¡Qué tiempos aquellos en que lo light no
importaba!
La
semana pasada regresé de Chilpancingo a la ciudad de Iguala, Guerrero. Me bajé
del taxi por la calle de Arteaga casi
esquina con Obregón. Por la misma calle, dirigí mis apresurados pasos hacia la calle
de Galeana y, antes de llegar a la esquina, llegó ese olor inconfundible que
taladró mi cerebro removiendo recuerdos que creía olvidados y me transportó a aquel
día, en el que después de traer a vender las frutas de su cosecha, mi padre se
había tomado varias cervezas. Yo tenía hambre y, ahí en el hotel Pasaje, que
comunica la calle de Guerrero con la de Zapata, se escuchaba el constante
golpeteo de un cuchillo en una tabla, para preparar aquellos tacos de exquisita
y olorosa carne que llenaba la atmósfera de aquel pasaje.
Mi
papá se llevaba muy bien con don Chucho, —el señor que vendía los tacos—. Él le
preguntó:
—Don
Álvaro, qué le damos.
—A
mi´jo dele lo que pida.
—¿Es
su hijo? No lo conocía, —dijo asombrado y preguntó dirigiéndose a mi—. ¿Qué vas
a querer?
—Me
da una orden de tacos de cueritos —dije apenado y con una voz muy bajita.
Me
sirvió la orden de tacos humeantes en aquel plato de plástico de color verde fosforescente,
mientras que aquel olor de las carnitas de puerco entraba por mi nariz y se quedaba ahí guardado para siempre. Aún
puedo ver esos suculentos tacos, cada uno enredado de forma independiente con
papel de estraza. El gran molcajete de piedra negra en forma de marrano, con salsa de tomate verde con
pedacitos de aguacate, cebolla y cilantro.
Tomé
la cuchara de plástico de color azul y le puse la exquisita salsa.
En
ese momento, ante el olor de las carnitas y la salsa, se me hacía agua la boca.
Tomé mi taco y me lo llevé a la boca, y comencé a masticar sintiendo cómo
crujían los pedacitos de cebolla y de cilantro, que al mezclarse con los
cueritos en cada masticada, formaban el sabor perfecto. En ese momento se detuvo el tiempo, y sentí
que el mundo giraba, y yo, era el eje. También me creí el hijo más protegido y
querido por su padre.
La
voz de mi padre me sacó de ese momento mágico para hacerme sentir aún más especial
al decirle a don Chucho:
—Viene
a la escuela Andrés Figueroa, se lo encargo, si alguna vez necesita algo déselo.
Yo después paso a pagarle.
—Claro
que sí don Álvaro. Ya sabes hijo, cualquier cosa vienes aquí conmigo. Dijo
aquel señor de forma que intentaba darme confianza.
Con
la boca llena sólo asentí con la cabeza. Me pedí otra orden de mixta, mientras
mi papá pagó.
Un
ensordecedor pitido de claxon, me sacó bruscamente de mis añorantes recuerdos de infancia, continúe caminando por
la calle de Arteaga, el olor que trajo este recuerdo fue precisamente los tacos
de carnitas de puerco, los vi, tuve el impulso de comprarme una orden, sin
embargo, la razón se impuso. Sé que no puedo comerlos o al menos que decida
arriesgarme a las consecuencias, de vez en cuando lo hago, y mi osadía me sale
cara, aunque ahora ya no los pido de cueritos o mixta, trato de que sean de
pierna, pero aún así, el miedo a enfermar no me deja disfrutarlos igual.
Joaquín
Martínez Miramontes
Fue el olor lo que te llevó a escribir? o primero, a revivir algo... el recuerdo de una escena con tu padre: esa escena significa para ti: sentirte amado, importante.
ResponderEliminarEl pretexto para escribir...es una vivencia "buena": sentir el amor del padre