domingo, 3 de noviembre de 2013

Octava parada, primer texto. Graciela Zamora



El ama de casa, con el delantal aún puesto después de fregar los trastes de la cena y de acompañar a la cama a su hijo pequeño, sacó una pluma y la recargó sobre la libreta de recetas. La abrió por la parte de en medio, en una división hecha con una de sus  hojas dobladas con las puntas hacia adentro y  un título en el margen interior que decía: recetas nocturnas. Se dispuso a escribir sobre la vida en otras planetas. Veía las estrellas desde su ventana y su lápiz colonizaba el espacio blanco con  galaxias lejanas.  Sus quehaceres rutinarios se le antojaron el  ciclo interminable del universo creando estrellas y planetas.   Ella, que sólo viajaba a la ciudad contigua los días de fiesta en su automóvil que avanzaba lento, ahora describía los viajes interplanetarios a la velocidad de la luz discurriendo a través de agujeros cósmicos. Pensó en la lentitud en que  corrían sus horas, en la pesadez de su vida que se repetía día con día repleta de sueños inconclusos,  y a pesar de ello, al terminar de escribir, se sintió como un planeta sin estrella flotando libre en el universo. 

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