Texto (tesis)
partir de “Lección de cocina” de Rosario Castellanos
El lugar de la mujer está en la cocina. Desde el principio de los
tiempos ha estado ahí. La mujer puede extraviarse en aulas, en calles, en
oficinas, en cafés; desperdiciada
en destrezas que ha de olvidar cuando se casa para adquirir otras.
Parten del supuesto (los recetarios y la
sociedad) de que todas estamos en el ajo y se limitan a enunciar.
El hombre puede darse el lujo de “portarse como
quien es”. Pero la abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el
nido, sonríe a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio.
La religión todavía pesa en la conciencia de las
mujeres. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como
una secreción y no tan terrible como un sacramento.
Al casarse se pierde el nombre y es difícil
acostumbrarse al nuevo, que tampoco es de uno sino del marido.
La sociedad supone que la mujer, por el simple
hecho de serlo debe poseer intuición que le permita, por ejemplo, saber el
momento preciso en que la carne está a punto.
La virginidad. Cuando se descubre parece un
hallazgo. Ansiaba justificarme, explicar que si llegué hasta ti intacta no fue
por ni por orgullo ni por fealdad sino por un apego al estilo.
El hombre por naturaleza sí puede tener recuerdos
de otra mujeres o desearlas en el porvenir. Gimes inarticuladamente y quisiera
susurrarte al oído mi nombre para que recuerdes quién es a la que posees. Soy
yo. Tu esposa, claro. Llevo una marca de propiedad y no obstante me miras con
desconfianza. No estoy tejiendo una red para prenderte.
Se me atribuyen las responsabilidades y las
tareas de una criada para todo. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me
concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra
parte, contribuir al sostenimiento del hogar.
La educación y la religión juegan un papel
importante en la formación de la mujer. Así voy a quemarme yo en los infiernos
por mi culpa, por mi grandísima culpa. A esta carne su mamá no le enseñó que
era carne y que debería comportarse con conducta. Aquí no huele a carne humana
sino a mujer inútil.
Cuando se quiere eliminar el yugo se tiende a
tomar el otro extremo. Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este
momento. Yo impondré las reglas del juego. Si asumo la otra actitud, la balanza
se inclinará a favor de mi antagonista y yo iré por la sinuosa vía que
recorrieron mis antepasadas, las que no abrían los labios sino para asentir, y
lograron la obediencia ajena hasta al más irracional de sus caprichos.
Me repugna actuar así. Esta definición no me es
aplicable y tampoco la anterior, ninguna corresponde a mi verdad interna,
ninguna salvaguarda mi autenticidad.
Texto (tesis)
partir de “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” de Sor Juana
¿Cómo me atreviera yo a tomarlo en mis indignas manos [el Cantar de
cantares], repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así
confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha
hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quien quería
brotar; el cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una herejía
contra el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los
críticos con censura […] porque según la misma decisión de los que lo
calumnian, ni tengo obligación para saber ni aptitud para acertar; luego, si lo
yerro, ni es culpa ni es descrédito.
Yo no estudio para escribir, ni
menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si
con estudiar ignoro menos.
Le he pedido [a Dios] que apague la luz de mi
entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás
sobra, según algunos en una mujer.
Le dije [a la maestra] que ni madre ordenaba que
me diera lección . Ella no lo creyó porque no era creíble. La maestra lo ocultó
y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden.
No me parecía razón que estuviese vestida de
cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias.
Entreme religiosa porque aunque conocía que tenía
el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas
repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía para el
matrimonio era lo menos proporcionado y más decente que podía elegir en materia
de la seguridad que deseaba de mi salvación.
Al fin a que aspiraba era a estudiar Teología,
parecíame menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta
vida se puede alcanzar, por medios naturales de los divinos misterios. Pareciome
preciso para llegar a ella [a la Teología] subir por los escalones de las
ciencias humanas; porque ¿cómo entendería el estilo de la Reina de la Ciencias quien
aun no sabe el de las ancilas?
Bendito sea Dios que quiso que fuese hacia las
letras y no hacia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable.
Sobre las palmas de las aclamaciones se han levantado y despertado tales áspides de emulaciones y persecuciones, cuantas
no podré contar, y los que más nocivos y sensibles para mí han sido no son
aquellos que con declarado odio y malevolencia me han perseguido, sino los que
amándome y deseando mi bien me han mortificado y atormentado más que los otros.
El que se señala —o le señala Dios,
que es quien sólo lo puede hacer— es recibido como enemigo
común, porque parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace
estanque de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen.
Cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen
en inconsecuencias.
Menos intolerable es para la soberbia oír las
represiones, que para la envidia ver los milagros. En todo lo dicho, no quiero
decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya
conseguido ni uno ni otro.
Debido a que le prohibieron estudiar porque era
cosa de la Inquisición… Yo obedecí en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no
estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer,
porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios
crió.
¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de
cocina? Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
Si estos fueran méritos (como los veo por tales
celebrar en los hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obro necesariamente.
Si son culpa, por la misma razón creo que no la he tenido; más con todo, vivo
siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fío de mi
juicio.
Y esto es tan justo que no sólo a
las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con
sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de
las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles
y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos
sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que
estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes,
inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley. A éstos, más daño les
hace el saber que les hiciera el ignorar. Mientras más estudian, peores
opiniones engendran.
¡Oh si todos —y yo la primera, que
soy una ignorante— nos tomásemos la medida al talento antes de estudiar, y lo
peor es, de escribir con ambiciosa codicia de igualar y aun de exceder a otros,
qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos excusáramos y cuántas
torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mías en primer
lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera.
¡Cuántos daños se excusaran en
nuestra república si las ancianas fueran doctas y supieran enseñar como manda
San Pablo y mi Padre San Jerónimo!
Pues si vuelvo los ojos a la tan
perseguida habilidad de hacer versos —que en mí es tan natural, he buscado muy
de propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado. Los más de
los libros sagrados están en metro.
Yo de mí puedo asegurar que las
calumnias algunas veces me han mortificado, pero nunca me han hecho daño,
porque yo tengo por muy necio al que teniendo ocasión de merecer, pasa el
trabajo y pierde el mérito, que es como los que no quieren conformarse al morir
y al fin mueren sin servir su resistencia de excusar la muerte, sino de
quitarles el mérito de la conformidad, y de hacer mala muerte la muerte que
podía ser bien.
Reflexiones a partir de los textos de Sor Juana, Rosario Castellanos
y Virginia Woolf
No es necesario apresurarse.
No es necesario brillar.
No es necesario ser nadie más
que uno mismo.
Virginia Woolf
Luego de leer “Respuesta a sor Filotea”, “Lección de cocina” y Una habitación propia*, llamó mi atención
la diferencia de tiempos en que fueron escritas y la vigencia de los temas que
abordan. A pesar de que hemos creído que las condiciones formativas de las
mujeres han cambiado, aún existen ámbitos en los que se resisten, ya sea por
situaciones económicas o de educación, a su propio avance. La religión, la
moral, la sociedad han marcado pautas que todavía hoy son difíciles de superar.
La
cocina es un tema en el que convergen los tres textos. Cuando Rosario Castellanos
dice “Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí”,
pienso en el rol tan importante que desarrolla la mujer al ser la cocinera
oficial de la familia. También Sor Juana menciona: “¿Qué podemos saber
las mujeres sino filosofías de cocina?”. Y Virginia Woolf detalla su almuerzo
poniendo especial énfasis en los platillos: “[…] el almuerzo empezó con lenguados,
servidos en fuente honda y sobre los que el cocinero del colegio había
extendido una colcha de crema blanquísima, pero marcada aquí y allá, como los
flancos de una gama, de manchas pardas. Luego vinieron las perdices, pero si
esto os hace pensar en un par de pájaros pelados y marrones en un plato os
equivocáis. Las perdices, numerosas y variadas, llegaron con todo su séquito de
salsas y ensaladas, la picante y la dulce; sus patatas, delgadas como monedas,
pero no tan duras; sus coles de Bruselas, con tantas hojas como los capullos de
rosa, pero más suculentas”.
La
intuición de cocineras es algo que la sociedad cree que las mujeres deberíamos
tener, y cuando, como Castellanos, sentimos que no la poseemos experimentamos
cierta frustración que se equilibra con otro tipo de conocimientos. En el transcurso
de los años esta idea se ha tomado casi como dogma, tanto, que cuando una mujer
no sabe cocinar ni disfruta de ello es considerada como mutilada, como si le
faltara una parte muy importante de su feminidad.
Por
otro lado, pero íntimamente ligado a lo anterior está la educación que mamamos
de generación en generación, y que, por lo menos en México se distingue en su
mayoría por el fomento del machismo exacerbado. Gracias a la religión, como lo
relata Sor Juana, creemos que las mujeres tienen pocos caminos en la vida: “Entreme
religiosa porque aunque conocía que tenía el estado de cosas (de las accesorias
hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la
total negación que tenía para el matrimonio era lo menos proporcionado y más
decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación”.
Dios, el matrimonio, o la indecencia, no hay de otra. Quizás, algunas mujeres
prefieren desear a que llegue su príncipe y las rescate. Y mientras esperan leen
novelas románticas tradicionales admiran la naturaleza mientras canturrean lo
felices que son porque vendrá pronto el amor. Otras mujeres, desde Sor Juana deciden
buscar su propia realización por el medio que sea o que tengan a su alcance.
Asimismo el machismo nos deja una educación que
no acepta la igualdad entre sexos. Esta diferencia tan marcada entre hombres y
mujeres también la aborda Rosario Castellanos cuando dice, por ejemplo, que su
esposo puede comportarse como él quiera, pues es hombre, pero que ella “abnegada
mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de
Cuauhtémoc en el suplicio”. Claro que lo dice de manera irónica, pero no
podemos negar que es una realidad impuesta. Además, defiende su propio derecho
de no ser parte de esa idea arraigada de lo que sí puede hacer una mujer y lo
que no, sino que busca ser auténtica.
Por
otro lado, también pareciera que para la mujer no hay más camino que ser una
criada sin goce de sueldo, pues por una parte es esclava de los quehaceres y
las necesidades del marido, y por el otro, es esclava de las reglas sociales y
de los preceptos religiosos, que al no ser cumplidos cabalmente solo traerán
culpa y exigencias absurdas de perfección en situaciones que ellas no siempre
pueden controlar.
Finalmente,
creo que se podría disgregar acerca de todos los temas que las tres autoras abordan
de manera específica, pero creo que la raíz está en el valor que la mujer dé a
su propia formación, a sus conocimientos, a su afán de ignorar menos si así lo
quiere; o bien, a tener hijos y dedicarse a su familia si es lo que la
satisface. El logro de nuestra época y de nuestra sociedad radica en la
oportunidad de decidir, y eso es lo que debemos celebrar. Sea cual fuere el
camino que escojamos, lo mejor es asumirlo y asumirnos como parte fundamental
de esa historia. Escribamos nuestra novela, romántica o posmoderna, no importa,
pero hagámoslo con convicción y con orgullo no de nuestro sexo sino de nuestra
humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario