Y de pronto todo se nubló...
él y yo corríamos pues teníamos claro que en pocos minutos todo cambiaría; no pasó mucho tiempo y la copiosa lluvia nos abrazó intempestiva; los olores a tierra mojada que tanto disfuto desde de dentro de casa, en ese momento se tornaron amenazantes, parecía la furia divina desatada por la desobediencia, nuestra misión era traer agua a casa, acarrearla; sin embargo, nuestra adolescente vida se resistía a cumplir las obligaciones encomendadas, Damián mi hermano menor y a todos lados acompañante, era un preadolescente de sexto grado de primaria, que tomaba a mi cargo ante la ausencia de nuestros padres, ellos trabajaban y salían a hacerlo, confiados de que daríamos cabal cumplimiento a sus órdenes y a nuestras tareas escolares.
Esa tarde se nos hizo casi noche, así que cuando decidimos ir por el agua, la tormenta arreció, a pesar de que corrimos no llegamos a nuestro destino y estábamos cada vez más lejos de casa; las cubetas que llevábamos en las manos, poco sirvieron para resguardarnos, tampoco había techos o marquesinas, así que seguimos, pero el fuerte viento nos movía con fuerza a pesar de ir ya tomados de la mano, tal vez nuestra lucha bajo la tormenta por llegar hasta el agua, no hubiera existido si hubiéramos salido a tiempo, pues tal pareciera que esperamos la noche y la tormenta para ir; esa tarde-noche, mi hermano y yo vivimos momentos de angustia, de arrepentimiento, de amor y compromiso, de cuidado mutuo, de temor, de oración, fueron los 15 minutos más intensos de mi adolescente y entonces corta vida; porque el temor no solo era a la tormenta, habíamos perdido dos cubetas, no llevábamos agua, pero por sobre todo, éramos hijos desobedientes a los que de seguro sus padres ejecutarían.
No recuerdo mucho más, la tragedia como todas pasó, no sé si hubo ejecución, lo que sí vienen a mi mente, son las imágenes de nuestros padres preocupados al escuchar nuestra narración; recuerdo el momento en que nos abrazaron, nos abrigaron y nos quedamos esa noche sintiendo su calor y su amor.
El culpable
ResponderEliminarFue una de las últimas canciones de su concierto, hace demasiados meses, que mis payasadas no provocan tus ganas de reír, al final de ésta “sin notarlo” yo mismo me abrazaba y enterraba fuertemente las uñas en mis brazos, luego vinieron “Las diez y las once” y “Peor para el Sol”, mas yo casi no las escuché. Esa noche me acompañaba una buena amiga, en aquel entonces lo era, ella fue quien me indicó que el concierto terminaba y que debíamos salir a enfrentar la noche fría que abrazaba polarmente la avenida reforma. Viajamos en metro, aún no me explico por qué funcionaba en aquella hora, tampoco me queda claro el momento en que compré la botella de tequila, al fin llegamos a su departamento. Estaba ausente y ella lo notó, quizá por eso solo me acompañó con un par de tragos y posteriormente se alejó, perdiéndose sola en su habitación. Esa noche fue muy complicada, sentado frente al balcón, cobijado por el invierno en Santa Fe y una botella de tequila. Horas después ella despertó y al notar mi estado me invitó a su cama, negué con la cabeza, sin verla, mi mirada estaba fija en la noche y mi mente permanecía en otro lugar, no es que ya no me intereses pero el tiempo de los besos y el sudor, es la hora de dormir, esa fue la última ocasión que me mantuve fiel a tu presencia a pesar de estar ausente. En aquel momento, mientras el frio me rompía los huesos y el alcohol acrecentaba nuestra soledad, te pensé en casa, esperándome enamorada, preocupada por mi sitio y situación actual, pensando un nuevo motivo para estar dolida y molesta, duele verte removiendo la cajita de cenizas que el placer, tras de sí dejó; quise extrañarte y no pude, pensé en quererte y no quise, pretendí olvidarte y sin pensarlo te comencé a extrañar, mal y tarde estoy cumpliendo, la palabra que te di cuando juré, escribirte una canción.