martes, 24 de septiembre de 2013

QUINTA PARADA, EL PLACER DE SOÑAR


  2012, la sonda Voyager 1, con su mensaje humano dentro, ha cruzado los confines del Sistema Solar.
2013, aglomerados en edificios y ciudades espesas, hormigueros de primitivos terrícolas se transportan en veloces trenes y automóviles cargando diminutos teclados electrónicos,  sutiles artilugios de simultaneidad, fluidez, aceleración, mientras en la otra mano continúan asidos a su cachiporra mental de Cromagnon.  Así pertrechados, cruzaron de puntitas al  segundo milenio entre profecías apocalípticas. Las predicciones fallaron, ya lo saben; siguen corriendo, apresurados entre vías de cemento, con máquinas dondequiera, las más golosas  devorando su  tiempo, insaciables; las otras, no menos voraces abandonadas a la fabricación de  montañas de inútiles productos que juzgan de provecho.
Gobernados por la economía y el valor del dinero,  vueltos de cabeza,  inventan fines del mundo entretenidos, mediáticos, para  opacar las catástrofes  de carne y hueso, de carros repletos de cadáveres, de cenizas, de torrentes de sangre, con los que conviven día a día, tan familiares, que ya no los advierten en su hormiguero infestado de focos y farolas, dique oscuro que ataja la marea resplandeciente del cosmos.     
No todo en el infierno es infierno; el amor, la poesía, la música, por ejemplo, los hacen soñar, y a veces, olvidar la cachiporra; de entre esas mujeres y hombres algunos han soñado sueños buenos, han delirado un poco y nos han soñando...
 2025, latitud norte 18º  longitud oeste  99º, Cuernavaca, México,  planeta Tierra.  Por alguna ley física inexplicable para la ciencia,  la sonda Voyager 1 lanzada en 1977, atraviesa un agujero negro y entra, para gran estupor nuestro, en contacto con la civilización de otro planeta alejado a millones de años luz. En nuestras pantallas cuánticas, vemos seres mucho más altos —la gravedad de su mundo,  menor al nuestro, les  dará esa talla—. En las ciudades se trasladan a pie, no porque carezcan de la tecnología, sino porque saben que lo más saludable es caminar.  No hay gobiernos, no porque exista anarquía sino porque nadie desea gobernar a nadie. No existen inndustrias de armas de fuego que pintarrajeen de sangre nada, porque la sangre es sagrada y el fuego sirve sólo para alumbrar los corazones.   La música y el dibujo son los dos ejes centrales en la enseñanza, y la imaginación, la asignatura esencial y obligatoria para obtener cualquier diploma, aunque a nadie le importen en realidad los diplomas. La profesión más respetada y admirada es la de maestro, aspiración máxima de esos altos seres, porque han comprobado que la sabiduría es el mayor tesoro. El único pecado es el no amor porque de ello abreva todo mal, y los únicos  mandamientos, perfectamente practicados por Buda y Jesús, son el amor y la compasión hacia el otro, sin ninguna iglesia que los  fiscalice. Coexisten millones de modestos  millonarios porque las únicas riquezas las integran la naturaleza,  el saber, y el espíritu. Nadie golpea a los niños ya que ningún padre ni madre ha sido maltratado.  Respetuosos del límite,   el consumo jamás desborda en el exceso y las palabras deforestación y contaminación sólo existen como referencia de lo que sucede en otros planetas. La obesidad es incomprensible porque no hay industrias que llenen de harina y de azúcar.  Las únicas tragedias ocurren por la separación de los amantes y las alegrías se tejen con las parejas de enamorados. Las organizaciones para defender los derechos de las minorías son un absurdo en un mundo en donde nadie violenta al otro. No hay armas ni ejércitos, porque  nadie desea apropiarse de territorios o riquezas que serían una monserga mantener.  Las máquinas, ultra avanzadas y sensibles impiden que la gente le haga daño a otra y realizan los trabajos engorrosos y repetitivos. Mansiones descomunales no se construyen porque están convencidos como Symborska de que “…/ para ser feliz e infeliz:/ un rincón modesto,/ en el que las estrellas/ den las buenas noches/…” es suficiente.   En los hospitales habrá músicos y teóricos porque como Novalis diagnosticarán que “toda enfermedad es un problema musical, y cada cura una solución musical”. Estos altos seres se sentarán a platicar, bajo el inconmensurable techo de estrellas, recordarán habernos creado en nuestro diminuto "puntito azul", mecido milagrosamente en la luz de una estrella, y mirarán al cielo buscando, ellos mismos, a sus creadores.   




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