miércoles, 20 de marzo de 2013

Un agradable dolor


No soy cobarde. Simplemente la sensación del dolor no me agrada. Aunque hay algunos dolores que disfruto.
Hace unos segundos he estornudado y en automático mi cuerpo se ha comenzado a enfermar. Es una sensación extraña, una breve fiebre traída a voluntad y que paulatinamente desaparece. En ocasiones estornudo intencionalmente, por lo general, después del segundo estornudo mi cuerpo se estremece, comienzo a temblar, en seguida llega lo mejor; ese extraño entumecimiento de huesos, algo así como la fiebre, o cuando hace mucho frío y te pones una buena cobija encima. No sé en qué momento comencé a disfrutar estar enfermo de temperatura, quizá de niño: recuerdo que mi madre me arropaba luego de ponerme un ungüento en el pecho y frotarlo con sus delicadas manos, posteriormente me cantaba algo, mentiría si menciono alguna canción pues solo recuerdo su voz, su tacto, el calor y el sueño que lentamente comenzaban a invadir mi cuerpo, lo mejor de todo era sentirme cobijado, pero no solo era la manta que me ponía encima, era todo; la compañía, la música en mis oídos, saber que siempre habría alguien velando mi bienestar.
Por cuestiones personales hace mucho tiempo decidí alejarme del hogar y he aprendido a sobrevivir, incluso disfrutar, viviendo de esta forma. Pero al parecer hay sensaciones eternas y más fuertes que la distancia. Por eso a pesar de no gustarme el dolor y procurarme para no caer enfermo, siempre dejo una rendija para el estornudo que trae consigo la micro fiebre. Cuando eso sucede solo cierro mis ojos, tomo mi mejor cobija, apago casi todos los sentidos al exterior y así escucho, siento, y me transporto a un sitio agradable, acompañado de mis recuerdos, la fiebre y el dolor.

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