lunes, 4 de noviembre de 2013

África mía



África Mía
Octava Parada RGRZ

         La novelista, enfundada en una bata de color indefinido, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró y se dispuso a relatar un safari en África. No conocía la selva y sin embargo iba a pintar las fieras en su hábitat natural. Los únicos animales salvajes que había visto eran los del zoológico de Chapultepec y ahora tenía que decir cómo eran los leones, los rinocerontes y los elefantes en Kenia. El ronroneo de sus gatos se convertía en el rugido del león estableciendo su derecho a comer primero. La lucha que sostenía con los editores para que le pagaran las traducciones entregadas, se le antojaba la lucha del león contra las hienas que se acercaban por los despojos de la cebra muerta. El llanto de su bebita, se convertía en el ulular del viento, el graznido de las aves y el silbido de los árboles en la noche. Mira su entorno y ve las montañas de trastes sucios y  la ropa sin lavar, esto se convierte en un paraje intrincado de la selva que habría que atravesar a pie, o mejor evitar,  en medio del calor sofocante.

El niño

         Después de ser partícipe y víctima de uno de esos inventos contemporáneos al que llaman escuela de tiempo completo, llegó exhausto a casa a las 5:30 de la tarde, cuando había empezado a las ocho de la mañana. Rápidamente se quitó el uniforme y se vistió con los vaqueros más viejos y cómodos que tenía. Veloz, cual saeta, se dirige a la cocina, toma un bolillo, muerde uno de los extremos y  selecciona uno de los plátanos más maduros del frutero; acto seguido lo embute en el pan por el agujero en su extremo,  rocía sobre aquella pasta una cucharadita de azúcar y sonríe.
         El niño siente un placer inenarrable. La disyuntiva es:  la calle o la tarea. Es viernes,  las escondidillas, entre gritos y risas. La tarea queda para otro día, hay mucho tiempo.

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