El ama de casa, con el delantal aún puesto después de
fregar los trastes de la cena y de acompañar a la cama a su hijo pequeño, sacó
una pluma y la recargó sobre la libreta de recetas. La abrió por la parte de en
medio, en una división hecha con una de sus hojas dobladas con las puntas hacia adentro y un título en el margen interior
que decía: recetas nocturnas. Se dispuso a
escribir sobre la vida en otras planetas.
Veía las estrellas desde su ventana y su lápiz colonizaba el espacio blanco con
galaxias lejanas. Sus quehaceres rutinarios se le
antojaron el ciclo interminable del
universo creando estrellas y planetas. Ella, que sólo
viajaba a la ciudad contigua los días de fiesta en su automóvil que
avanzaba lento, ahora describía los viajes
interplanetarios a la velocidad de la luz discurriendo a través de agujeros cósmicos. Pensó en la
lentitud en que corrían sus horas, en la pesadez de su vida que se repetía día con día repleta de sueños inconclusos, y a pesar
de ello, al terminar de escribir, se sintió como un planeta sin estrella
flotando libre en el universo.
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