miércoles, 20 de noviembre de 2013

Novena y décima paradas. Patricia Suárez


Texto (tesis) partir de “Lección de cocina” de Rosario Castellanos
El lugar de la mujer está en la cocina. Desde el principio de los tiempos ha estado ahí. La mujer puede extraviarse en aulas, en calles, en oficinas, en cafés; desperdiciada  en destrezas que ha de olvidar cuando se casa para adquirir otras.
Parten del supuesto (los recetarios y la sociedad) de que todas estamos en el ajo y se limitan a enunciar.
El hombre puede darse el lujo de “portarse como quien es”. Pero la abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonríe a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio.
La religión todavía pesa en la conciencia de las mujeres. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento.
Al casarse se pierde el nombre y es difícil acostumbrarse al nuevo, que tampoco es de uno sino del marido.
La sociedad supone que la mujer, por el simple hecho de serlo debe poseer intuición que le permita, por ejemplo, saber el momento preciso en que la carne está a punto.
La virginidad. Cuando se descubre parece un hallazgo. Ansiaba justificarme, explicar que si llegué hasta ti intacta no fue por ni por orgullo ni por fealdad sino por un apego al estilo.
El hombre por naturaleza sí puede tener recuerdos de otra mujeres o desearlas en el porvenir. Gimes inarticuladamente y quisiera susurrarte al oído mi nombre para que recuerdes quién es a la que posees. Soy yo. Tu esposa, claro. Llevo una marca de propiedad y no obstante me miras con desconfianza. No estoy tejiendo una red para prenderte.
Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para todo. Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar.
La educación y la religión juegan un papel importante en la formación de la mujer. Así voy a quemarme yo en los infiernos por mi culpa, por mi grandísima culpa. A esta carne su mamá no le enseñó que era carne y que debería comportarse con conducta. Aquí no huele a carne humana sino a mujer inútil.
Cuando se quiere eliminar el yugo se tiende a tomar el otro extremo. Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento. Yo impondré las reglas del juego. Si asumo la otra actitud, la balanza se inclinará a favor de mi antagonista y yo iré por la sinuosa vía que recorrieron mis antepasadas, las que no abrían los labios sino para asentir, y lograron la obediencia ajena hasta al más irracional de sus caprichos.
Me repugna actuar así. Esta definición no me es aplicable y tampoco la anterior, ninguna corresponde a mi verdad interna, ninguna salvaguarda mi autenticidad.

Texto (tesis) partir de “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” de Sor Juana
¿Cómo me atreviera yo a tomarlo en mis indignas manos [el Cantar de cantares], repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quien quería brotar; el cual inconveniente no topaba en los asuntos profanos, pues una herejía contra el arte no la castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con censura […] porque según la misma decisión de los que lo calumnian, ni tengo obligación para saber ni aptitud para acertar; luego, si lo yerro, ni es culpa ni es descrédito.
Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos.
Le he pedido [a Dios] que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos en una mujer.
Le dije [a la maestra] que ni madre ordenaba que me diera lección . Ella no lo creyó porque no era creíble. La maestra lo ocultó y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden.
No me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias.
Entreme religiosa porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía para el matrimonio era lo menos proporcionado y más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación.
Al fin a que aspiraba era a estudiar Teología, parecíame menguada inhabilidad, siendo católica, no saber todo lo que en esta vida se puede alcanzar, por medios naturales de los divinos misterios. Pareciome preciso para llegar a ella [a la Teología] subir por los escalones de las ciencias humanas; porque ¿cómo entendería el estilo de la Reina de la Ciencias quien aun no sabe el de las ancilas?
Bendito sea Dios que quiso que fuese hacia las letras y no hacia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable.
Sobre las palmas de las aclamaciones  se han levantado y despertado tales áspides  de emulaciones y persecuciones, cuantas no podré contar, y los que más nocivos y sensibles para mí han sido no son aquellos que con declarado odio y malevolencia me han perseguido, sino los que amándome y deseando mi bien me han mortificado y atormentado más que los otros.
El que se señala o le señala Dios, que es quien sólo lo puede hacer es recibido como enemigo común, porque parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen o que hace estanque de las admiraciones a que aspiraban, y así le persiguen.
Cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen en inconsecuencias.
Menos intolerable es para la soberbia oír las represiones, que para la envidia ver los milagros. En todo lo dicho, no quiero decir que me han perseguido por saber, sino solo porque he tenido amor a la sabiduría  y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro.
Debido a que le prohibieron estudiar porque era cosa de la Inquisición… Yo obedecí en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, como no cae debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió.
¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
Si estos fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los hombres) no lo hubieran sido en mí, porque obro necesariamente. Si son culpa, por la misma razón creo que no la he tenido; más con todo, vivo siempre tan desconfiada de mí, que ni en esto ni en otra cosa me fío de mi juicio.
Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras, en no siendo muy doctos y virtuosos y de ingenios dóciles y bien inclinados; porque de lo contrario creo yo que han salido tantos sectarios y que ha sido la raíz de tantas herejías; porque hay muchos que estudian para ignorar, especialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley. A éstos, más daño les hace el saber que les hiciera el ignorar. Mientras más estudian, peores opiniones engendran.
¡Oh si todos —y yo la primera, que soy una ignorante— nos tomásemos la medida al talento antes de estudiar, y lo peor es, de escribir con ambiciosa codicia de igualar y aun de exceder a otros, qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos excusáramos y cuántas torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mías en primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera.
¡Cuántos daños se excusaran en nuestra república si las ancianas fueran doctas y supieran enseñar como manda San Pablo y mi Padre San Jerónimo!
Pues si vuelvo los ojos a la tan perseguida habilidad de hacer versos —que en mí es tan natural, he buscado muy de propósito cuál sea el daño que puedan tener, y no le he hallado. Los más de los libros sagrados están en metro.
Yo de mí puedo asegurar que las calumnias algunas veces me han mortificado, pero nunca me han hecho daño, porque yo tengo por muy necio al que teniendo ocasión de merecer, pasa el trabajo y pierde el mérito, que es como los que no quieren conformarse al morir y al fin mueren sin servir su resistencia de excusar la muerte, sino de quitarles el mérito de la conformidad, y de hacer mala muerte la muerte que podía ser bien.

Reflexiones a partir de los textos de Sor Juana, Rosario Castellanos y Virginia Woolf

No es necesario apresurarse. No es necesario brillar.
No es necesario ser nadie más que uno mismo.
Virginia Woolf

Luego de leer “Respuesta a sor Filotea”, “Lección de cocina” y Una habitación propia*, llamó mi atención la diferencia de tiempos en que fueron escritas y la vigencia de los temas que abordan. A pesar de que hemos creído que las condiciones formativas de las mujeres han cambiado, aún existen ámbitos en los que se resisten, ya sea por situaciones económicas o de educación, a su propio avance. La religión, la moral, la sociedad han marcado pautas que todavía hoy son difíciles de superar.
           La cocina es un tema en el que convergen los tres textos. Cuando Rosario Castellanos dice “Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí”, pienso en el rol tan importante que desarrolla la mujer al ser la cocinera oficial de la familia. También Sor Juana menciona: “¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?”. Y Virginia Woolf detalla su almuerzo poniendo especial énfasis en los platillos: “[…] el almuerzo empezó con lenguados, servidos en fuente honda y sobre los que el cocinero del colegio había extendido una colcha de crema blanquísima, pero marcada aquí y allá, como los flancos de una gama, de manchas pardas. Luego vinieron las perdices, pero si esto os hace pensar en un par de pájaros pelados y marrones en un plato os equivocáis. Las perdices, numerosas y variadas, llegaron con todo su séquito de salsas y ensaladas, la picante y la dulce; sus patatas, delgadas como monedas, pero no tan duras; sus coles de Bruselas, con tantas hojas como los capullos de rosa, pero más suculentas”.
  La intuición de cocineras es algo que la sociedad cree que las mujeres deberíamos tener, y cuando, como Castellanos, sentimos que no la poseemos experimentamos cierta frustración que se equilibra con otro tipo de conocimientos. En el transcurso de los años esta idea se ha tomado casi como dogma, tanto, que cuando una mujer no sabe cocinar ni disfruta de ello es considerada como mutilada, como si le faltara una parte muy importante de su feminidad.
  Por otro lado, pero íntimamente ligado a lo anterior está la educación que mamamos de generación en generación, y que, por lo menos en México se distingue en su mayoría por el fomento del machismo exacerbado. Gracias a la religión, como lo relata Sor Juana, creemos que las mujeres tienen pocos caminos en la vida: “Entreme religiosa porque aunque conocía que tenía el estado de cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía para el matrimonio era lo menos proporcionado y más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación”. Dios, el matrimonio, o la indecencia, no hay de otra. Quizás, algunas mujeres prefieren desear a que llegue su príncipe y las rescate. Y mientras esperan leen novelas románticas tradicionales admiran la naturaleza mientras canturrean lo felices que son porque vendrá pronto el amor. Otras mujeres, desde Sor Juana deciden buscar su propia realización por el medio que sea o que tengan a su alcance.
Asimismo el machismo nos deja una educación que no acepta la igualdad entre sexos. Esta diferencia tan marcada entre hombres y mujeres también la aborda Rosario Castellanos cuando dice, por ejemplo, que su esposo puede comportarse como él quiera, pues es hombre, pero que ella “abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio”. Claro que lo dice de manera irónica, pero no podemos negar que es una realidad impuesta. Además, defiende su propio derecho de no ser parte de esa idea arraigada de lo que sí puede hacer una mujer y lo que no, sino que busca ser auténtica.
  Por otro lado, también pareciera que para la mujer no hay más camino que ser una criada sin goce de sueldo, pues por una parte es esclava de los quehaceres y las necesidades del marido, y por el otro, es esclava de las reglas sociales y de los preceptos religiosos, que al no ser cumplidos cabalmente solo traerán culpa y exigencias absurdas de perfección en situaciones que ellas no siempre pueden controlar.
   Finalmente, creo que se podría disgregar acerca de todos los temas que las tres autoras abordan de manera específica, pero creo que la raíz está en el valor que la mujer dé a su propia formación, a sus conocimientos, a su afán de ignorar menos si así lo quiere; o bien, a tener hijos y dedicarse a su familia si es lo que la satisface. El logro de nuestra época y de nuestra sociedad radica en la oportunidad de decidir, y eso es lo que debemos celebrar. Sea cual fuere el camino que escojamos, lo mejor es asumirlo y asumirnos como parte fundamental de esa historia. Escribamos nuestra novela, romántica o posmoderna, no importa, pero hagámoslo con convicción y con orgullo no de nuestro sexo sino de nuestra humanidad.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario