miércoles, 27 de mayo de 2015

Ensayo de alumnos

1. “G” de Grecia
Mi inicial comenzó todo. Conocí las letras de una manera muy peculiar, ¿y quién no?; a la mayoría de nosotros nos las presentaron en preescolar, a todos nos emocionaba cuando conocíamos a la “a” de agua,  la “m” de mamá, a la “p” de papá, y sin embargo el encuentro más importante de todos, al menos en mi caso, fue la “G” de Grecia. Cuando la conocí pensé “Que bonita letra, se ve tan difícil, ¿de verdad podré escribirla? Recuerdo que ésta fue una de las primeras cosas que aprendí a escribir, mi nombre completo, con todo y apellidos. Era un reto poder plasmar sus 27 letras en un cuaderno de forma italiana sin salirte del renglón, sin tocar raya y que todas estuvieran parejitas. A pesar de todo escribir era una simple acción que debía realizar, algo que la escuela enseñaba y yo debía de aprender, más o menos este fue mi concepto hasta que descubrí algo que cambiaría todo lo que sabía de las letras.
La mayoría de las personas que conozco considera que escribir es una actividad tediosa y aburrida, no les gusta hacerlo, relacionan esta acción con momentos negativos o al menos poco agradables. Recuerdan al maestro de primaria que les pedía 30 planas de una palabra mal escrita, al maestro de secundaria que al dejarles escribir algún texto para el día siguiente los aturdía pidiéndoles un mínimo de hojas-claro, sin contar la portada-, incluso al estudiar la licenciatura vemos este tipo de casos cuando un maestro pide elaborar un texto y la primera pregunta que surge entre los alumnos es ¿cuántas hojas tenemos que escribir?, aún más curioso es ver su reacción cuando el maestro responde “700 palabras” y su cara da a conocer el “mini infarto”  que les dio al escucharlo. Podría seguir contándoles muchas situaciones así, que aunque les sorprenda, consideran que escribir es sinónimo de sufrir.
Pero “el león no es como lo pintan”,  la escritura inició en el hombre como algo primordial, el habla posiblemente ya existía pero requerían de algo más, los guiaba algo más potente, el querer prevalecer. Con la escritura como «segunda memoria» el habla fue reforzada por los escritos, más aún la escritura permite una reflexión adicional y esto hace que el lenguaje escrito pueda tener una clara estrategia de la cual carece el lenguaje oral. Como en latín dijo Cayo Tito: Verba volant scripta manent (las palabras se vuelan lo escrito se mantiene) o como dirían en otro contexto “las palabras se las lleva el viento”.
El hombre quizá inventó la escritura por necesidad, sí, pero no se trató de una necesidad económica, sino espiritual, la arraigada y muy humana necesidad de comunicarse. Quiero decir que la escritura es algo inherente en nuestra naturaleza y que debemos considerarla como algo mucho más importante. A lo largo de mi vida me he encontrado con personas que les temen a las letras, y sí, podríamos pensar que debemos temer pues nos encontramos frente a una de las armas más poderosas del planeta, sin embargo ese es el primer obstáculo que debemos vencer para poder apreciar la verdadera esencia de las palabras: el miedo. Este miedo es como todos los miedos, no sabemos cómo es y eso nos asusta, creemos que no somos los suficientemente buenos y eso no detiene, o pensamos que es algo que no vale la pena hacer y eso nos aleja.
Deseo que las personas dejen de pensar en la escritura cómo quien piensa en una piedra en el zapato o una mosca en su sopa. Por ello comparto este escrito, al escribir me di cuenta que la escritura nos abre las puertas a partes de nuestro mundo que no conocíamos, al menos todos lo habrán experimentado una vez, con algún texto escolar, una nota para mamá o una carta de amor, nada se compara con la sensación de las ideas fluyendo en tu cabeza, tus dedos formando las palabras, cuando te das cuenta no sabes cómo detenerte o cuando te bloqueas pero haces todo por poder seguir. Muy a menudo las personas subestimamos su poder, Rudyard Kipling, un famoso narrador solía decir: "Las palabras constituyen la droga más potente que haya inventado la humanidad." Al menos los que por menos una vez hayan experimentado estas sensaciones estarán de acuerdo conmigo, escribir en sí es una posibilidad infinita, “Todo escritor necesita una inspiración y yo encontré la mía” (Marlowe, 2009) Los invito a encontrar su inspiración pues escribir es sinónimo de crear.

BIBLIOGRAFÍA


http://es.wikipedia.org/wiki/Escritura

2. MI GUSTO POR LOS GALLOS.
Miles de años antes de nuestra era, ya se realizaban la crianza, reproducción y distracción de los gallos de pelea. El gallo ha estado vivo y presente en toda la historia de la humanidad, ya sea  como ave que espanta los males como en Irán, ave sagrada en el código Manu de la India, modelo e inspiración de artistas y colección de arte en los museos de Turín, Génova, Valencia, New York, Madrid, Louvre o en Grecia en la cimera de Minerva, al lado de los dioses Marte o Mercurio, en millones de monedas, en escudos, así como está presente en el cristianismo entre San Pedro y Jesucristo.
En la actualidad, la vieja práctica y el gusto por las peleas de gallos, sigue vigente y se ha hecho muy común y popular en las fiestas de las comunidades.
Mi gusto por estos ejemplares, es por sus grandes hazañas dentro del redondel, y es que es digno de admirar toda la bravura con la que se aferran a la vida de manera inconsciente, pues ellos no saben que, “si no patean duro, difícilmente saldrán vivos”. Es difícil para mí, asimilar estos actos como un arte o un deporte. Habrá gente que diga que los gallos nacieron para eso, pero, ¿los humanos nacimos para hacer que se maten por dinero que ni siquiera será para ellos?
Naturalmente, estos valientes de los palenques,  se pelean para reclamar y defender su territorio, no para ganar apuestas, y difícilmente un gallo de buena casta se “rajará” a la batalla. Tal como se escucha en el mundo de los palenques “mi gallo no se raja, podrán quitarle la vida, pero no lo valiente” y es una frase muy atinada, pues los gallos luchan hasta que el filo de las navajas definen su suerte.
En mi sentir, aventar al combate a un gallo que he criado desde polluelo, sería como ver pelear a muerte a un amigo. Sería ver cómo lo maltratan, cómo lucha para no caer vencido, sería ver cómo alardea de su victoria o cómo sufre su agonía.

Una vez, tuve un encuentro muy cercano con un gallo, un gallo de “pelea”, y aunque aún era pequeño, lo recuerdo  claramente: yo jugaba en el patio de mi casa, corriendo por todos lados, tratando de no toparme con el gallo amarrado del tronco de un árbol. Todo estaba perfecto, yo jugaba feliz hasta que pasé demasiado cerca del gallo, en ese instante, el fino animal, de un fuerte aleteo, se desató y probó su potencia de patada en mis escuálidas piernas. Salí corriendo y gritando desesperadamente tratando de que mi padre me escuchara, afortunadamente, me escuchó, pero no fue para impedir que el gallo me pegara, sino para que no continuara haciéndolo. Tal vez, ese suceso hubiese desencadenado un trauma en mí, pero sucedió todo lo contrario, pues ese primer acercamiento, despertó mi gusto y admiración por los gallos de “combate”. Pero mi gusto no es por las peleas de estos animales, mi gusto es  apreciar su “estampa”, su finura, su valentía por defender lo que es suyo. Me llena de gozo escuchar el revoloteo de sus alas, seguido del fervoroso canto en las mañanas. Me encanta escuchar el cacareo cuando les doy su comida, es como una señal de agradecimiento que me alegra todo el día.

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