Patricia
Suárez: Mi viaje a la semilla
Primera
parada: “El cohete”
Preguntas
1) El cohete y la persona que lo mira.
2)Sube, quítase, lanza, sacude, deja caer.
3)El espléndido, el loco, el príncipe magnífico.
4) Sube el cohete, el espléndido, el loco, el príncipe
magnífico, vestido de máscara, con cerrado estrecho dominó de luto. Cuando ya
no podemos alcanzarle, y para más mofarse de nosotros, se quita el antifaz,
lanza un grito burlón, sacude su escarcela y deja caer piedras preciosas, que
ya no llegan a nuestras manos, ya tendidas y abiertas, porque en el aire se
pierden juguetonas.
5) Le dicen el toro, el torito. Lo montan en los hombros
de algún despistado que solamente busca divertirse, y lo encienden. Entre multitudes
se abre paso el manojo multicolor. Busca a los mirones más cercanos para
hacerlos huir o para embestirlos; su alimento son las risas y los gritos.
Orgulloso y engreído presume sus luces en grandioso esplendor colorido, y se
siente extasiado con el traje suntuoso. Pero su emoción es efímera. Luego de
giros veloces y extenuantes bufidos se extingue poco a poco el toro, exhalando
un último aliento, con el triunfo de aquellas risas burlonas que se le clavan
cual banderilla letal.
Segunda
parada: “El artista”
1) La del "Placer que dura un instante" y la
del "Dolor que se sufre toda la vida".
2)Porque ya no había más bronce en el mundo y quería que
su obra fuera de ese mismo material.
3)Deseo, placer, dolor, sufrimiento, amor.
4)La lección, para mí, tiene varios elementos que
considerar. A veces somos inflexibles y deseamos para nuestra vida justamente
aquello que escasea. Quizás el artista pudo haber hecho su estatua con otro
material. También pienso en la dualidad, en el destruir algo negativo para
crear algo positivo. Estamos en una constante transformación, pero es necesario
procurar que lo que vayamos construyendo sea cada vez mejor. La estatua del
dolor, a mi parecer, simboliza el pasado, y la estatua del placer simboliza el
presente. El hecho de que ambas sean del mismo material es una representación
de nosotros mismos. Somos lo que somos; no podemos cambiar nuestra esencia,
pero podemos modificar la forma y la manera de percibir el mundo.
5) Yo haría la estatua del "Disfrute del presente".
Tercera parada:
“Autorretrato”
Ésta que ves aquí, de rostro redondo, cabello teñido,
frente amplia y descubierta, de grandes ojos, de nariz pequeña, de mejillas
prominentes, boca delgada, adornada con un lunar arriba a la derecha, los
dientes que fueron durante años metidos a fuerzas en una hilera más o menos
alineada; el cuerpo con más curvas de las necesarias, la piel morena; algo
pesada debido a cargas de las que no se ha desprendido completamente; éste digo
es el rostro de la autora de algunos cuentos y de la que dejó su ciudad amada
por haber encontrado el amor, llámase comúnmente Juana Patricia Suárez Ornelas.
Fue asidua estudiante, primero por complacer a su padre, de quien buscó siempre
la aprobación; luego, por no padecer las mismas carencias que su madre, pero
finalmente encontró en el estudio su adicción. Luchó a los 16 años contra la
enfermedad cerebral de su madre y eso la obligó a madurar y a ser fuerte de
carácter y de espíritu, a alcanzar sus metas, pero sin dejar de velar por quien
le dio la vida. En esta suerte de dificultades encontró la empatía con el
prójimo y se dedicó a militar bajo las banderas de la educación, preparando
alumnos que pasan por la etapa que para ella fue la más difícil, la
adolescencia.
Cuarta
parada: Piedra de sol
Escribes
en mi piel y esas heridas
|
Te
grabas en mi piel dulce deseo (2)
|
Armada
de navajas invisibles
|
Armado
de placer hasta los dientes(6)
|
Como
un traje de llamas me recubren
|
Como
manto de llamas me desvisten (8)
|
Una
roja escritura indescifrable
|
Una
limpia ternura irresistible (7)
|
Y
tus pechos tu vientre tus caderas
|
Y tu lengua, tus labios, tus mordidas
(4)
|
Son
de piedra, tu boca sabe a polvo
|
Es
de agua tu mirada, sabe a tierra (5)
|
Tu
boca sabe a tiempo emponzoñado
|
Tu
pecho sabe a tímido silencio (12)
|
Tu
cuerpo sabe a pozo sin salida
|
Tu
pelo sabe a temporal amargo (1)
|
Ardo
sin consumirme, busco el agua
|
Canto
sin escucharme, subo al cielo (11)
|
Y
en tus ojos no hay agua, son de piedra
|
En
tus ojos no hay tiempo, son de arena (10)
|
Pasadizo
de espejos que repiten
|
El
camino en reflejos se convierte (9)
|
Frente
a la tarde de salitre y piedra
|
Esta
noche de vino entre tus piernas (3)
|
Quinta
parada: El derecho de soñar
Ejerciendo
mi derecho de soñar
Cuautla, Morelos.
No sé cómo será el mundo en 2025, pero no auguro nada bueno, a menos
que los seres humanos aprendamos a no tomarnos la vida tan en serio.
En el año 2025 la humanidad no se distinguirá de las máquinas, pues
todos habrán de comportarse igual. Se darán cuenta de que los sentimientos no
son una prioridad. Si no hay sentimientos, no hay culpas y no hay enfermedades.
La industria farmacéutica quebrará.
La naturaleza se conservará
en reservas, se cobrará la entrada a esos lugares y se ejecutará a quienes las
dañen con su basura.
Los animales que hoy tratamos
como mascotas serán parte de la familia, se sentarán a la mesa, tendrán sus
propios baños y se tomará en cuenta su opinión en los asuntos políticos del país.
La gente dejará de usar
automóviles, pues como habrá perdido por completo la habilidad para caminar, tendrá
ruedas en los pies.
El agua será muy costosa,
pues debido a su escasez las industrias la van a acaparar para embotellarla y
obtener ganancias. Lo mejor es que no será necesaria porque solo tomaremos
Coca-cola, por su precio tan bajo y porque la tecnología habrá diseñado
riñones, vejigas y demás órganos artificiales.
El oxigeno se venderá en
tanques y será más caro todavía que el agua, la cual, debido a su escasez será
casi inexistente.
La gente no necesitará
televisión en casa, pues podrá llevarla a donde sea. Además usarán tablets para estar informados y
conectados en todo momento. Habrá centros de reunión de padres e hijos en los
que ya no será necesario hablarse sino que conversarán por medio de chats, lo
que será un beneficio para la comunicación familiar.
Las guerras ya no serán por
petróleo sino por agua.
Solo los maestros que
demuestren sus habilidades de podrán enseñar. Darán clases de Disfrute de la
vida, de No hay mejor momento que ahora, de Aprenda usted mismo, de Actúe, no
solo piense. No habrá plazas ni prestaciones, pues la gente dejará de
preocuparse por el futuro.
Los religiosos monoteístas recibirán
una señal de su Dios, que les informe que cada uno de ellos, es en realidad el
mismo y uno solo, y que ese sirve igual a todos. Se unirán en cantos de paz y
dejarán de matarse unos a otros.
Sexta
parada: Continuidad de los parques
Amantes
Ella
había empezado a leer la novela unos meses antes. La abandonó porque su vida
personal tomó un giro inesperado. Volvió a abrirla esa noche, después de
limpiar el departamento, hacer la cena y arreglarse; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Se arrellanó en el futón
escarlata para continuar con su lectura mientras esperaba al nuevo destinatario
de sus amores. Desde ahí, podía distinguirse a través de la ventana la avenida
cada vez más cargada de automóviles, lo que indicaba que los edificios aledaños
empezaban a vomitar empleados hacia la calle. Él no tardaría mucho tiempo en
llegar. Se dejó envolver una vez más en la trama de la historia Su memoria
retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la
ilusión novelesca la ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de
irse desgajando línea a línea de lo que la rodeaba, y sentir a la vez que su
cabeza descansaba cómodamente en el respaldo, que los cigarrillos seguían al
alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del
anochecer sobre la cuidad. Palabra a palabra, inmersa en la pasión reprimida de
los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían
color y movimiento, fue testigo del último encuentro en el departamento. La
protagonista esperaba a su amante con la cena lista. Mientras pasaba el tiempo,
recostada en el sofá, escuchó que la llave entró en la chapa, que se atoró y
hubo forcejeo. La puerta se abrió y entró él con un ramo enorme de rosas
blancas. Ella lo abrazó efusivamente y lo llenó de besos, pero él la rechazaba,
pues no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta,
protegida por el ajetreo citadino. Él sudaba excesivamente, pero se negó a
quitarse el saco. Ocultó sus manos dentro de los bolsillos para que ella no
notara su deseo de estrechar carne tibia. Un diálogo cortante y seco advertía
la decisión que él había tomado desde que la vio por primera vez. Ella lo enredaba
en caricias que, sin pensarlo, lo disuadían y retrasaban su objetivo. A pesar
de ello, él contaba y disfrutaba cada segundo que lo acercaba al placer
infinito. Cenaron juntos,
sin hablar más que lo necesario. Ella no debía
preguntar nada, y no lo hizo. No debía resistirse a hacer el amor en el sofá, y
no se resistió. Mientras yacían, ella satisfecha y él ansioso, él acarició el
cuello de la amante durante un rato, aumentando cada vez la intensidad de la
opresión, hasta que, dejándose llevar por un impulso primitivo, le arrebató al
cuerpo su último suspiro.
¿Qué?
No esperaba una narración así, entonces se decepcionó de la novela y la dejó de
lado. Escuchó que una llave giraba en la chapa, que se atoraba y había
forcejeo. Cuando por fin se abrió la puerta, entró su amante con un enorme ramo
de rosas blancas.
Séptima parada: “El cuento por
entregas”
La pasión de José
Se
dice que un padre es el que nos cría, no el que nos engendra, pero para José,
el padre de Jesús de Nazaret, ese dicho se convirtió en un lastre. Antes de la
boda, José se enteró de que su futura esposa ya estaba embarazada, y por miedo al
deshonor no se lo dijo a nadie. Ella le explicó que aunque fuera a casarse con él
por acuerdo de los padres, en realidad estaba enamorada de Ángel. Luego, José tuvo
a bien soñar con un oportuno ángel (con
alas y todo), quien le dijo que no se preocupara, que a su esposa la habían embarazado
sin mancha y seguía siendo virgen, pues llevaba en sus entrañas al hijo de Dios.
José aceptó el sueño como realidad y no quiso tocar a su esposa hasta
que naciera Jesús; con el paso del tiempo, se dio cuenta de que cuanto más crecía
su primogénito, se volvía más mimado, presumido, engreído, desobediente, pues
su madre le había dicho que su verdadero padre era Dios y lo sobreprotegía por
haber sido el fruto de su primer amor. Entonces, José trató de enseñarle a su
hijo un oficio para ponerle los pies en la tierra y que dejara de sentirse
superior, mas Jesús lo desdeñó: no quería ser carpintero, quería ser rey.
José tomó a sus demás hijos y abandonó a María, pues ella los había
desplazado. Lo que fue de él a partir de ese momento no les importó ni a María
ni a Jesús ni a las Sagradas Escrituras.
Un día, José se enteró de que por andarse creyendo rey, su hijo Jesús
había sido crucificado, y que María estaba inconsolable. No pudo evitar
sentirse triste, pero sabía que era una buena lección. Así, cuando sus hijos se
portaban de manera inadecuada, José ponía el ejemplo del hijo mayor y todos
obraban bien, pues no querían terminar en una cruz, como su hermano.
Octava parada: “Literatura”
Infidelidad (primer texto, perspectiva femenina)
Ana
se levantó esa mañana pensando en la monotonía de su matrimonio y se dispuso a
vivir una aventura. Su esposo había salido muy temprano a entregar un trabajo
urgente en domingo.
Era
el momento perfecto. Había comprado algunos rosales, así que salió al jardín
dispuesta a sembrar un nuevo amor. Eligió de entre todos el más grande, fuerte,
cuyo verde de las hojas era brillante y seductor, el que ostentaba una flor
abierta, roja, arrogante. Lo tomó con deseo y caminó con él frente a todas las
plantas. Sin prestar atención a los juicios malintencionados de los tulipanes,
girasoles y violetas, eligió un lugar apartado, detrás de los juncos, donde
toda la tarde resplandecía el sol.
Cuidándose
de las flores celosas, asió con fuerza el azadón y empezó a aflojar la tierra.
Una sensación de placer le recorrió la espalda. El vaivén la hipnotizó: la pala
entraba y salía mientras se abría un hueco profundo y cálido. Tomó ávidamente
el rosal, desprendió con sutileza las ropas negras y sensuales que cubrían las
raíces y lo colocó justo en el hoyo mientras exhalaba un gemido.
Luego
de un respiro, Ana cubrió las raíces volviéndose ocasionalmente hacia las
plantas que se asomaban curiosas y aplanó la tierra para ocultar los vestigios
del pecado, pero al levantarse, una espina le desgarró el vestido. Tuvo que
cruzar el jardín, entre todas esas miradas, con la marca que la delataba, pero
dispuesta a elegir otro rosal para repetir la aventura.
Examen de ortografía (segundo texto,
perspectiva infantil)
Que
si las vocales fuertes, que si las débiles, que si el diptongo, que si se
rompe… Luciano no entendía nada, así que decidió irse a jugar, aunque se sentía
culpable y no podía dejar de pensar en el examen de ortografía.
Tenía cinco soldados. A cada uno, le puso el nombre de una vocal e
hizo dos equipos para formar el regimiento: había tres fuertes y dos débiles.
Colocó a cada grupo en un cuartel, pero los soldados fuertes eran muy
engreídos, groseros y se la pasaban peleando. Los débiles eran muy tímidos y
cobardes. Entonces, formó algunas parejas que propiciaron que los débiles se
dieran cuenta de sus desventajas y exigieran una armadura que igualara las
condiciones de vida. Todos estaban inconformes y armaron una revuelta.
Tuvo que bajar desde la repisa el señor G.I. Joe para dictar las leyes
de convivencia:
de
ahora en adelante en el regimiento de Palabras, habría cuarteles formados por
un soldado débil y uno fuerte; dos soldados fuertes no estarían juntos en el
mismo cuartel para evitar peleas y conspiraciones; los soldados débiles
recibirían no una armadura sino un sombrero de punta inclinada con poderes
especiales, pero al ponérselo deberían dar un grito para avisarles a los demás
que se convirtieron en soldados fuertes, gozando de los mismos derechos y
cumpliendo las mismas obligaciones que estos.
Ya cansado, Luciano se
fue a dormir sin darse cuenta de que el conocimiento se afianzaba para salir
fresco y divertido en el examen.
Novena y
décima paradas: “El ensayo que anida en el cuento y en la crónica”
Texto (tesis)
a partir de “Lección de cocina” de Rosario Castellanos
El lugar de la mujer está en la cocina. Desde el principio de los
tiempos ha estado ahí. La mujer puede extraviarse en aulas, en calles, en
oficinas, en cafés; desperdiciada
en destrezas que ha de olvidar cuando se casa para adquirir otras.
Parten del supuesto (los recetarios y la
sociedad) de que todas estamos en el ajo y se limitan a enunciar.
El hombre puede darse el lujo de “portarse como
quien es”. Pero la abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el
nido, sonríe a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio.
La religión todavía pesa en la conciencia de las
mujeres. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como
una secreción y no tan terrible como un sacramento.
Al casarse se pierde el nombre y es difícil
acostumbrarse al nuevo, que tampoco es de uno sino del marido.
La sociedad supone que la mujer, por el simple
hecho de serlo debe poseer intuición que le permita, por ejemplo, saber el
momento preciso en que la carne está a punto.
La virginidad. Cuando se descubre parece un
hallazgo. Ansiaba justificarme, explicar que si llegué hasta ti intacta no fue
por ni por orgullo ni por fealdad sino por un apego al estilo.
El hombre por naturaleza sí puede tener recuerdos
de otra mujeres o desearlas en el porvenir. Gimes inarticuladamente y quisiera
susurrarte al oído mi nombre para que recuerdes quién es a la que posees. Soy
yo. Tu esposa, claro. Llevo una marca de propiedad y no obstante me miras con
desconfianza. No estoy tejiendo una red para prenderte.
Se me atribuyen las responsabilidades y las
tareas de una criada para todo. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me
concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra
parte, contribuir al sostenimiento del hogar.
La educación y la religión juegan un papel
importante en la formación de la mujer. Así voy a quemarme yo en los infiernos
por mi culpa, por mi grandísima culpa. A esta carne su mamá no le enseñó que
era carne y que debería comportarse con conducta. Aquí no huele a carne humana
sino a mujer inútil.
Cuando se quiere eliminar el yugo se tiende a
tomar el otro extremo. Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este
momento. Yo impondré las reglas del juego. Si asumo la otra actitud, la balanza
se inclinará a favor de mi antagonista y yo iré por la sinuosa vía que
recorrieron mis antepasadas, las que no abrían los labios sino para asentir, y
lograron la obediencia ajena hasta al más irracional de sus caprichos.
Me repugna actuar así. Esta definición no me es
aplicable y tampoco la anterior, ninguna corresponde a mi verdad interna,
ninguna salvaguarda mi autenticidad.
Texto (tesis)
partir de “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” de Sor Juana
¿Cómo me atreviera yo a tomarlo en mis indignas manos [el Cantar de
cantares], repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así
confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha
hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quien quería
brotar; el cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una
herejía contra el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con
risa y los críticos con censura […] porque según la misma decisión de los que
lo calumnian, ni tengo obligación para saber ni aptitud para acertar; luego, si
lo yerro, ni es culpa ni es descrédito.
Yo no estudio para escribir, ni
menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si
con estudiar ignoro menos.
Le he pedido [a Dios] que apague la luz de mi
entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás
sobra, según algunos en una mujer.
Le dije [a la maestra] que ni madre ordenaba que
me diera lección . Ella no lo creyó porque no era creíble. La maestra lo ocultó
y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden.
No me parecía razón que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias.
Entreme religiosa porque aunque conocía que tenía
el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas
repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía para el
matrimonio era lo menos proporcionado y más decente que podía elegir en materia
de la seguridad que deseaba de mi salvación.
Al fin a que aspiraba era a estudiar Teología,
parecíame menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta
vida se puede alcanzar, por medios naturales de los divinos misterios.
Pareciome preciso para llegar a ella [a la Teología] subir por los escalones de
las ciencias humanas; porque ¿cómo entendería el estilo de la Reina de la
Ciencias quien aun no sabe el de las ancilas?
Bendito sea Dios que quiso que fuese hacia las
letras y no hacia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable.
Sobre las palmas de las aclamaciones se han levantado y despertado tales
áspides de emulaciones y
persecuciones, cuantas no podré contar, y los que más nocivos y sensibles para
mí han sido no son aquellos que con declarado odio y malevolencia me han
perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien me han mortificado y
atormentado más que los otros.
El que se señala —o le señala Dios,
que es quien sólo lo puede hacer— es recibido como enemigo
común, porque parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que
hace estanque de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen.
Cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen
en inconsecuencias.
Menos intolerable es para la soberbia oír las
represiones, que para la envidia ver los milagros. En todo lo dicho, no quiero
decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido amor a la
sabiduría y a las letras, no
porque haya conseguido ni uno ni otro.
Debido a que le prohibieron estudiar porque era
cosa de la Inquisición… Yo obedecí en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a
no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer,
porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios
crió.
¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de
cocina? Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
Si estos fueran méritos (como los veo por tales
celebrar en los hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obro necesariamente.
Si son culpa, por la misma razón creo que no la he tenido; más con todo, vivo
siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fío de mi
juicio.
Y esto es tan justo que no sólo a
las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con
sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de
las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles
y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos
sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que
estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes,
inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley. A éstos, más daño les
hace el saber que les hiciera el ignorar. Mientras más estudian, peores
opiniones engendran.
¡Oh si todos —y yo la primera, que
soy una ignorante— nos tomásemos la medida al talento antes de estudiar, y lo
peor es, de escribir con ambiciosa codicia de igualar y aun de exceder a otros,
qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos excusáramos y cuántas
torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mías en
primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera.
¡Cuántos daños se excusaran en
nuestra república si las ancianas fueran doctas y supieran enseñar como manda
San Pablo y mi Padre San Jerónimo!
Pues si vuelvo los ojos a la tan
perseguida habilidad de hacer versos —que en mí es tan natural, he buscado muy
de propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado. Los más de
los libros sagrados están en metro.
Yo de mí puedo asegurar que las
calumnias algunas veces me han mortificado, pero nunca me han hecho daño,
porque yo tengo por muy necio al que teniendo ocasión de merecer, pasa el
trabajo y pierde el mérito, que es como los que no quieren conformarse al morir
y al fin mueren sin servir su resistencia de excusar la muerte, sino de quitarles
el mérito de la conformidad, y de hacer mala muerte la muerte que podía ser
bien.
Reflexiones a partir de los textos de Sor Juana, Rosario
Castellanos y Virginia Woolf
No es necesario apresurarse.
No es necesario brillar.
No es necesario ser nadie
más que uno mismo.
Virginia
Woolf
Luego de leer “Respuesta a sor Filotea”, “Lección de cocina” y Una habitación propia, llamó mi atención
la diferencia de tiempos en que fueron escritas y la vigencia de los temas que
abordan. A pesar de que hemos creído que las condiciones formativas de las
mujeres han cambiado, aún existen ámbitos en los que se resisten, ya sea por
situaciones económicas o de educación, a su propio avance. La religión, la
moral, la sociedad han marcado pautas que todavía hoy son difíciles de superar.
La
cocina es un tema en el que convergen los tres textos. Cuando Rosario
Castellanos dice “Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha
estado aquí”, pienso en el rol tan importante que desarrolla la mujer al ser la
cocinera oficial de la familia. También Sor Juana menciona: “¿Qué
podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?”. Y Virginia Woolf detalla
su almuerzo poniendo especial énfasis en los platillos:
“[…] el almuerzo
empezó
con lenguados, servidos en fuente honda y sobre los que el cocinero del colegio
había extendido una colcha de crema blanquísima, pero marcada aquí y allá, como
los flancos de una gama, de manchas pardas. Luego vinieron las perdices, pero
si esto os hace pensar en un par de pájaros pelados y marrones en un plato os
equivocáis. Las perdices, numerosas y variadas, llegaron con todo su séquito de
salsas y ensaladas, la picante y la dulce; sus patatas, delgadas como monedas,
pero no tan duras; sus coles de Bruselas, con tantas hojas como los capullos de
rosa, pero más suculentas”.
La
intuición de cocineras es algo que la sociedad cree que las mujeres deberíamos
tener, y cuando, como Castellanos, sentimos que no la poseemos experimentamos
cierta frustración que se equilibra con otro tipo de conocimientos. En el
transcurso de los años esta idea se ha tomado casi como dogma, tanto, que
cuando una mujer no sabe cocinar ni disfruta de ello es considerada como
mutilada, como si le faltara una parte muy importante de su feminidad.
Por
otro lado, pero íntimamente ligado a lo anterior está la educación que mamamos
de generación en generación, y que, por lo menos en México se distingue en su
mayoría por el fomento del machismo exacerbado. Gracias a la religión, como lo
relata Sor Juana, creemos que las mujeres tienen pocos caminos en la vida: “Entreme
religiosa porque aunque conocía que tenía el estado de cosas (de las accesorias
hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la
total negación que tenía para el matrimonio era lo menos proporcionado y más
decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi
salvación”. Dios, el matrimonio, o la indecencia, no hay de otra. Quizás,
algunas mujeres prefieren desear a que llegue su príncipe y las rescate. Y
mientras esperan leen novelas románticas tradicionales admiran la naturaleza
mientras canturrean lo felices que son porque vendrá pronto el amor. Otras
mujeres, desde Sor Juana deciden buscar su propia realización por el medio que
sea o que tengan a su alcance.
Asimismo el machismo nos deja una educación que
no acepta la igualdad entre sexos. Esta diferencia tan marcada entre hombres y
mujeres también la aborda Rosario Castellanos cuando dice, por ejemplo, que su
esposo puede comportarse como él quiera, pues es hombre, pero que ella
“abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a
semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio”. Claro que lo dice de manera irónica,
pero no podemos negar que es una realidad impuesta. Además, defiende su propio
derecho de no ser parte de esa idea arraigada de lo que sí puede hacer una
mujer y lo que no, sino que busca ser auténtica.
Por
otro lado, también pareciera que para la mujer no hay más camino que ser una
criada sin goce de sueldo, pues por una parte es esclava de los quehaceres y
las necesidades del marido, y por el otro, es esclava de las reglas sociales y
de los preceptos religiosos, que al no ser cumplidos cabalmente solo traerán
culpa y exigencias absurdas de perfección en situaciones que ellas no siempre
pueden controlar.
Finalmente,
creo que se podría discutir acerca de todos los temas que las tres autoras
abordan de manera específica, pero creo que la raíz está en el valor que la
mujer dé a su propia formación, a sus conocimientos, a su afán de ignorar menos
si así lo quiere; o bien, a tener hijos y dedicarse a su familia si es lo que
la satisface. El logro de nuestra época y de nuestra sociedad radica en la
oportunidad de decidir, y eso es lo que debemos celebrar. Sea cual fuere el
camino que escojamos, lo mejor es asumirlo y asumirnos como parte fundamental
de esa historia. Escribamos nuestra novela, romántica o posmoderna, no importa,
pero hagámoslo con convicción y con orgullo no de nuestro sexo sino de nuestra
humanidad.
Reflexión
final
Este fue un viaje corto pero sustancioso. En principio,
me pareció que diez sesiones de viaje serían pocas; no contaba con que cada una
representaría retos tan variados. Titulé mi trabajo Mi viaje a la semilla, porque volví a entrar en detalles literarios
de los que no me ocupaba hacía tiempo.
Por ejemplo,
cuando leí las preguntas del ejercicio de la primera parada, pensé que eran muy
obvias, pero me di cuenta de que cada quién interpretó algo diferente; o bien,
aunque la pregunta era muy concreta, yo tendía a responder lo que no me estaban
preguntando. Además me encantó comparar con mis compañeros algo tan simple como
encontrar a los personajes de un cuentito, pues a cada uno elegía diferentes. Eso
me hizo preguntarme como maestra ¿en realidad me doy a entender en las
preguntas que les hago a mis alumnos?, ¿lo que ellos responden puede definirse
como “bien o mal”?
En la segunda
parada el reto era un poco mayor, pues aunque partía de información explícita
del texto de Wilde, ahora sí había que aportar algo de interpretación para
generar nuestra propia propuesta. Pero antes que todo debíamos comprender
exactamente lo que el texto nos decía: eso fue lo más difícil.
La tercera
parada representó uno de los trabajos más difíciles: hablar de mí misma. Había
que desnudarse y exhibirse, llamarles a las cosas por su nombre, dejar los
eufemismos, además de partir de una estructura de lenguaje muy diferente a la
que me es familiar. No fue sencillo. Descubrí también que es más fácil
encontrar mis defectos que mis cualidades.
La cuarta
parada fue hermosa, pues el objetivo era escuchar la música que hay en las
palabras y crear un universo completo en cada verso. Fue de los ejercicios que más
disfruté y, dicho sea de paso, fue el que me hizo entender que la poesía no es tan
difícil ni tan tediosa como yo creía.
La quinta
parada fue muy complicada porque descubrí que a veces me tomo la escritura muy
en serio y que me cuesta trabajo jugar con las palabras y encontrarles ironía y
humor.
“Continuidad
de los parques” es uno de mis cuentos favoritos de Cortázar, pero nunca creí poder
escribir uno parecido. De él aprendí la importancia de la secuencia de los
hechos, de la claridad de las situaciones y de la construcción completa de los
personajes, pero todo esto solo con pinceladas.
La
séptima parada fue otra dificultad, que se relacionó mucho con la del texto de
Galeano. Aprendí que para responderle a un texto, a veces hay que ir más allá
de él, trasgredirlo, no solo rodearlo o explicarlo.
La
octava parada fue el cambio de perspectiva. Me enseñó a ponerme en los zapatos
del otro y a respetar su voz y su situación.
Las
dos últimas paradas fueron un conjunto de todo lo anterior: comprensión de
lectura, distinción de épocas, personajes en diferentes sociedades, el sexo
femenino visto desde tres ángulos diferentes, búsqueda de ideología en los
textos, análisis y creación de una nueva propuesta. Creo que me quedé corta en
el ensayo, pero me quedan las ganas de hacer otros más profundos y de abordar
varios temas que se quedaron pendientes.
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