lunes, 18 de febrero de 2013

Olores, sabores, colores, sonidos, sensaciones, sentimientos, vienen a nosotros sin esperarlos. ¿Capturarlos será un pretexto para escribir?



 ¡Qué tiempos aquellos en que lo light no importaba!

La semana pasada regresé de Chilpancingo a la ciudad de Iguala, Guerrero. Me bajé del taxi por la calle de Arteaga  casi esquina con Obregón. Por la misma calle, dirigí mis apresurados pasos hacia la calle de Galeana y, antes de llegar a la esquina, llegó ese olor inconfundible que taladró mi cerebro removiendo recuerdos que creía olvidados y me transportó a aquel día, en el que después de traer a vender las frutas de su cosecha, mi padre se había tomado varias cervezas. Yo tenía hambre y, ahí en el hotel Pasaje, que comunica la calle de Guerrero con la de Zapata, se escuchaba el constante golpeteo de un cuchillo en una tabla, para preparar aquellos tacos de exquisita y olorosa carne que llenaba la atmósfera de aquel pasaje.
Mi papá se llevaba muy bien con don Chucho, —el señor que vendía los tacos—. Él le preguntó:
—Don Álvaro, qué le damos.
—A mi´jo dele lo que pida.
­ —¿Es su hijo? No lo conocía, —dijo asombrado y preguntó dirigiéndose a mi—. ¿Qué vas a querer?
—Me da una orden de tacos de cueritos —dije apenado y con una voz muy bajita.
Me sirvió la orden de tacos humeantes en aquel plato de plástico de color verde fosforescente, mientras que aquel olor de las carnitas de puerco entraba por mi nariz  y se quedaba ahí guardado para siempre. Aún puedo ver esos suculentos tacos, cada uno enredado de forma independiente con papel de estraza. El gran molcajete de piedra negra en forma de marrano, con salsa de tomate verde con pedacitos de aguacate, cebolla y cilantro.
Tomé la cuchara de plástico de color azul y le puse la exquisita salsa.
En ese momento, ante el olor de las carnitas y la salsa, se me hacía agua la boca. Tomé mi taco y me lo llevé a la boca, y comencé a masticar sintiendo cómo crujían los pedacitos de cebolla y de cilantro, que al mezclarse con los cueritos en cada masticada, formaban el sabor perfecto.  En ese momento se detuvo el tiempo, y sentí que el mundo giraba, y yo, era el eje. También me creí el hijo más protegido y querido por su padre.
La voz de mi padre me sacó de ese momento mágico para hacerme sentir aún más especial al decirle a don Chucho:
—Viene a la escuela Andrés Figueroa, se lo encargo, si alguna vez necesita algo déselo. Yo después paso a pagarle.
—Claro que sí don Álvaro. Ya sabes hijo, cualquier cosa vienes aquí conmigo. Dijo aquel señor de forma que intentaba darme confianza.
Con la boca llena sólo asentí con la cabeza. Me pedí otra orden de mixta, mientras mi papá pagó.
Un ensordecedor pitido de claxon, me sacó bruscamente de mis añorantes  recuerdos de infancia, continúe caminando por la calle de Arteaga, el olor que trajo este recuerdo fue precisamente los tacos de carnitas de puerco, los vi, tuve el impulso de comprarme una orden, sin embargo, la razón se impuso. Sé que no puedo comerlos o al menos que decida arriesgarme a las consecuencias, de vez en cuando lo hago, y mi osadía me sale cara, aunque ahora ya no los pido de cueritos o mixta, trato de que sean de pierna, pero aún así, el miedo a enfermar no me deja disfrutarlos igual.

Joaquín Martínez Miramontes

1 comentario:

  1. Fue el olor lo que te llevó a escribir? o primero, a revivir algo... el recuerdo de una escena con tu padre: esa escena significa para ti: sentirte amado, importante.
    El pretexto para escribir...es una vivencia "buena": sentir el amor del padre

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