África Mía
Octava Parada RGRZ
La novelista,
enfundada en una bata de color indefinido, metió en la máquina de escribir una
hoja de papel, la numeró y se dispuso a relatar un safari en África. No conocía
la selva y sin embargo iba a pintar las fieras en su hábitat natural. Los
únicos animales salvajes que había visto eran los del zoológico de Chapultepec
y ahora tenía que decir cómo eran los leones, los rinocerontes y los elefantes
en Kenia. El ronroneo de sus gatos se convertía en el rugido del león estableciendo
su derecho a comer primero. La lucha que sostenía con los editores para que le
pagaran las traducciones entregadas, se le antojaba la lucha del león contra
las hienas que se acercaban por los despojos de la cebra muerta. El llanto de
su bebita, se convertía en el ulular del viento, el graznido de las aves y el
silbido de los árboles en la noche. Mira su entorno y ve las montañas de
trastes sucios y la ropa sin lavar, esto
se convierte en un paraje intrincado de la selva que habría que atravesar a
pie, o mejor evitar, en medio del calor
sofocante.
El niño
Después de ser
partícipe y víctima de uno de esos inventos contemporáneos al que llaman
escuela de tiempo completo, llegó exhausto a casa a las 5:30 de la tarde,
cuando había empezado a las ocho de la mañana. Rápidamente se quitó el uniforme
y se vistió con los vaqueros más viejos y cómodos que tenía. Veloz, cual saeta,
se dirige a la cocina, toma un bolillo, muerde uno de los extremos y selecciona uno de los plátanos más maduros del
frutero; acto seguido lo embute en el pan por el agujero en su extremo, rocía sobre aquella pasta una cucharadita de
azúcar y sonríe.
El niño siente
un placer inenarrable. La disyuntiva es: la calle o la tarea. Es viernes, las escondidillas, entre gritos y risas. La
tarea queda para otro día, hay mucho tiempo.
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