Intelecto hermafrodita
“Si Aristóteles hubiera guisado mucho más hubiera escrito”
Sor Juana Inés de la Cruz
“Una gran inteligencia es andrógina”
Coleridge
Tres botones de rosa distantes en el tiempo y sin embargo, su aroma y
belleza nos siguen atrapando. Sor Juana Inés de la Cruz (Nepantla,
México,1651-1695); Virginia Woolf (Londres, 1882- Sussex, 1941); y Rosario
Castellanos (Chiapas, 1925- Tel-Aviv, 1974). En los textos leídos para este
ensayo: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz; Un cuarto propio y Lección
de cocina, respectivamente
coinciden en una idea que camina para reivindicar la igualdad en las
capacidades del intelecto entre mujeres y hombres, y la desventaja que ha representado para la mujer haberla
acondicionado durante siglos, casi amaestrado con golpes y descalificaciones a asumir como parte de su naturaleza femenina las tareas de la
cocina y la crianza cada
vez que su intelecto se asomó fuera de las labores que no fueran las
domésticas.
En su cuento Castellanos menciona un proverbio
alemán que señala a la mujer como sinónimo de Küche, Kinder
y Kirche (cocina, niños e iglesia) para enmarcar, con ese refrán el destino de
la mujer que la sociedad patriarcal ha determinado y repite en sus oídos para
que no se salgan del huacal. A la distancia de nuestras flores y en el
imponente siglo XXI de tecnologías deslumbrantes en donde somos testigos que las
mujeres ingresan a cualquier carrera universitaria, se convierten en presidentas
de países, de partidos políticos y de empresas, conducen grandes máquinas, son médicas, actrices, pintoras, astronautas (sólo 3 han
viajado al espacio de 38 hombres), investigan y no existen trabas, aparentemente, para que obtengan los
mismos grados académicos que los hombres, incluso con esos logros, las mujeres
seguimos mayoritariamente destinadas
a resolver los asuntos de la cocina y de los niños.
¿Por qué
seguimos con ese equipaje a cuestas, cuando en apariencia las puertas están
abiertas de par en par, disponibles para hombres y mujeres y decidir libremente
el camino?
Las creencias
de la sociedad patriarcal que ha llenado de piedras el camino de las mujeres que
amenazaban su superioridad son muy añejas, diría milenarias, de ahí el esfuerzo
de mujeres arrojadas, valerosas, de inteligencias filosas para ir moviendo costumbres
y creencias como piedras pesadas en el río para allanar nuestro camino y
hacerlo fluir ligero. Nuestro primer botón, Sor Juana quien increpaba ya las
costumbres en los años seiscientos, clara en la idea de que no podía aplacar su
talento y sobre todo de no silenciar lo que en la época debía ser callado:
Aquellas
cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden
decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no
caber en las voces lo mucho que hay que decir.
Al increpar al obispo en su carta y
reivindicar el derecho que tiene de escribir sobre temas profanos, le pega a la
esencia de lo que ha provocado que la mujer siga puesta en la cocina y a la
orden de los niños con mucho menos oportunidades y grandes dificultades para la
expresión de sus facultades intelectuales y hacer dinero: la división de capacidades entre sexos.
Cuando Sor
Juana defiende su derecho a la escritura profana:
… decir que me han
perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las
letras, no porque haya conseguido
ni uno ni otro… y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me
prohíba el estudio,
demuestra
la absoluta falsedad de la inferioridad intelectual de las mujeres.
Con inmensa
diferencia de nosotras, ella hubo de quitar casi con las uñas por la dificultad
piedras mayúsculas para ejercer su
mayor placer, enfrentada no sólo a las tropelías de aquella sociedad virreinal, sino a lo que ella
misma llevaba inoculado por la tradición, quien se disculpa catalogando sus
deseos como necedades:
…impertinencillas
de mi genio…que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación
obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio.
Qué trabajo
más arduo remar a contracorriente
de la inmensa marea de
costumbres y tradiciones que conducía a las mujeres a las obligaciones domésticas
mientras en la realidad novelada nos pintaban como dueñas y señoras, como si
aquella vida la pudiéramos alcanzar y sólo fuera falta de voluntad o
entendimiento que no consiguiéramos los méritos para igualarnos a esas mujeres
de papel. Nuestra realidad fue
graciosamente alterada, quizá sin malicia, por los novelistas hombres, como lo
describe Virginia Woolf:
…si la mujer no
tuviera más existencia que la revelada por las novelas que los hombres
escriben, uno se la imaginería como un ser de la mayor importancia; muy
cambiante; heroica y mezquina, espléndida y sórdida; infinitamente hermosa y
horrible…tan grande como un
hombre… Pero esto es en la novela. En la realidad… la encerraban con llave, la
castigaban, y la tiraban por el suelo…En la novela domina las vidas de reyes y
conquistadores; en la realidad es la esclava de cualquier muchacho…
Pero en nuestra época, quien lo dijera, el engaño continua, no
sólo los medios de comunicación — espejo de Blanca Nieves en el que las amas de
casa son las mujeres más hermosas, felices y sonrientes o estás destinadas a seducir y conseguir
con su cuerpo perfecto—siguen reproduciendo las costumbres que nos ponen frente a las impecables cocinas de
acero inoxidable, después de siglos de acondicionamiento patriarcal las misma mujeres,
hemos terminado por creer en algún punto invisible y difícil de acceder que es
parte de nuestra naturaleza, una especie de bacteria inoculada. Con el título universitario y el mensaje
de liberación femenina que hemos recibido desde el siglo pasado, el panorama ha
empeorado: trabajo fuera y trabajo en casa. Aquí va lo que dice al respecto
el cuento de Castellanos:
Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del
hogar … En mis ratos de ocio me transformo en una dama de sociedad que ofrece
comidas y cenas a los amigos de su marido, que asiste a reuniones, que se abona
a la ópera, que controla su peso, que renueva su guardarropa, que cuida la
lozanía de su cutis, que se conserva atractiva, que está al tanto de los
chismes, que se desvela y que madruga
¡Vaya fin! ¿las mismas oportunidades en igualdad?
Basta con echar un vistazo a los súperes y mercados y a las
escuelas a la hora de la salida para confirmar sin mayor estudio quién se
encarga por mayoría absoluta en estos puestos y agregaría que de ese colectivo
casi todas guardan un título universitario.
No intento denostar el cuidado de los niños y de la cocina,
aunque bien reconozco es un
trabajo agotador, aún más a mitad del siglo pasado, cuando la gruesa cuerda de las costumbres
jalaban a las mujeres con mayor
torpeza que hoy y con muchas menos
voces que denunciaran la barbaridad de la asfixia, de entre ellas, Rosario Castellanos
quien en su cuento cuenta el atropello:
Se me atribuyen
las responsabilidades y las tareas de una criada para todo. He de mantener la
casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la alimentación infalible. Pero no
se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo
cambiar de amo...
¿Seguimos asumiendo
esas tareas sin chistar? ¿La domesticación sigue funcionando? Sí y no. La pesada lápida de siglos de
la naturaleza femenina y el instinto maternal como algo biológico en nuestro
sexo ha calado, de ahí que las mujeres sigan intercambiando recetas y tips para
cuidar a los vástagos; por otro lado, la del no, es la que le debemos a muchas
mujeres, entre ellas el intelecto de nuestros tres botones de rosas. Vieron la realidad
con los ojos bien puestos y ese no, el de sí chistar es el que cuenta, es el que ha ido desbrozando separando la hierba
mala de la buena: a fuerza ni la cocina ni los niños. Aunque las dos tareas
puedan ser disfrutables si se comparten equitativamente.
El agudo entendimiento de Sor Juana aseguraba
que la obra de Aristóteles hubiera sido mayor si éste hubiera entrado a la
cocina “Si Aristóteles hubiera guisado,
mucho más hubiera escrito”. Si
el filósofo se hubiera abierto a la experiencia de lo considerado femenino, su
intelecto hubiera captado la realidad en un espectro más vigoroso y completo.
No sólo como varón sino con el espíritu de una especie de varona. Además,
seguramente las delicias de la cocina le hubieran puesto sentimiento y emoción,
la sal y la pimienta a sus escritos.
Virginia Woolf no se anda por las ramas, observa con nitidez, no
se disculpa como Juana. Claro, el distorsionado lente se ha ido ajustando y
perdiendo borrosidad, ya las mujeres están en las universidades y cuentan con
el voto aunque les falte aún el dinero y el cuarto propio para que puedan
escribir.
La escritora inglesa desarrolló su ensayo sobre el tema las
mujeres y la novela, y su idea central: una
mujer debe tener dinero y un cuarto propio, viaja como la
luz de una estrella en el espacio que traspasa el tiempo y nos sigue iluminando.
Hacer dinero sirve para romper el cordón patriarcal que nos a confinado y nos
sujeta, invisible, atrasito de la
puerta. No sólo la independencia económica es suficiente para, además hay
que integrar un intelecto andrógino.
Virginia Woolf desarrolla el
concepto de la frase de Coleridge (poeta y filósofo inglés, 1772-1834): Una gran inteligencia es andrógina. Según Woolf, Shakespeare es el máximo
ejemplo de ese tipo de inteligencia que no sólo es recomendable para crear
obras artísticas. La mente
integrada por dos mitades femenina-masculina es el modelo la que rompe la
división de capacidades entre los sexos. La relación entre mujeres y hombres en
la dirección de la camaradería, no
de jefe y subordinado; en el eje del
amor que es unión y no hay en él extremos distantes dice Juana, no del que
ordena y el que obedece sino en el gusto de compartir esfuerzos y descansos.
Mujeres -varoniles y hombres-mujeriles. O como dice Lupercio Leonardo, (poeta,
historiador y dramaturgo español, 1559-1613) que cita Juana en su carta: bien se puede filosofar y aderezar la cena.
Digo yo, el intelecto no está peleado con la cocina y quien
cocina piensa y siente mucho mejor. Quitarnos de una bendita vez las telarañas del
exclusivo instinto biológico maternal, que también tienen los hombres y les
funciona excelente. Ese instinto
que nos han echado a cuestas mientras ellos se han puesto a chambear y a hacer
dinero y obra.
Necesitamos adiestrarnos
en la libertad, quitarnos las anteojeras del exclusivo club del instinto
materno que nos empuja a la crianza,
sacudir el plumero de las costumbres que nos confina como responsables
del menú y de la limpieza de la casa y del cuidado de los niños, con o sin
sirvientas, sean éstas muchas o pocas. Con la escoba barramos afuera de nuestra
cabeza esas ideas arcaicas de “… la casa
impecable, la ropa limpia, la comida lista y nutritiva, pero sin paga de ningún sueldo y
sin un día libre a la semana” como relata el
cuento de Castellanos.
Seamos mujeres con intelecto hermafrodita, con dinero y
habitación propia para que si aparece un hombre-mujeril, y lo más seguro es que
aparezca, le abramos no sólo las puertas de nuestro cuerpo, sino las de nuestra
inteligencia y corazón y, de ese modo seguiremos construyendo barcos que lleven a más hombres a las
orillas de los quehaceres de la casa, la cocina y los niños que vale aclarar es
un esfuerzo con frutos primorosos, más si se comparte el trabajo: los hijos
crecen mejor.
Tal vez dentro de no muchos años, el proverbio alemán se
enriquezca con la figura del hombre y nuestros tres botones de rosa terminen
por descubrir la belleza de sus pétalos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario