Son las 05:00 hras. de
la tarde, del 10 de octubre de 1999 y sigo
aun sentada en el pasillo de espera, frente al escritorio de Isabel, la
recepcionista y mano derecha de mi jefa, ella me dice que no me desespere, que
ya me recibirá, que ha tenido mucho trabajo y que además no ha estado de buen
humor. Yo asentí con la cabeza, sabiendo de antemano que eso no era cierto, que
Isabel sólo “cubría” a nuestra jefa para que yo no pasara un mal rato, pues
sentía aprecio por mi _al menos eso creía yo, cuando recuerdo esto pienso que
era lástima_, después de otra media hora de espera, por fin se dirigió hacia mí
diciéndome que me retirara, que la maestra me recibiría al día siguiente. En
ese momento sentí que la tierra se hundía, que todo se oscurecía y me faltaba
la respiración _como seguía sentada no me caí_, sin embargo traté de
tranquilizarme y me fui de ahí sumida en pensamientos, recordé cómo había
iniciado todo esto, trataba de explicarme ¿por qué mi jefa me trataba así?, si
se suponía que también yo era de sus confianzas.
Al día siguiente sin consultar a nadie más, llevé mi solicitud al Centro de
Actualización del Magisterio de Iguala, (una institución actualizadora y
últimamente formadora de docentes). Mis manos sudaban y un leve temblor se
vislumbraba en ellas cuando entregué mi expediente y me entrevisté con el
director, él amablemente me dijo que revisaría mi documentación y que
consideraba que no habría ningún problema para aceptarme. No obstante faltaba algo
importante: ¡la liberación de mi trabajo, todavía actual en esos momentos!,
¿cómo se la pediría a mi jefa?, ¿qué explicación le daría?, ¿entendería porqué
tomé esa decisión?
Al día siguiente, decidí agarrar “al toro por los cuernos”,
así que con mucha seguridad llegué a mi trabajo para hablar con mi jefa… el día
transcurrió, otro día también y ella no llegó a la oficina; cómo estas cosas
deben hacerse “en caliente” fui a ver al jefe de ella, ¡ese fue mi error!,
ahora que lo recordaba, no había duda ¡eso fue lo que le molestó! De ahí ya se
imaginarán lo que sucedió, resultó que a eso, coloquialmente se le llama
“brincarse las trancas”, por supuesto que eso nunca fue mi intención, sino
aprovechar todo momento para conseguir lo más rápido posible ¡mi liberación!,
para cambiar de trabajo de manera inmediata.
Mi jefa era una persona físicamente guapa, alta, de piel
blanca, ojos grandes y hermosos que parecían querer hablar cuando se enojaba;
además tenía un temperamento fuerte, impositiva y sólo ella tenía la razón de
cualquier cosa que estuviera en discusión, en el trabajo era muy meticulosa,
todo debería de estar en su lugar y nada debería de faltar en las actividades
realizadas (tal vez por eso, siento que se olvidó de lo académico y sólo se
dedicaba a aquellas acciones que le daban proyección ante la comunidad). Cuando
se enteró de que yo había solicitado irme y cambiar de trabajo, se enojó tanto
que decidió obstaculizar mi salida, manteniéndome en el área administrativa por
más tiempo y evitando que llegara la “dichosa” hoja de liberación. Ahí empezó
mi tortura…cada vez que ella llegaba a la oficina, yo solicitaba audiencia para hablar con ella,
nunca me dijo que no, ¡pero no me dijo cuándo! y ¡ni a qué hora!, así que,
todas las tardes me hacía esperarla, veía desfilar a mis compañeras a la hora
de la salida (a las 2:00 hrs. p.m.) yo esperaba a que ella atendiera a todas las personas que deseaban tratarle
algún asunto; cuando este “desfile de gente” terminaba, mi jefa simplemente me
mandaba decir: mañana te va a recibir,
_qué cara estaba pagando mi osadía_ para mí era algo común y lógico, el cambiar
de trabajo, para mi jefa era un desafío, ¡y nadie podía desafiarla a ella!
Finalmente, después de dos meses con esa rutina y de llegar a
mi casa a las 5 ó 6 de la tarde, hambrienta, desesperada, desmoralizada,
cansada y para empeorar esto, encontraba a mi esposo enojado porque llegaba
tarde, me recibió, ¡decidió hablar conmigo! y me entregó mi hoja de liberación
de ese centro de trabajo, sorprendentemente ya no estaba molesta, me deseó
éxito en mi nuevo trabajo, yo pude irme tranquila y agradecida por las cosas
que aprendí con ella.
En enero del año 2000,
inicié en un nuevo trabajo donde puse en práctica aquello que había aprendido y
que mis maestros me habían enseñado: ¡ser maestra!
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