¿A qué voy al mercado?
Voy a buscar
lecturas que les puedan servir a mis alumnos en su formación académica y que
estén relacionadas con los temas que debo abordar según el programa de la SEP.
Sin embargo, no puedo quedarme solo en ese paso, pues mi compromiso y mi
vocación me hacen querer un poco más: lograr que los adolescentes disfruten lo
que leen y aprendan, casi sin darse cuenta, valiosas lecciones no solo
escolares sino de vida.
¿Cómo quiero hacerlo?
Pues en primer
lugar, hurgando en mis plasmidios, en esos módulos de información que otras
personas me legaron y en los que yo creo que está contenida alguna realidad
humana que quiero transmitir. Es difícil elegir de entre lo que conozco, algo
que —de acuerdo a la edad y a los intereses de mis alumnos— pueda despertarles
las ganas de leer y de saber más.
Un
libro que llegó a mis manos cuando yo tenía la edad de ellos y que me cambió la
vida fue Fahrenheit 451 de Ray
Bradbury. Esta pequeña novela me mostró la angustia de vivir en un mundo sin
conocimiento, sin información, sin sentimientos, sin ficciones... sin libros. Los
bomberos que provocan el fuego en lugar de apagarlo, el hecho de que quemen a
las personas que no quieren separarse de sus libros, el que los lectores sean
perseguidos y vivan como indigentes para pasar inadvertidos fueron sucesos que
me aterraron. Y creo que todo fue tan aterrador porque algunas de las cosas que
pasan en el libro ya pasaban en mis tiempos. Actualmente, la tecnología ofrece opciones
que en aquel momento yo creía muy lejanas, como estar platicando con alguien
por medio de una pantalla y el hecho de estar solo pero creer que se está
acompañado, como lo que sucede actualmente con las redes sociales.
Otro
alimento que me gustaría poner en la canasta es El laberinto de la soledad de Octavio Paz. Es un libro que todos
los mexicanos deberíamos leer porque en él se encuentra mucho de nuestra
esencia y de la historia que compartimos y que no deberíamos olvidar. Esto ya
comencé a hacerlo. Les di a mis alumnos de segundo semestre de Taller de
Lectura y Redacción el ensayo “Los hijos de la Malinche”. Les dejé que lo
leyeran solos y no entendieron nada porque no tenían buenos hábitos de
comprensión de lectura. Entonces, destiné un tiempo de cada clase para leerlo
junto con ellos e ir comentando cada dos o tres párrafos. Les explicaba algunas
cosas que no entendían y juntos buscábamos otras que no estaban claras tampoco
para mí. Fue una de las mejores experiencias de semestre. Al final, los alumnos
le escribieron una carta a Octavio Paz. Creo que con esa actividad abrí una
pequeña puerta, pues algunos de ellos se siguieron leyendo los demás ensayos.
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