado esas personas que se atrevían a matar o a violar o a secuestrar, y
que en muchos casos no distinguían lo correcto de lo incorrecto, o bien, la
realidad de la ficción. No es que los justifique, pero creo que todo
comportamiento tiene un origen determinado que no se pudo superar por diversas
circunstancias. Entonces, recurrí a mi hermana, que estudió psicología, y ella
me recordó las teorías básicas del comportamiento humano. Tomé dos en
particular: la concepción psicodinámica que dice que “el comportamiento es
regido por fuerzas dentro de la propia personalidad, las cuales a menudo están
ocultas o son inconscientes”, y la concepción humanística que dice: “el
comportamiento es guiado por la imagen de sí mismo de la persona, por
percepciones subjetivas del mundo y por necesidades de crecimiento personal”. (Coon, 2000)
Estas
definiciones ya me dieron un punto de partida. Además, actualmente, todavía soy
fan de las series de detectives y de la literatura policiaca, así que investigué,
ya con algunas bases, cómo podía estudiar criminalística, específicamente
psicología criminal para unir los dos temas, ya de por sí, ligados en su origen.
Buscando en internet, encontré
que ya existe una rama de la psicología, que se dedica al estudio de la mente
criminal. También vi una primera definición en un blog del tema: “La psicología
criminológica pretende comprender el crimen, sus causas y a sus autores, y dar
herramientas para su prevención”. [1]
Como es
un tema cuyo estudio pareciera que está de moda, encontré un par de libros que me
ayudaron a empezar:
1.
Aristizabal, Edith y José Amar. Psicología forense, estudio de la mente criminal.
Ed. Uninorte.
2.
Soria Verde, Miguel Ángel y Dolores Sáiz Roca, Psicología Criminal. Pearson,
Encontré
también un curso en línea para psicología criminal; bueno eran varios, pero los
requisitos en todos eran tener licenciaturas relacionadas (Derecho, Psicología,
Trabajo Social, etcétera) o estar involucrado con el ámbito jurídico y penal,
el cual no me interesa. En uno de esos cursos decía que se aceptaba a toda la
gente que estuviera interesada en el tema, siempre y cuando se escribiera una
carta de motivos. La redacté, y en ella plasmé con pasión y vehemencia mi amor
por Sherlock Holmes y por el agente Rossi. Creo que por lo menos habré hecho
reír a mi lector porque me aceptaron y ahora dedico mis meses de beca a leer,
asistir a los foros de discusión en la plataforma en línea, redactar mis
trabajos e inventar algunas historias a partir de ciertos perfiles psicológicos
de personajes. Mi diploma de psicología criminal no será expedido por una
universidad reconocida, sino una universidad cuyos antecedentes desconozco,
pero no me importa porque habré logrado mi objetivo: saber más de las mentes
criminales para construir personajes y por fin entrar en la experimentación de
la literatura policial.
Bibliografía
Coon, D. (2000). Fundamentos de psicología.
México: Thomson.
[1]
Consulta de blog en línea [psicologiacriminologica.blogspot.mx] 24/05/2015
21:00 h.
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