lunes, 4 de marzo de 2013

CAMBIO DE TRABAJO.


Son las 05:00 hras.  de la tarde, del 10 de octubre de 1999 y sigo  aun sentada en el pasillo de espera, frente al escritorio de Isabel, la recepcionista y mano derecha de mi jefa, ella me dice que no me desespere, que ya me recibirá, que ha tenido mucho trabajo y que además no ha estado de buen humor. Yo asentí con la cabeza, sabiendo de antemano que eso no era cierto, que Isabel sólo “cubría” a nuestra jefa para que yo no pasara un mal rato, pues sentía aprecio por mi ­_al menos eso creía yo, cuando recuerdo esto pienso que era lástima_, después de otra media hora de espera, por fin se dirigió hacia mí diciéndome que me retirara, que la maestra me recibiría al día siguiente. En ese momento sentí que la tierra se hundía, que todo se oscurecía y me faltaba la respiración _como seguía sentada no me caí_, sin embargo traté de tranquilizarme y me fui de ahí sumida en pensamientos, recordé cómo había iniciado todo esto, trataba de explicarme ¿por qué mi jefa me trataba así?, si se suponía que también yo era de sus confianzas.

Estas reflexiones me llevaron a aquella tarde decisiva en mi vida, en la que tomé la determinación de cambiar de trabajo, yo había estado por mucho tiempo trabajando como apoyo en el área técnico pedagógica  de educación preescolar, donde se suponía que participaba como capacitadora del personal docente de educación preescolar y digo “se suponía” porque no era así, el mayor tiempo del ciclo escolar lo dedicábamos a organizar actividades sociales, deportivas y/o culturales, situación que me fue desmotivando ya que consideraba que yo había estudiado para ser docente, no importaba en ese momento de qué nivel educativo, además, continuaba enriqueciendo mi formación como maestra, así que había estudiado dos licenciaturas y una maestría. Esa tarde encontré a un antiguo maestro, que al cuestionarme acerca de mi situación actual me hizo recordar que mi meta era ser maestra  y que lo que hacía no era nada parecido. Para empeorar esto, me habían “ascendido” como ¡responsable del área administrativa! de la Jefatura de Sector  09 de Educación Preescolar. Mi maestro, al verme titubear ofreció ayudarme, me abrió un panorama que me mostraba que mi vida no podía ser esa, me presentó una única opción de cambio, que no era segura, pero de lo que si estaba segura era que yo no podía permanecer más tiempo ahí.

Al día siguiente sin consultar a  nadie más, llevé mi solicitud al Centro de Actualización del Magisterio de Iguala, (una institución actualizadora y últimamente formadora de docentes). Mis manos sudaban y un leve temblor se vislumbraba en ellas cuando entregué mi expediente y me entrevisté con el director, él amablemente me dijo que revisaría mi documentación y que consideraba que no habría ningún problema para aceptarme. No obstante faltaba algo importante: ¡la liberación de mi trabajo, todavía actual en esos momentos!, ¿cómo se la pediría a mi jefa?, ¿qué explicación le daría?, ¿entendería porqué tomé esa decisión?
Al día siguiente, decidí agarrar “al toro por los cuernos”, así que con mucha seguridad llegué a mi trabajo para hablar con mi jefa… el día transcurrió, otro día también y ella no llegó a la oficina; cómo estas cosas deben hacerse “en caliente” fui a ver al jefe de ella, ¡ese fue mi error!, ahora que lo recordaba, no había duda ¡eso fue lo que le molestó! De ahí ya se imaginarán lo que sucedió, resultó que a eso, coloquialmente se le llama “brincarse las trancas”, por supuesto que eso nunca fue mi intención, sino aprovechar todo momento para conseguir lo más rápido posible ¡mi liberación!, para cambiar de trabajo de manera inmediata.
Mi jefa era una persona físicamente guapa, alta, de piel blanca, ojos grandes y hermosos que parecían querer hablar cuando se enojaba; además tenía un temperamento fuerte, impositiva y sólo ella tenía la razón de cualquier cosa que estuviera en discusión, en el trabajo era muy meticulosa, todo debería de estar en su lugar y nada debería de faltar en las actividades realizadas (tal vez por eso, siento que se olvidó de lo académico y sólo se dedicaba a aquellas acciones que le daban proyección ante la comunidad). Cuando se enteró de que yo había solicitado irme y cambiar de trabajo, se enojó tanto que decidió obstaculizar mi salida, manteniéndome en el área administrativa por más tiempo y evitando que llegara la “dichosa” hoja de liberación. Ahí empezó mi tortura…cada vez que ella llegaba a la oficina,  yo solicitaba audiencia para hablar con ella, nunca me dijo que no, ¡pero no me dijo cuándo! y ¡ni a qué hora!, así que, todas las tardes me hacía esperarla, veía desfilar a mis compañeras a la hora de la salida (a las 2:00 hrs. p.m.) yo esperaba a que ella atendiera  a todas las personas que deseaban tratarle algún asunto; cuando este “desfile de gente” terminaba, mi jefa simplemente me mandaba decir: mañana te va a recibir, _qué cara estaba pagando mi osadía_ para mí era algo común y lógico, el cambiar de trabajo, para mi jefa era un desafío, ¡y nadie podía desafiarla a ella!
Finalmente, después de dos meses con esa rutina y de llegar a mi casa a las 5 ó 6 de la tarde, hambrienta, desesperada, desmoralizada, cansada y para empeorar esto, encontraba a mi esposo enojado porque llegaba tarde, me recibió, ¡decidió hablar conmigo! y me entregó mi hoja de liberación de ese centro de trabajo, sorprendentemente ya no estaba molesta, me deseó éxito en mi nuevo trabajo, yo pude irme tranquila y agradecida por las cosas que aprendí con ella.
En enero del  año 2000, inicié en un nuevo trabajo donde puse en práctica aquello que había aprendido y que mis maestros me habían enseñado: ¡ser maestra!

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