Ésta que ves reflejada aquí, de rostro pecoso y asimétrico,
un ojo y una oreja más arriba, o más abajo según la miren, cabello oscuro y lacio, frente mediana
cruzada por un fleco, de contentos
ojos, de nariz pequeña un poco corta, de mejillas descoloridas, que ha treinta años fueron rojas,
la boca pequeña, los dientes parejos, de cuerpo ni flaco ni gordo, de color
moreno; de altura baja y pies ligeros; ésta digo que es el rostro de la autora
de algunos cuentos desperdigados, y de la que perdió el nombre merced a su
padre alcohólico, a la edad de 8 años después de la muerte de su madre; y hubo
de conocer el budismo zen para sanar, llámase Rosa Blanca María Graciela Zamora
Limón. Sin saber quién era, en medio del caos y el vino, extravío mucho tiempo
de estudio. Fue ama de casa muchos
años, algunos de los cuales por el tal nombre perdido hubo de llevar batallas legales, y terapias varias y aunque toda esta lucha
es resultado del gran despropósito de su padre y fue una locura, ella la tiene
como la mayor experiencia que le ha otorgado la vida y le ha dado ocasión de
descubrir la escritura, bajo cuyos ingeniosos estandartes, los de la pluma, desenredó así el
dicho entuerto y recuperó, para su propia gloria, el nombre recibido en la pila.
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