martes, 19 de noviembre de 2013

Octava parada, (dos textos) Patricia


­Octava parada (primer texto)
Infidelidad
Ana se levantó esa mañana pensando en la monotonía de su matrimonio y se dispuso a vivir una aventura. Su esposo había salido muy temprano a entregar un trabajo urgente en domingo.
            Era el momento perfecto. Había comprado algunos rosales, así que salió al jardín dispuesta a sembrar un nuevo amor. Eligió de entre todos el más grande, fuerte, cuyo verde de las hojas era brillante y seductor, el que ostentaba una flor abierta, roja, arrogante. Lo tomó con deseo y caminó con él frente a todas las plantas. Sin prestar atención a los juicios malintencionados de los tulipanes, girasoles y violetas, eligió un lugar apartado, detrás de los juncos, donde toda la tarde resplandecía el sol.
            Cuidándose de las flores celosas, asió con fuerza el azadón y empezó a aflojar la tierra. Una sensación de placer le recorrió la espalda. El vaivén la hipnotizó: la pala entraba y salía mientras se abría un hueco profundo y cálido. Tomó ávidamente el rosal, desprendió con sutileza las ropas negras y sensuales que cubrían las raíces y lo colocó justo en el hoyo mientras exhalaba un gemido.
            Luego de un respiro, Ana cubrió las raíces volviéndose ocasionalmente hacia las plantas que se asomaban curiosas y aplanó la tierra para ocultar los vestigios del pecado, pero al levantarse, una espina le desgarró el vestido. Tuvo que cruzar el jardín, entre todas esas miradas, con la marca que la delataba, pero dispuesta a elegir otro rosal para repetir la aventura.

Octava parada (segundo texto)
Examen de ortografía
Que si las vocales fuertes, que si las débiles, que si el diptongo, que si se rompe… Luciano no entendía nada, así que decidió irse a jugar, aunque se sentía culpable y no podía dejar de pensar en el examen de ortografía.
Tenía cinco soldados. A cada uno, le puso el nombre de una vocal e hizo dos equipos para formar el regimiento: había tres fuertes y dos débiles. Colocó a cada grupo en un cuartel, pero los soldados fuertes eran muy engreídos, groseros y se la pasaban peleando. Los débiles eran muy tímidos y cobardes. Entonces, formó algunas parejas que propiciaron que los débiles se dieran cuenta de sus desventajas y exigieran una armadura que igualara las condiciones de vida. Todos estaban inconformes y armaron una revuelta.
Tuvo que bajar desde la repisa el señor G.I. Joe para dictar las leyes de convivencia:
de ahora en adelante en el regimiento de Palabras, habría cuarteles formados por un soldado débil y uno fuerte; dos soldados fuertes no estarían juntos en el mismo cuartel para evitar peleas y conspiraciones; los soldados débiles recibirían no una armadura sino un sombrero de punta inclinada con poderes especiales, pero al ponérselo deberían dar un grito para avisarles a los demás que se convirtieron en soldados fuertes, gozando de los mismos derechos y cumpliendo las mismas obligaciones que estos.
Ya cansado, Luciano se fue a dormir sin darse cuenta de que el conocimiento se afianzaba para salir fresco y divertido en el examen.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario