SOÑANDO SUEÑOS (J. Iturriaga)
Como los sueños de Eduardo Galeano para el año 2000 no se convirtieron en realidad y como dos voluntades –por lógica aritmética- pueden más que una sola, en primer lugar me sumo a sus delirios oníricos y los refrendo como mis propios deseos para el 2025. Además, agrego:
· Que el estrés que domina al mundo urbano -lid cotidiana, descarga enervante, colisión de valores, tropiezo de sinsentidos- y que hasta cáncer produce (dicen), se convierta en relajamiento, que los tensos reposen y una laxitud domine a los agitados. (Los jóvenes dirían: que se alivianen).
· Que cuando un peatón atraviese el arroyo –ingenuo suicida, mártir involuntario, paladín del pavimento-, los automovilistas (que hoy son como los materialistas de mis tiempos –y ciertamente no dialécticos-) se frenen y le den el paso, en lugar de aventarle el vehículo, ciego rinoceronte, y una andanada de improperios.
· Que el afán de poder, especialmente de quienes ya lo tienen y mucho –agua que da sed, narcótico del inseguro, impotentes de la vida interior-, devenga afán de servicio, que el poder a secas se transforme en poder servir.
· Que se prohíban los claxones en Cuernavaca, de manera particular los de aire en los camiones –hienas enloquecidas, histéricos estridentes, criminales del sosiego-, y sean sustituidos por las primeras notas de “La Pequeña Serenata” de Mozart grabada en clavecín.
· Que los pueblos que se consideran superiores (y sobre todo sus gobiernos) –fascistas disfrazados de demócratas, totalitarios de su propia verdad, tramposos del orden mundial, corruptos policías planetarios- se sientan iguales a los demás y, por lo tanto, dejen de pretender la imposición de sus valores al resto del mundo.
· Que los hijos de los antiguos talamontes –termitas depredadoras para engrosar sus bolsillos, matricidas obcecados, violadores del entorno- expíen las culpas paternas sembrando (y cuidando hasta que crezcan, que ese es el verdadero meollo) diez árboles por cada uno sacrificado por su progenitor.
· Que cualquier mexicano pueda acudir a la autoridad en búsqueda de su apoyo – asidero confiable, padre protector, camarada transigente, madre cariñosa- y así dejemos de temer sus abusos y exacciones.
· Que los niños clasemedieros –víctimas inocentes de la agresiva mercadotecnia, damnificados de la globalización, inmolados del capitalismo- ya no pidan a sus papás, como la gran cosa, llevarlos a comer una hamburguesa a Mac Donalds, sino un taco de nana al mercado.
· Que dejemos –náufragos del Estado de derecho- de tener más miedo a los policías que a los ladrones, para tener a quien pedir auxilio en caso de enfrentarnos a estos últimos.
· Que todos veamos al dinero –verdadero opio de los pueblos, manzana de las discordias familiares, símbolo concentrador de las ambiciones inmorales- como un medio y no como un fin.
· Que los mexicanos rebasen la marca de los suecos en cuanto a lectura de libros y que éstos no sean de autoayuda –terapeutas engañosos, alivio artificial, consuelos ilusorios, sedación de lo esencial-.
· Que los mecánicos, los plomeros, los albañiles y todos nuestros oficiales sean tan cumplidos como eficientes, tan honrados como veloces, santos laicos del trabajo, héroes de la dedicación, apóstoles aplicados a la responsabilidad con el prójimo.
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