lunes, 11 de agosto de 2014

PRIMERA PREGUNTA (Patricia Suárez)


¿A qué voy al mercado?
Voy a buscar lecturas que les puedan servir a mis alumnos en su formación académica y que estén relacionadas con los temas que debo abordar según el programa de la SEP. Sin embargo, no puedo quedarme solo en ese paso, pues mi compromiso y mi vocación me hacen querer un poco más: lograr que los adolescentes disfruten lo que leen y aprendan, casi sin darse cuenta, valiosas lecciones no solo escolares sino de vida.
¿Cómo quiero hacerlo?
Pues en primer lugar, hurgando en mis plasmidios, en esos módulos de información que otras personas me legaron y en los que yo creo que está contenida alguna realidad humana que quiero transmitir. Es difícil elegir de entre lo que conozco, algo que —de acuerdo a la edad y a los intereses de mis alumnos— pueda despertarles las ganas de leer y de saber más.
Un libro que llegó a mis manos cuando yo tenía la edad de ellos y que me cambió la vida fue Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Esta pequeña novela me mostró la angustia de vivir en un mundo sin conocimiento, sin información, sin sentimientos, sin ficciones... sin libros. Los bomberos que provocan el fuego en lugar de apagarlo, el hecho de que quemen a las personas que no quieren separarse de sus libros, el que los lectores sean perseguidos y vivan como indigentes para pasar inadvertidos fueron sucesos que me aterraron. Y creo que todo fue tan aterrador porque algunas de las cosas que pasan en el libro ya pasaban en mis tiempos. Actualmente, la tecnología ofrece opciones que en aquel momento yo creía muy lejanas, como estar platicando con alguien por medio de una pantalla y el hecho de estar solo pero creer que se está acompañado, como lo que sucede actualmente con las redes sociales.
Otro alimento que me gustaría poner en la canasta es El laberinto de la soledad de Octavio Paz. Es un libro que todos los mexicanos deberíamos leer porque en él se encuentra mucho de nuestra esencia y de la historia que compartimos y que no deberíamos olvidar. Esto ya comencé a hacerlo. Les di a mis alumnos de segundo semestre de Taller de Lectura y Redacción el ensayo “Los hijos de la Malinche”. Les dejé que lo leyeran solos y no entendieron nada porque no tenían buenos hábitos de comprensión de lectura. Entonces, destiné un tiempo de cada clase para leerlo junto con ellos e ir comentando cada dos o tres párrafos. Les explicaba algunas cosas que no entendían y juntos buscábamos otras que no estaban claras tampoco para mí. Fue una de las mejores experiencias de semestre. Al final, los alumnos le escribieron una carta a Octavio Paz. Creo que con esa actividad abrí una pequeña puerta, pues algunos de ellos se siguieron leyendo los demás ensayos.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario