miércoles, 27 de noviembre de 2013

TRABAJO FINAL

José Iturriaga: “EL APRENDIZ DE MUSO”

PRIMERA PARADA: “EL COHETE”
Personaje: El espectador que ve el cohete.
Acciones: Sube, quítase, lanza, se mofa, sacude, deja caer.
Formas de llamarlo: El espléndido, el loco, el príncipe magnífico.
Reordenamiento: Con cerrado, estrecho dominó de luto, sube el cohete vestido de máscara, el espléndido, el loco, el príncipe magnífico, y cuando ya no podemos alcanzarle, quítase el antifaz, y para más mofarse de nosotros, sacude su escarcela, lanza un grito burlón y deja caer piedras preciosas que no llegan a nuestras manos, ya tendidas y abiertas, porque se pierden juguetonas en el aire.
“Mi cohete”: Tan ensordecedor como deslumbrante, el cohete acalló las voces que devinieron asombradas exclamaciones, bañó de luces al Zócalo hasta derramarse e hizo retumbar sus contornos, diques de piedra, con truenos de pólvora que llovieron luminiscencias. Foco refulgente, vara de mago de estirpe chinesca, hizo a la noche día y a la fiesta patria, festejo infantil. Regalo incandescente, lo gozamos como niños, y como niños nos azoramos y gritamos jubilosos. Pirotecnia rejuvenecedora de las horas de la noche y de los años de los hombres.

SEGUNDA PARADA: “EL ARTISTA”
·        “Placer que dura un instante” y “Dolor que se sufre toda la vida”.
·        Porque no existía más bronce que ese.
·        Nació en su alma el deseo. El único ser que amara en su vida. Signo del amor que no muere. Símbolo del dolor que sufre toda la vida.
·        Una lección es que, con decisión, el dolor puede convertirse en placer; de lo malo puede crearse algo bueno. Otra lección es que nada vale la pena de ser conservado, si es a costa de sacrificar lo nuevo, es decir se busca la renovación del pasado.
·        “Placer que se goza toda la vida”.
·        Con el bronce alcanzaré mi obra suprema: “Placer que se goza toda la vida”, fruición eterna, deleite sin fin. ¿Por qué sólo un instante de placer, o peor aún, por qué toda una vida de dolor? Si no lo he logrado realizar en mi existencia, lo conseguiré plasmar en el metal. Dicha para siempre: será un paradigma para quienes la contemplen; regocijo interminable: se convertirá en un anhelo colectivo; satisfacción perenne: devendrá meta vital, ambición y objetivo.

TERCERA PARADA: AUTORRETRATO DE ITURRIAGA

Éste que ves aquí, de rostro ovalado, de cabello castaño, frente pequeña, ojos cafés, de nariz corva aunque medianamente proporcionada, sin barbas ni bigotes porque es lampiño, cabellos plomizos que ha veinte años fueron brunos, la boca regular, los dientes bien conservados para su edad, el cuerpo grande, la color viva, antes morena que blanca, aún no cargado de espaldas y ligero de pies, medio sordo pero atento; éste digo que es el rostro del autor de Cien forasteros en Morelos y otras obras que andan por ahí descarriadas aunque con el nombre de su dueño, llámase comúnmente José Iturriaga de la Fuente. Fue burócrata treinta y siete años, donde aprendió a tener paciencia de las adversidades, fue cesado en el 2004, historia que, aunque parece fea, él la tiene por honrosa al haber surgido por lesionar intereses económicos ilegales de amigos del presidente Fox, militando debajo de las hoy por hoy vencidas banderas ecológicas de protección al medio ambiente.

CUARTA PARADA: POEMA TRANSFORMADO VERSO A VERSO

Perseguido por camino sin final
No escatimo señal en los senderos
Al ocaso cerros de pétrea mirada
Extraña alborada que no comprendo
A duelo yendo sin oposiciones
Un canto entones, acaso dibujes
Fríos alebrijes, labios sonoros
Las horas son coros alentadores
Pasiones y ardores, desilusiones
Aislados presentes, voces silentes
Estoy prendido de luz y de fuego
Me conmueves, pero aún más me duelo.

QUINTA PARADA: SOÑANDO SUEÑOS

Como los sueños de Eduardo Galeano para el año 2000 no se convirtieron en realidad y como dos voluntades –por lógica aritmética- pueden más que una sola, en primer lugar me sumo a sus delirios oníricos y los refrendo como mis propios deseos para el 2025. Además, agrego:

·        Que el estrés que domina al mundo urbano -lid cotidiana, descarga enervante, colisión de valores, tropiezo de sinsentidos- y que hasta cáncer produce (dicen), se convierta en relajamiento, que los tensos reposen y una laxitud domine a los agitados. (Los jóvenes dirían: que se alivianen).
·        Que cuando un peatón atraviese el arroyo –ingenuo suicida, mártir involuntario, paladín del pavimento-, los automovilistas (que hoy son como los materialistas de mis tiempos –y ciertamente no dialécticos-) se frenen y le den el paso, en lugar de aventarle el vehículo, ciego rinoceronte, y una andanada de improperios.
·         Que el afán de poder, especialmente de quienes ya lo tienen y mucho –agua que da sed, narcótico del inseguro, impotentes de la vida interior-, devenga afán de servicio, que el poder a secas se transforme en poder servir.
·        Que se prohíban los claxones en Cuernavaca, de manera particular los de aire en los camiones –hienas enloquecidas, histéricos estridentes, criminales del sosiego-, y sean sustituidos por las primeras notas de “La Pequeña Serenata” de Mozart grabada en clavecín.
·        Que los pueblos que se consideran superiores (y sobre todo sus gobiernos) –fascistas disfrazados de demócratas, totalitarios de su propia verdad, tramposos del orden mundial, corruptos policías planetarios- se sientan iguales a los demás y, por lo tanto, dejen de pretender la imposición de sus valores al resto del mundo.
·        Que los hijos de los antiguos talamontes –termitas depredadoras para engrosar sus bolsillos, matricidas obcecados, violadores del entorno- expíen las culpas paternas sembrando (y cuidando hasta que crezcan, que ese es el verdadero meollo) diez árboles por cada uno sacrificado por su progenitor.
·        Que cualquier mexicano pueda acudir a la autoridad en búsqueda de su apoyo – asidero confiable, padre protector, camarada transigente, madre cariñosa- y así dejemos de temer sus abusos y exacciones.
·        Que los niños clasemedieros –víctimas inocentes de la agresiva mercadotecnia, damnificados de la globalización, inmolados del capitalismo- ya no pidan a sus papás, como la gran cosa, llevarlos a comer una hamburguesa a Mac Donalds, sino un taco de nana al mercado.
·        Que dejemos –náufragos del Estado de derecho- de tener más miedo a los policías que a los ladrones, para tener a quien pedir auxilio en caso de enfrentarnos a estos últimos.
·        Que todos veamos al dinero –verdadero opio de los pueblos, manzana de las discordias familiares, símbolo concentrador de las ambiciones inmorales- como un medio y no como un fin.
·        Que los mexicanos rebasen la marca de los suecos en cuanto a lectura de libros y que éstos no sean de autoayuda –terapeutas engañosos, alivio artificial, consuelos ilusorios, sedación de lo esencial-.
·        Que los mecánicos, los plomeros, los albañiles y todos nuestros oficiales sean tan cumplidos como eficientes, tan honrados como veloces, santos laicos del trabajo, héroes de la dedicación, apóstoles aplicados a la responsabilidad con el prójimo.

SEXTA PARADA: VOLVER A NACER

Vio con ternura a Irene, y con deseo. No sólo sentía que la quería más desde el comienzo de su embarazo, sino que le atraía cada vez más. Sí, sexualmente le resultaba particularmente atractiva con el vientre protuberante, los senos turgentes apenas aprisionados por el sostén que no importaba la talla, siempre parecía muy pequeño para ella.
Le recordaba a su madre. Y no es que hubiera tenido con ella una pasión edípica (o cuando menos no más de lo normal, que lo es, quería pensar él), sino que objetivamente existía un cierto parecido físico y asimismo de carácter: inteligentes, simpáticas, siempre con deseos de agradar. Quizá por eso se había enamorado de Irene. ¡Quién sabe! No era un asunto que le preocupara, más bien le interesaba y hasta le divertía.
Aunque ya eran las fechas en que cualquier momento sería el indicado para el parto, no dejó de ser sorpresiva la aparición de los dolores esa noche de amor. Porque la líbido en ambos no había decrecido. Eventualmente podría haberse hasta incrementado. A Irene también le provocaba cierto placer singular el erotismo con una gravidez tan avanzada. Los dos la sentían como una travesura deleitosa y apasionada.
Lo cierto es que la doctora fue llamada y acudió de inmediato. Irene había accedido a cumplir el deseo de su esposo: su hijo nacería en casa. La misma casa donde había nacido él, treinta y tres años atrás. Más aún, en la misma enorme recámara y en la misma cama (realmente señorial y muy hermosa) en que su madre lo había parido.
Vio a Irene recostada en la gran cama con cabecera labrada en palo de rosa y agradeció a sus padres, sin pensarlo realmente, pero sí sintiéndolo, que le hubieran heredado el hogar de toda su vida. Y los muebles entre los cuales había crecido.
El trabajo de parto se aceleró. Las contracciones cada vez más frecuentes y enérgicas y los crecientes lamentos, casi gritos de Irene indicaban la inminencia del nacimiento. La doctora dejó el costado de la parturienta y se colocó a sus pies, lista para recibir al niño. De pronto, a la par de gritos más lastimeros de Irene, en la coyuntura de sus piernas abiertas y encogidas se empezó a exponer cada vez más el interior de su intimidad femenina. La apertura era a cada momento mayor, hasta que adentro de esa cavidad se vislumbró el negro cabello de una cabecita. Entre rítmicos estertores, se fue acercando al exterior, hasta llegar a confundirse con el oscuro vello tupido que cubría el pubis de Irene. Salió la cabeza completa y casi de repente fue expulsado el resto del cuerpo, recibiéndolo en sus manos la doctora.
El padre no estaba allí. Nadie lo vio acostado en el sofá del otro extremo de la habitación. Estaba en posición fetal, desnudo, completamente cubierto de un líquido viscoso y sanguinolento, con los ojos cerrados y gimiendo sordamente.

SÉPTIMA PARADA: LA TORTUGA Y LA LIEBRE REDIVIVAS

Para la carrera que tendría lugar en Shiang Kun, provincia de Sechuán, todos los animales que se inscribieron se encontraban en excelente forma, atléticos. Sólo la tortuga y la liebre, que eran amantes, sospecharon que los jurados chinos no calificarían la velocidad (concepto contrario a la parsimonia oriental) sino el sosiego y la flema de los competidores.
Con semejante consideración en mente, no sólo no entrenaron ni efectuaron previsores ejercicios deportivos, sino que dieron rienda suelta a sus pasiones eróticas con clara merma de su condición física.
A la liebre le gustaba el amor ágil, algo así como “placer en movimiento”, y le excitaba enormemente el reto de llevarlo a cabo con su enconchada pareja, pues a su lentitud se sumaba la sólida protección natural de sus partes pudendas. El desafío enervaba a la liebre y la llenaba de un frenesí sexual que casi se colmaba de manera prematura.
Por su parte, la tortuga escondía tras ese ritmo pausado que la caracterizaba un desenfreno voluptuoso que nadie habría sospechado. Las acrobacias amatorias de que era capaz volvían loca a la liebre. No era posible imaginar la clase de actos lujuriosos que sucedían en la intimidad de ese par de enamorados, los excesos licenciosos (no me atrevería a juzgarlos depravados) que tenían lugar en la privacía de la tortuga y la liebre. En realidad, buena parte de sus arrebatos lindaban con lo que podría calificarse de pecados contra natura. Otros los rebasaban con creces.
El día de la carrera fue después de una noche singularmente ardorosa y prolongada. La inmoderación no había tenido nada que se aproximara ni siquiera remotamente a un límite. Y así llegaron, exhaustos y ojerosos, al certamen.
El juez disparó la pistola. El arranque de los numerosos animales provocó una polvareda como cerrada neblina. La tortuga y la liebre la aprovecharon para salir de la pista y acurrucarse en un terraplén lateral. Nadie los vio. Se olvidaron de la carrera. Con la ternura propia a una víspera tan agitada, volvieron a hacer el amor, ahora con más dulzura que apasionamiento.
Al día siguiente, no se sorprendieron mucho al leer en el periódico que habían sido declarados ganadores de la competición, por supuesto en ausencia.

OCTAVA PARADA: UNA MUJER IMAGINA… Y UN NIÑO IMAGINA…

UNA MUJER IMAGINA…
Apenas a tiempo se agachó y alcanzó a escuchar el silbido de una bala rozando su cabello; incluso creyó percibir el olor característico del pelo chamuscado. Pero no cejó: avanzó, arrastrando como pudo, a aquel cuerpo mutilado. Pertenecer al cuerpo de enfermeras de la Cruz Roja Internacional era para ella no un trabajo arriesgado, una mera ocupación peligrosa en pleno campo de batalla; era una misión, era lo que le daba sentido a su vida, era lo que la había convertido de empleada insulsa y anodina de una burocrática oficina gubernamental en heroína; ¡sí!, como una Juana de Arco, anónima, pero con el mismo arrojo, valentía y coraje de la santa guerrera. Y así, librando obstáculos, dando rodeos, sudando por el esfuerzo físico, con el corazón palpitando incontenible, logró llegar con el herido, inconsciente, a su destino.
Esquivando a varios automóviles, jadeando y con las manos aferradas a los asideros de hule de la silla de ruedas de su esposo, entró a la banqueta por la rampa de cemento, rodeó a un ciclista estacionado con un bote de tamales en la parrilla, levantó la vista y leyó: Instituto Nacional de Cancerología. Un empleado salió para ayudarla, aunque el enfermo ya pesaba menos de 45 kilogramos. Y en efecto, había perdido la conciencia.

UN NIÑO IMAGINA…
El pequeño Jonathan Erick, con su viejo overall de mezclilla, luido y agujereado, se revolcaba en el enorme charco de lodo. Se reía solo y lanzaba al aire puños de fango, justo arriba de él para que le cayeran encima. Aunque sabía que su madre lo regañaría, también sabía que lo haría con dulzura, no obstante que ella sería quien afrontaría en el fregadero el lavado de sus casi únicos pantalones. ¡Cuántos remiendos tenían, unos sobre los otros! A un trozo de rama de árbol lo hacía navegar Jonathan, cual crucero de lujo, sobre ese mar imaginario en el barro cenagoso. Chuc, chuc, chuc, chuc, sonaba el barco de palo movido por la manita del niño. De pronto, salió de su ensueño…
-¡Erick!, ¡Erick!, -llamaba la niñera uniformada estrictamente de color blanco-. Tus papás acaban de llegar del aeropuerto. Sal de la alberca y vamos a recibirlos. Y apaga el motor del yatecito, que se queda sin baterías.
Le puso unas sandalias afelpadas y lo arropó con una enorme toalla muy gruesa, mucho mayor que Jonathan Erick.

NOVENA Y DÉCIMA PARADAS: TEXTO DE J. ITURRIAGA A PARTIR DE LECCIÓN DE COCINA, RESPUESTA A SOR FILOTEA Y UNA HABITACIÓN PROPIA

El punto central de coincidencia entre el cuento de Rosario Castellanos, la Respuesta a sor Filotea de sor Juana y la novela de Virginia Woolf es la reivindicación de la mujer como ente pensante. La protagonista de Lección de cocina, recién casada, se ve convertida, de facto, en sirvienta sin salario, aunque expresa su repugnancia al respecto. A sor Juana la quieren acallar (silenciar su pluma y su intelecto) y protesta elocuentemente con esta misiva, aunque finalmente la convierten en una monja callada; desde luego que esa última etapa de su vida no aparece en su Respuesta de 1691, pues dejó de escribir en 1694. En Una habitación propia, la autora inglesa denuncia la marginación literaria de la mujer y propone soluciones.
Castellanos, en boca de su personaje femenino, acusa hechos que todavía a principios del siglo XXI son más frecuentes que inusuales: “Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para todo”, se queja la recién casada. “He de mantener la casa impecable, la ropa lista, el ritmo de la alimentación infalible”, abunda en su disgusto. Y denuncia: “Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo”; ciertamente, esa posición recuerda al siervo o al esclavo. Y remata su recriminación: “Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar y he de desempeñar con eficacia un trabajo en el que el jefe exige […]” Sí, el paradójico pago son más y más exigencias.
Y por si fuera poco, también en asuntos amatorios se siente maltratada: “Si llegué hasta ti intacta [virgen] no fue por virtud ni por orgullo ni por fealdad, sino por apego a un estilo”, es decir a una manera de educación, a ciertas normas sociales (por cierto cada vez más rebasadas). Y aquella ingenuidad que al principio gustaba al marido, atractivo candor exitante, ahora había devenido defecto: “Y yo, soy muy torpe. Ahora se llama torpeza; antes se llamaba inocencia y te encantaba […]”
La mujer reflexiona acerca de cómo muchas otras esposas, disfrazadas con una femineidad que aparentemente las predestina a la “derrota” ante el marido, “en el fondo, [les] garantiza el triunfo”. Así muchas mujeres, agrega, “lograron la obediencia [del esposo] hasta al más irracional de sus caprichos”. Pero ante esa actitud hipócrita y finalmente cínica, la protagonista deja clara su posición, que es la reivindicatoria que mencionábamos al principio; ella declara: “Sólo que me repugna actuar así. Esta definición no me es aplicable […], ninguna corresponde a mi verdad interna, ninguna salvaguarda mi autenticidad”. Esta frase podría haberla escrito sor Juana.
Ciertamente, Juana Inés jamás dobló las manos…, hasta que fue vencida. ¿Será correcta la palabra vencida? Uno de los mayores enigmas acerca de su existencia son los motivos que la llevaron (¿obligaron?) a dejar de escribir. Quizá por eso mismo buscó y encontró la muerte al año siguiente, pues no otra cosa que una especie de suicidio fue su insistente cercanía con sus colegas, las monjas enfermas de tifus.
Como una de las principales acusaciones que le hacían sus detractores era haberse ocupado en sus escritos más de lo mundano que de lo sagrado, ella sostiene que los conocimientos de lo humano eran indispensables, como prerrequisito, para el entendimiento de lo divino: “[He dirigido] siempre […] los pasos de mi estudio a la cumbre de la Sagrada Teología, pareciéndome preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas”. Y argumenta, a partir de su caso personal: “Quisiera yo persuadir a todos con mi experiencia a que no sólo no estorban [matemáticas, física, geometría, astronomía, etc.], [sino que] se ayudan dando luz y abriendo camino las unas [ciencias humanas] para las otras [las religiosas], por variaciones y ocultos engarces […], de manera que parece se corresponden y están unidas con admirable trabazón y concierto”. Y finalmente se justifica: “Mucho habréis visto de asuntos humanos que he escrito, [pero] no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desafición, ni de aplicación la falta, sino sobra de temor y reverencia debida a aquellas Sagradas Letras”. Mas permítaseme aventurar que las anteriores explicaciones (y hasta disculpas) de sor Juana sean mayormente manipulaciones intelectuales que realidad; yo creo que a ella le apasionaba el conocimiento en general y la literatura en particular, al margen de los asuntos u obligaciones religiosas. De hecho, otro enigma sobre sor Juana son los motivos para haber tomado los hábitos sin una evidente vocación.
En apoyo a mi anterior aserto, caben estas declaraciones de la monja poeta, más acordes con su manifiesta curiosidad intelectual que con su supuesta vocación religiosa: “Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar, sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos”. Y rememora cómo desde novicia “proseguí a la estudiosa tarea […] de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros; […] todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras”. Agrega sor Juana que aún sin leer, no podía ella dejar de indagar sobre el por qué de las cosas: “Nada veía sin reflejo; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales; porque no hay criatura, por baja que sea, […] que no pasme el entendimiento”.
Juana Inés aborda sin rodeos la defensa de las mujeres. Ante las presiones que ella misma resistía para obligarla a dejar de escribir por ser mujer y por ser monja, dice que a lo largo de la historia ha habido una “gran turba [de mujeres] que merecieron nombres [es decir fama y renombre], ya de griegas, ya de musas, ya de pitonisas; pues todas no fueron más que mujeres doctas, tenidas y celebradas y también veneradas”. Concluye así, refiriéndose no a todo el conocimiento, sino en concreto a la Biblia: “No sólo es lícito, [sino] utilísimo y necesario a las mujeres el estudio de las Sagradas Letras, y mucho más a las monjas”.
Sor Juana no llega tan lejos como para adelantar la posibilidad de que existieran sacerdotisas católicas o maestras universitarias, pero sí enfatiza la importancia de que las mujeres se preparen: “El leer públicamente en las cátedras y predicar en los púlpitos, no es lícito a las mujeres; pero […] estudiar, escribir y enseñar privadamente, no sólo les es lícito, [sino] muy provechoso y útil; claro está que esto no se debe entender con todas, sino con aquellas a quienes hubiere Dios dotado de especial virtud y prudencia”. Este es un punto clave: no se trata de ilustrar a las mujeres por el solo hecho de serlo (posición muy del feminismo actual), sino a las mujeres que tengan las aptitudes para ello; y en este asunto medular entra la verdadera igualdad de género:
“[…] y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres […] Querer yo saber tanto o más que Aristóteles o que San Agustín, si no tengo la aptitud de San Agustín o de Aristóteles, aunque estudie más que los dos, no sólo no lo conseguiré sino que debilitaré y entorpeceré la operación de mi flaco entendimiento con la desproporción del objeto”.
Abunda la monja jerónima en la denuncia de los conservadores que hoy llamaríamos machistas: “Muchos quieren más dejar bárbaras e incultas a sus hijas que no exponerlas a tan notorio peligro como la familiaridad con los hombres, que ni en lo secreto se permite escribir ni estudiar a las mujeres”. Entonces apunta con tino y astucia: “¿Cómo vemos que la Iglesia ha permitido que escriba una Gertrudis, una Teresa, una Brígida, la monja de Ágreda y otras muchas?”
Finalmente sor Juana encara indirectamente a quienes la atacan, tachándolos (de seguro con razón) de envidiosos: “[Quien destaca] es recibido como enemigo común, porque parece a algunos que usurpa los aplausos que ellos merecen […] Aborrecen al que se señala porque desluce a otros. Así sucede y así sucedió siempre”. Y enseguida quizá la monja cayó en pecado de soberbia, pues pone al ejemplo del mismísimo Jesús para su propia defensa (aunque no hable explícitamente de ella misma, pero obviamente que es a su propia persona a quien está tratando de exculpar): “¿No les moviera [Cristo] sus propias conveniencias y utilidades en tantos beneficios como les hacía, sanando los enfermos, resucitando los muertos, curando los endemoniados? [Entonces], ¿cómo no le amaban? ¡Ay Dios, que por eso mismo no le amaban, por eso mismo le aborrecían!”
Ya sabemos que sor Juana fue el más grande poeta de tres siglos de virreinato, y quizá ella se imaginaba que así sería considerada, pues sin recato se lamenta: “¡Oh infeliz altura, expuesta a tantos riesgos! ¡Oh signo que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicción! Cualquiera eminencia, ya sea de dignidad, ya de nobleza, ya de riqueza, ya de hermosura, ya de ciencia, padece esta pensión; pero la que con más rigor la experimenta es la del entendimiento”. Y vuelve al parangón con Jesucristo: “Cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas”, aunque en la forma trata de salvar su inmodestia: “No quiero (ni tal desatino cupiera en mí) decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro […], y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohiba el estudio”.
No quisiera omitir el hecho de que un asunto alimenticio aparece en el cuento de Castellanos -como eje de la trama formal- y también, aunque sólo de paso, en la carta de sor Juana (“¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”).
Esto aproxima a ese par de textos mexicanos que hemos revisado con Una habitación propia, de Virginia Woolf: “Forma parte de la convención novelística no mencionar la sopa, el salmón ni los patos, como si […] no tuvieran la menor importancia, como si nadie fumara nunca un cigarro o bebiera un vaso de vino. Voy a tomarme, sin embargo, la libertad de desafiar esta convención y de deciros que aquel día el almuerzo empezó con […]”
Por supuesto que mucho más de fondo es la proximidad que hermana a los textos de las tres mujeres. El de Woolf “es uno de los más conocidos ensayos feministas donde se abordan los innumerables prejuicios y obstáculos que las mujeres han tenido, y aún tienen, que sortear para dedicarse a la literatura en libertad, o simplemente para emanciparse y realizarse como seres humanos íntegros”. La autora sostiene que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir: en parte realidad concreta y en parte símbolos de un contexto de libertad más amplio. Puntualiza: “La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos”.
Las mujeres sólo han sido sombra de los hombres, dice Woolf: “Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural […] Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse”. Y un tal Mr. Greg añade: “La esencia de la mujer es que el hombre la mantiene y ella le sirve.
Y así sigue Woolf:
“Cualquier mujer nacida en el siglo dieciséis con un gran talento [para escribir] se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas. Porque no se necesita ser un gran psicólogo para estar seguro de que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talento para la poesía hubiera tropezado con tanta frustración, de que la demás gente le hubiera creado tantas dificultades y la hubieran torturado y desgarrado de tal modo sus propios instintos contrarios que hubiera perdido la salud y la razón”.
Esta aseveración de Woolf continúa siendo penosamente una verdad, hoy en día: “Eran legión los hombres que opinaban que, intelectualmente, no podía esperarse nada de las mujeres”.
Remata la escritora inglesa con la grosera opinión de un Mr. John Langdon Davies, quien advierte que “cuando los niños dejen por completo de ser deseables, las mujeres dejarán del todo de ser necesarias”.

CONCLUSIÓN FINAL:
De igual manera como sucede en el poema “El Aprendiz de Brujo” (Der Zauberlehrling) de Goethe (1797), convertido en sinfonía por Paul Dukas (1895) y llevado a la pantalla por Disney en el siglo XX, cuyo protagonista desata fuerzas que luego ya no puede controlar, así este Seminario con sus diez Paradas liberó potencialidades que difícilmente podremos ignorar en lo sucesivo cada vez que nos encontremos con la pluma en la mano y ante una hoja de papel (metáfora romántica de la vulgar PC).
No fueron solamente las diez obras de arte literario en sí mismas, sino su atinado e imaginativo manejo didáctico, lo que eventualmente puede haber desencadenado vocaciones (más o menos escondidas o no reveladas) que quizá convertirían a algunos de estos maestros de obras en arquitectos.
El Seminario fue un reto. Nos desafió a transgredir y desdibujar “las fronteras entre escritura espontánea, escritura catártica, escritura social y escritura literaria” (vid: Krauze, E., Desnudando a la musa, p. 10). Se puede tratar entonces de vocaciones reveladas y rebeladas. La misma fuente asegura que “el escritor nace, pero también se hace” y nuestras diez Paradas fueron una clara muestra de ello. Para mí, que llevo muchos años escribiendo (más de historia que literatura), resultaron evidentes los frutos.
Más allá de los detalles técnicos o académicos correspondientes a dichas Paradas, lo cierto es que (como lo adelanté en clase) el trabajo me resultó particularmente divertido (entretenido, ameno, placentero) y aleccionador.

domingo, 24 de noviembre de 2013

ALEXANDER. ENSAYO PARADAS 9NA Y 10MA

ALEXANDER A A
ENSAYO A PARTIR DE LOS TEXTOS DE: CASTELLANOS, SOR JUANA Y VIRGINIA WOLF

¿Quien marca o quien programa esta conducta manifiesta de inequidad del hombre hacia la mujer y viceversa?

Al tener la oportunidad de escribir un ensayo, donde se hable de la mujer, lo primero que me viene a la mente es “qué difícil es hablar de la mujer en la actualidad y más desde la postura masculina”, y declaro lo mismo que Virginia Wolf en su ensayo – una habitación propia cuando dice:” Este collar que me habíais atado, las mujeres y la novela, la necesidad de llegar a una conclusión sobre una cuestión que levanta toda clase de prejuicios y pasiones… Nunca volveré a despertar estos ecos, nunca solicitaré de nuevo esta hospitalidad…”, aunque en mi caso, hablar de la mujer en general o a partir de este ensayo me parece una gran oportunidad para reivindicar el papel de la mujer, pero también reivindicar el papel del hombre, en esta especie de juego absurdo de pensar en quien puede o no ser mejor o superior que otro, o quizá ninguno de los dos necesita ser reivindicado, más bien ambos necesitamos ser reprendidos, sacudidos. Me causa mucha pena, tristeza y angustia, mi propia ignorancia de no saber cuándo comenzó este juego y más angustia me causa no saber cómo y cuándo pueda terminar.

En los textos, motivo de este ensayo, establezco las siguientes convergencias
1.- ambas cuestionan el matrimonio considerándolo un yugo que asfixia sus anhelos.
2.- se reconocen ignorantes en muchos asuntos, pero se saben capaces de ser y aprender mucho más, con solo tener la oportunidad.
3.- son escritos desde una perspectiva femenina, donde el hombre es un verdugo que se postra como el controlador de todo lo establecido y eclipsa todo entendimiento, toda ilusión, todo reconocimiento del valor de la mujer.
4.- a pesar de la diferencia de la época en que los textos fueron escritos, reflejan una sociedad represora de la figura femenina, donde la misma mujer se vuelve reproductora de estas ideologías y estas mujeres les rinden explicaciones y excusas, ante lo “novedoso” de sus actos y sus pensamientos, a otras mujeres, por ejemplo, cuando castellanos habla de sus antepasadas que han recurrido a una viaje pero efectiva receta de resignación a la situación femenina en aras de la paz conyugal y sor Juana se crea una figura ficticia como es sor filotea para rendirle explicaciones y comparaciones de si situación como mujeres.
5.- se muestra al hombre como un ente que ha recreado erróneamente un tipo de sociedad, con una especie de rituales donde la mujer siempre está a expensas de la autorización o la venia del hombre, como en un plano inferior en que a pesar de saberse con grandes y muy particulares capacidades, se refleja una especie de inseguridad, provista por el contexto, de emprender las acciones necesarias para cambiar su situación.

Se muestran así, en ambos casos creo muy justamente, la postura de mujeres de diferentes épocas y contextos que marcan renuencia a aceptar el rol que se les tiene asignados, pero pareciera que aceptan como una especie de programación grabada en su ADN, por ejemplo, como cuando inicia con esta afirmación -  Castellanos en el cuento Lección de cocina- : “Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. Yo anduve extraviada en aulas, en calles…; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición…” Ahora, también en el hombre existe esa programación de sentirse dueño de la situación y la mujer le da ese lugar, como en el texto del mismo cuento cuando se afirma “Él podía darse el lujo de “portarse como quien es”. Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía... Boca arriba soportaba no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía”. Esta autorepresión de la mujer ¿quien la enseña?, ¿cómo es que se programa en la memoria genética esta tendencia a reproducirse en una figura de matices que no son del deseo de ellas pero siguen repitiendo? Definitivamente no creo tener repuesta a estas interrogantes, pero la historia necesita replantearse y las mentalidades también.

Recuerdo las palabras de Federico Engels cuando hace referencia a una época de la historia cuando la figura de la mujer era muy diferente y afirma:
“ …el hogar comunista significa predominio de la mujer en la casa, lo mismo que el reconocimiento exclusivo de una madre propia, en la imposibilidad de conocer con certidumbre al verdadero padre, significa profunda estimación de las mujeres, es decir de la madres. Una de las ideas más absurdas que nos ha trasmitido la filosofía del siglo XVIII es la opinión de que en los orígenes de la sociedad la mujer fue la esclava del hombre. Entre todos los salvajes y todas las tribus que se encuentran en los estadios inferior, medio y en parte, hasta superior de la barbarie, la mujer no sólo es libre, sino que también está muy considerada…

Aunque en esta época el hombre estaba relegado a un plano muy desfavorable y no había tampoco equidad, la historia nos remite a entender que una vez existió otra concepción de convivencia entre las sociedades humanas, que más tarde y por circunstancias particulares fueron cambiando, puedo afirmar que podemos aprender que las formas de convivencia cambian y sólo necesitamos reprogramar ideologías comenzando con Sor Juana que ya hacía, mucho antes, un importante cuestionamiento a las mujeres cuando decía:”…Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios… de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios…”.

Si en algún momento el hombre convirtió en esclava  a la mujer y la mujer tomo venganza haciéndolo un cornudo y no dándole certeza de su paternidad, estas posturas ya son una catástrofe, aunque como afirma Virginia  Wolf:
Si era una ilusión, ¿por qué no celebrar la catástrofe, fuese cual fuese, que destruyó la ilusión y puso la verdad en su lugar? Porque, la verdad... Estos puntos suspensivos marcan el momento en que, en busca de la verdad, olvidé torcer hacia Fernham. Sí, éste era el problema: ¿qué era la verdad y qué era la ilusión?,¿Echaremos las culpas a la guerra? Cuando se dispararon las armas en agosto de 1914, ¿se encontraron los hombres y las mujeres tan feos los unos a los otros que murió la fantasía?”

Yo espero no se necesiten más catástrofes como las guerras mundiales para devolvernos  a la verdad, la verdad de que todos somos buenos e indispensables para aportar a una sociedad mejor, entrando a la nueva programación genética y filosófica de vernos solo como seres humanos, para eliminar la inequidad de género, el racismo y tantos problemas que parten de una visión de desigualdad y soberbia.

Especialmente hago un reconocimiento a las capacidades de las mujeres, quienes en los momentos más difíciles, salen adelante demostrando su gran valor y fuerza.
 
Sin ánimo de ahondar más, me atrevo a concluir con la siguiente reflexión: que todo esto de la falta de equidad entre los sexos nosotros mismos lo hemos provocado y no sabemos bien a bien ni como, ni cuando, ni porque; pero se necesita  una nueva época en que se dé una especie de acuerdo equitativo, como en la teoría del contrato social de J.J. Rousseau, en reconocimiento de las capacidades de cada sexo y partir de esas capacidades y limitaciones propias y que, de reconocer fortalezas y debilidades, entremos a una entramado compensatorio donde aportemos lo necesario para crear una sociedad mejor. Sé que parece muy utópico lo que estoy diciendo, pero la historia, la filosofía, incluso la ciencia nos han dado herramientas para conocer mucho más de lo que se pudo conocer nunca antes y creo que debemos tomar estas herramientas a nuestro favor.
Pero y ante lo controvertido de esta temática retomo nuevamente las palabras de Virginia Wolf cuando afirma “He faltado a mi deber de llegar a una conclusión acerca de estas dos cuestiones; las mujeres y la novela siguen siendo, en lo que a mí respecta, problemas sin resolver”. Manifiesto por tanto mi incompetencia para responder a las grandes interrogantes que surgen, pero estoy seguro de tener la voluntad de profundizar en tales temas y de hacer lo necesario para animar al cambio de ideologías, comenzando con las mías, para tener una convivencia pacífica en aras de tener un futuro acorde a un tipo de equidad enfocada en la humanidad y solo en la humanidad.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

ALEXANDER A A.   9NA Y 10MA PARADAS
 
TEXTO REARMADO RESALTANDO LA TESIS AL DESNUDO DEL CUENTO: LECCIÓN DE COCINA

Mi lugar está aquí. Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. Yo anduve extraviada en aulas, en calles…; desperdiciada en destrezas que ahora he de olvidar para adquirir otras. Experimentada ama de casa, inspiración de las madres ausentes y presentes, voz de la tradición…  Yo, por lo menos, declaro solemnemente que no estoy, que no he estado nunca ni en este que ustedes comparten ni en ningún otro.

Él podía darse el lujo de “portarse como quien es”. Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía... Boca arriba soportaba no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía, de desgarramiento, de placer. El gemido clásico. Mitos, mitos. El nylon de mi camisón de desposada resbalaba en… acantilado al suicidio.

Pero es mentira. Yo no soy el sueño que sueña, que sueña, que sueña; yo no soy el reflejo de una imagen en un cristal; a mí no me aniquila la cerrazón de una conciencia o de toda conciencia posible. Yo continúo viviendo con una vida densa, viscosa, turbia, aunque el que está a mi lado y el remoto, me ignoren, me olviden, me pospongan, me abandonen, me desamen.

No nacimos juntos. Nuestro encuentro se debió a un azar ¿feliz? Es demasiado pronto aún para afirmarlo; y ahora reposo junto a él con los muslos entrelazados, húmedos de sudor y de semen. Podría levantarme sin despertarlo, ir descalza hasta la regadera. ¿Purificarme? No tengo asco. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento. Así que permanezco inmóvil, respirando rítmicamente para imitar el sosiego, puliendo mi insomnio, la única joya de soltera que he conservado y que estoy dispuesta a conservar hasta la muerte. Es verdad que en el contacto o colisión con él he sufrido una metamorfosis profunda: no sabía y sé, no sentía y siento, no era y soy. Gracias por haberme abierto la jaula de una rutina estéril para cerrarme la jaula de otra rutina que, según todos los propósitos y las posibilidades, ha de ser fecunda.

¿Y tú? ¿No tienes nada que agradecerme? Lo has puntualizado con una solemnidad… que acaso pretendía ser halagadora pero que me resultaba ofensiva: mi virginidad. La pequeña imperfección en la perla me es insoportable, su rigidez es incompatible con la espontaneidad para hacer el amor. Yo permaneceré como permanezco. Quieta. Cuando dejas caer tu cuerpo sobre el mío siento que me cubre una lápida, llena de inscripciones, de nombres ajenos, de fechas memorables. Gimes inarticuladamente y quisiera susurrarte al oído mi nombre para que recuerdes quién es a la que posees. Porque perdí mi antiguo nombre y aún no me acostumbro al nuevo, que tampoco es mío. ¿Es la angustia la que oprime mi corazón? No, es su mano la que oprime mi hombro.

¿Acechas mi tránsito a la fluidez, lo esperas, lo necesitas?... no estorbaré tus aventuras. No será indispensable…  que me cebes, que me ates de pies y manos con los hijos, que me amordaces con la miel espesa de la resignación.

Soy yo. ¿Pero quién soy yo? Tu esposa, claro. Y ese título… una marca de propiedad y no obstante me miras con desconfianza. No estoy tejiendo una red para prenderte. No soy una mantis religiosa. Te agradezco que creas en semejante hipótesis. Pero es falsa.

Yo rumiaré, en silencio, mi rencor. Se me atribuyen las responsabilidades y las tareas de una criada para todo. He de mantener la casa impecable, la ropa lista.... Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar… que el jefe exige y los subordinados odian. En mis ratos de ocio me transformo en una dama de sociedad… que corre el riesgo mensual de la maternidad, que cree en las juntas nocturnas de ejecutivos…

Y yo, soy muy torpe. Ahora se llama torpeza; antes se llamaba inocencia y te encantaba…

Y no es que me hayas defraudado. Yo no esperaba, es cierto, nada en particular. Poco a poco iremos revelándonos mutuamente, descubriendo nuestros secretos, nuestros pequeños trucos, aprendiendo a complacernos. Y un día tú y yo seremos una pareja de amantes perfectos y entonces, en la mitad de un abrazo, nos desvaneceremos y aparecerá en la pantalla la palabra “fin”. Para la siguiente película me gustaría que me encargaran otro papel. ¿Bruja blanca en una aldea salvaje? No, hoy no me siento inclinada ni al heroísmo ni al peligro…  

Recapitulemos. Aparece, primero una forma, un tamaño. Luego cambia y se pone más bonita y se siente una muy contenta. Luego vuelve a cambiar y ya no está tan bonita. Y sigue cambiando y cambiando y cambiando y lo que uno no atina es cuándo pararle el alto. Porque si me dejo indefinidamente expuesta al fuego, me consume hasta que no queden ni rastros de mi. Y el trozo de mi que daba la impresión de ser algo tan sólido, tan real, ya no existe.

¿Entonces? Mi marido también da la impresión de solidez y de realidad cuando estamos juntos, cuando lo toco, cuando lo veo. Seguramente cambia, y cambio yo también, aunque de manera tan lenta, tan morosa que ninguno de los dos lo advierte. Después se va y bruscamente se convierte en recuerdo y...

No he dejado de existir. He sufrido una serie de metamorfosis… no significa que se haya concluido el ciclo sino que ha dado el salto cualitativo. Continuaré  operando en otros niveles. En el de mi conciencia, en el de mi memoria, en el de mi voluntad, modificándome, determinándome, estableciendo la dirección de mi futuro.

Yo seré, de hoy en adelante, lo que elija en este momento. Seductoramente aturdida, profundamente reservada, hipócrita. Yo impondré, desde el principio, y con un poco de impertinencia las reglas del juego. Mi marido resentirá la impronta de mi dominio que irá dilatándose, como los círculos en la superficie del agua sobre la que se ha arrojado una piedra. Forcejeará por prevalecer y si cede yo le corresponderé con el desprecio y si no cede yo no seré capaz de perdonarlo.

Si asumo otra actitud, si soy el caso típico, la femineidad que solicita indulgencia para sus errores, la balanza se inclinará a favor de mi antagonista y yo participaré en la competencia que, aparentemente, me destina a la derrota y que, en el fondo, me garantiza el triunfo por la sinuosa vía que recorrieron mis antepasadas, las humildes, las que no abrían los labios sino para asentir, y lograron la obediencia ajena hasta al más irracional de sus caprichos. La receta, pues, es vieja y su eficacia está comprobada….

Sólo que me repugna actuar así. Esta definición no me es aplicable y tampoco la anterior, ninguna corresponde a mi verdad interna, ninguna salvaguarda mi autenticidad…

...hogar es el remanso de paz en que se refugia de las tempestades de la vida. De acuerdo. Yo lo acepté al casarme y estaba dispuesta a llegar hasta el sacrificio en aras de la armonía conyugal. Pero yo contaba con que el sacrificio, el renunciamiento completo a lo que soy… topado hoy que es algo muy insignificante, muy ridículo. Y sin embargo...

TEXTO REARMADO RESALTANDO LA TESIS AL DESNUDO DE: LA RESPUESTA A SOR FILOTEA

Perdonad… la digresión que me arrebató la fuerza de la verdad, también es buscar efugios para huir la dificultad de responder, y casi me he determinado a dejarlo al silencio; pero como éste es cosa negativa.
Bien conozco… advertencia, sobre lo mucho que habréis visto de asuntos humanos que he escrito;… que en mí siempre es natural y costumbre, que el no haber escrito mucho de asuntos sagrados no ha sido desafición. Pues ¿cómo me atreviera yo a tomarlo en mis indignas manos, repugnándolo el sexo, la edad y sobre todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces este temor me ha quitado la pluma de la mano y ha hecho retroceder los asuntos hacia el mismo entendimiento de quien querían brotar; no es culpa…, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar gusto a otros; no sólo sin complacencia, sino con positiva repugnancia, porque nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio que pide la obligación de quien escribe; y así, es la ordinaria respuesta a los que me instan, y más si es asunto sagrado.

Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos. Así lo respondo y así lo siento.

El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad:… desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones --que he tenido muchas, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien diga que daña.

… sabiendo ya leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras que deprenden las mujeres, oí decir que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico;  despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo;…

Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros. Esto me hizo vacilar algo en la determinación... Pensé yo que huía de mí misma y proseguí, digo, a la estudiosa tarea (que para mí era descanso en todos los ratos que sobraban a mi obligación) de leer y más leer, de estudiar y más estudiar, sin más maestro que los mismos libros. Ya se ve cuán duro es estudiar en aquellos caracteres sin alma, careciendo de la voz viva y explicación del maestro; pues todo este trabajo sufría yo muy gustosa por amor de las letras. para llegar, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas; porque¿Cómo sin Lógica sabría yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin Retórica entendería sus figuras, tropos y locuciones?... Y en fin, cómo el Libro que comprende todos los libros, y la Ciencia en que se incluyen todas las ciencias, para cuya inteligencia todas sirven; y después de saberlas todas (que ya se ve que no es fácil, ni aun posible)… para impetrar de Dios aquella purgación de ánimo e iluminación de mente que es menester para la inteligencia de cosas tan altas… En esto sí confieso que ha sido inexplicable mi trabajo; y así no puedo decir lo que con envidia oigo a otros: que no les ha costado afán el saber.

Bendito sea Dios que quiso fuese hacia las letras y no hacia otro vicio, que fuera en mí casi insuperable; y bien se infiere también cuán contra la corriente han navegado (o por mejor decir, han naufragado) mis pobres estudios..

¡Rara especie de martirio donde yo era el mártir y me era el verdugo! Pues así es, que cuando se apasionan los hombres doctos prorrumpen en semejantes inconsecuencias. En verdad que sólo por eso salió determinado que Cristo muriese. Hombres, si es que así se os puede llamar, siendo tan brutos. ¡Oh signo que te ponen por blanco de la envidia y por objeto de la contradicción!…

No por otra razón es el ángel más que el hombre que porque entiende más; no es otro el exceso que el hombre hace al bruto, sino solo entender; y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y confesará que otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso y aun que es más docto.

No quiero decir que me han perseguido por saber, sino sólo porque he tenido amor a la sabiduría y a las letras, no porque haya conseguido ni uno ni otro. Hallábase el Príncipe de los Apóstoles, en un tiempo, tan distante de la sabiduría… sino. Era afecto a la sabiduría, llevábale el corazón, andábase tras ella. Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque a longe. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohiba el estudio. Yo la obedecí en cuanto a no tomar libro, que en cuanto a no estudiar absolutamente, no lo pude hacer, porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió… Pues… de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar… ; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias…. pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.
 
Si éstos, Señora, fueran méritos (como los veo por tales celebrar en los hombres). Veo tantas y tan insignes mujeres: unas adornadas del don de profecía, tan docta que… sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendidas… y en fin a toda la gran turba de las que merecieron nombres, ya de griegas, ya de musas, ya de pitonisas; pues todas no fueron más que mujeres doctas, tenidas y celebradas y también veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras infinitas, de que están los libros llenos…

al fin resuelve, con su prudencia, que el leer públicamente en las cátedras y predicar en los púlpitos, no es lícito a las mujeres; pero que el estudiar, escribir y enseñar privadamente, no sólo les es lícito, pero muy provechoso y útil; claro está que esto no se debe entender con todas, sino con aquellas a quienes hubiere Dios dotado de especial virtud y prudencia y que fueren muy provectas y eruditas y tuvieren el talento y requisitos necesarios para tan sagrado empleo. Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios… de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios… A éstos, vuelvo a decir, hace daño el estudiar, porque es poner espada en manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la defensa, en sus manos es muerte suya y de muchos.

Y en verdad no lo dijo el Apóstol a las mujeres, sino a los hombres; y que no es sólo para ellas el taceant, sino para todos los que no fueren muy aptos.

¡Oh si todos --y yo la primera, que soy una ignorante-- nos tomásemos la medida al talento antes de estudiar, y lo peor es, de escribir con ambiciosa codicia de igualar y aun de exceder a otros, qué poco ánimo nos quedara y de cuántos errores nos excusáramos y cuántas torcidas inteligencias que andan por ahí no anduvieran! Y pongo las mías en primer lugar, pues si conociera, como debo, esto mismo no escribiera.
 
Y no que por defecto de esto y la suma flojedad en que han dado en dejar a las pobres mujeres, si algunos padres desean doctrinar más de lo ordinario a sus hijas, les fuerza la necesidad y falta de ancianas sabias, a llevar maestros hombres a enseñar a leer, escribir y contar, a tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimentan cada día en lastimosos ejemplos de desiguales consorcios, porque con la inmediación del trato y la comunicación del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser posible. Por lo cual, muchos quieren más dejar bárbaras e incultas a sus hijas que no exponerlas a tan notorio peligro como la familiaridad con los hombres…

Porque ¿qué inconveniente tiene que una mujer anciana, docta en letras y de santa conversación y costumbres, tuviese a su cargo la educación de las doncellas? Y no que éstas o se pierden por falta de doctrina o por querérsela aplicar por tan peligrosos medios cuales son los maestros hombres, que cuando no hubiera más riesgo que la indecencia de sentarse al lado de una mujer verecunda (que aun se sonrosea de que la mire a la cara su propio padre) un hombre tan extraño, a tratarla con casera familiaridad y a tratarla con magistral llaneza, el pudor del trato con los hombres y de su conversación basta para que no se permitiese. Y no hallo yo que este modo de enseñar de hombres a mujeres pueda ser sin peligro…

No hay duda de que para inteligencia de muchos lugares es menester mucha historia, costumbres, ceremonias, proverbios y aun maneras de hablar de aquellos tiempos en que se escribieron… no sólo de las letras divinas sino también de las humanas, que significa dar libertad, aludiendo a la costumbre y ceremonia de dar una bofetada al esclavo para darle libertad. Aquella respuesta de la casta matrona al pretensor molesto, de: "por mí no se untarán los quicios, ni arderán las teas", para decir que no quería casarse, aludiendo a la ceremonia de untar las puertas con manteca y encender las teas nupciales en los matrimonios; como si ahora dijéramos: por mí no se gastarán arras ni echará bendiciones el cura.

Todo esto pide más lección de lo que piensan algunos que, quieren interpretar las Escrituras y se aferran; siendo este lugar más en favor que en contra de las mujeres, pues manda que aprendan, y mientras aprenden claro está que es necesario que callen; donde se habla con toda la colección de los hombres y mujeres, y a todos se manda callar, porque quien oye y aprende es mucha razón que atienda y calle…  que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos: que, según San Agustín, unas cosas se aprenden para hacer y otras para sólo saber… que debo a nuestra Santa Madre Iglesia? Pues si ella, con su santísima autoridad, no me lo prohibe, ¿por qué me lo han de prohibir otros?... a quererle responder en particular, siendo mi intento hablar en general…, que es que no sólo es lícito, pero utilísimo y necesario a las mujeres el estudio de las sagradas letras.

San Gregorio Nacianceno disputa en elegantes versos las cuestiones de Matrimonio y la de la Virginidad. Y ¿qué me canso? La Reina de la Sabiduría y Señora nuestra, con sus sagrados labios, entonó el Cántico de la Magnificat; y habiéndola traído por ejemplar, agravio fuera traer ejemplos profanos, aunque sean de varones gravísimos y doctísimos, pues esto sobra para prueba; y el ver que, aunque como la elegancia hebrea no se pudo estrechar a la mensura latina, a cuya causa el traductor sagrado, más atento a lo importante del sentido, omitió el verso, con todo, retienen los Salmos el nombre y divisiones de versos; pues ¿cuál es el daño que pueden tener ellos en sí? Porque el mal uso no es culpa del arte, sino del mal profesor que los vicia, haciendo de ellos lazos del demonio; y esto en todas las facultades y ciencias sucede.

CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS

Convergencias:

1.- ambas cuestionan el matrimonio considerándolo un yugo que asfixia sus anhelos.
2.- se reconocen ignorantes en muchos asuntos, pero se saben capaces de ser y aprender mucho más, con solo tener la oportunidad.
3.- son escritos desde una perspectiva femenina, donde el hombre es un verdugo que se postra como el controlador de todo lo establecido y eclipsa todo entendimiento, toda ilusión, todo reconocimiento del valor de la mujer.
4.- a pesar de la diferencia de la época en que los textos fueron escritos, reflejan una sociedad represora de la figura femenina, donde la misma mujer se vuelve reproductora de estas ideologías y estas mujeres les rinden explicaciones y excusas, ante lo “novedoso” de sus actos y sus pensamientos, a otras mujeres.
5.- se muestra al hombre como un ente que ha recreado erróneamente un tipo de sociedad, con una especie de rituales donde la mujer siempre está a expensas de la autorización o la venia del hombre, como en un plano inferior en que a pesar de saberse con grandes y muy particulares capacidades, se refleja una especie de inseguridad, provista por el contexto, de emprender las acciones necesarias para cambiar su situación.

 
Divergencias:

1.- en el primer texto, la que narra está casada y desde esa perspectiva, reniega de su nueva condición por encontrarse ante situaciones esperadas pero no aceptadas… en el segundo texto la que narra evitó el matrimonio sabiendo de las implicaciones en la pérdida de su libertad, prefiriendo enclaustrarse en la labor de monga con la esperanza de tener ratos de libertad para su verdadera vocación que le representan las letras.
2.- en el primer texto la mujer habla directamente del hombre, de cómo éste puede hacer cosas sin ser juzgado y de su condición de esposa, resignada al necesario aprendizaje de sus nuevas obligaciones, además de que oculta o entierra sus sentires en lo más profundo de su ser… en el segundo texto, la mujer muestra su infranqueable determinación al estudio, se compara con los hombres y se muestra al mismo nivel, cuestionando incluso las capacidades reflejas en actitudes históricas de hombres que según su punto de vista, han cometido grandes errores aludiendo a su seudo-sabiduría.
3.- la primera recrea su tesis en su mente y no perece tener mayor repercusión en la defensa sus argumentos o el cambio de su situación… en el segundo texto, la que habla, lo hace defendiendo una postura ante alguna instancia que deberá reconocer su razón, según los argumentos establecidos, lo cual tendrá alguna repercusión (según lo marca la historia) positiva, donde se le permita a la autora del texto, seguir con sus aspiraciones.

ENSAYO PENDIENTE