No soy cobarde. Simplemente la
sensación del dolor no me agrada. Aunque hay algunos dolores que disfruto.
Hace unos segundos he estornudado
y en automático mi cuerpo se ha comenzado a enfermar. Es una sensación extraña,
una breve fiebre traída a voluntad y que paulatinamente desaparece. En
ocasiones estornudo intencionalmente, por lo general, después del segundo
estornudo mi cuerpo se estremece, comienzo a temblar, en seguida llega lo
mejor; ese extraño entumecimiento de huesos, algo así como la fiebre, o cuando
hace mucho frío y te pones una buena cobija encima. No sé en qué momento
comencé a disfrutar estar enfermo de temperatura, quizá de niño: recuerdo que
mi madre me arropaba luego de ponerme un ungüento en el pecho y frotarlo con
sus delicadas manos, posteriormente me cantaba algo, mentiría si menciono
alguna canción pues solo recuerdo su voz, su tacto, el calor y el sueño que lentamente
comenzaban a invadir mi cuerpo, lo mejor de todo era sentirme cobijado, pero no
solo era la manta que me ponía encima, era todo; la compañía, la música en mis
oídos, saber que siempre habría alguien velando mi bienestar.
Por cuestiones personales hace
mucho tiempo decidí alejarme del hogar y he aprendido a sobrevivir, incluso
disfrutar, viviendo de esta forma. Pero al parecer hay sensaciones eternas y
más fuertes que la distancia. Por eso a pesar de no gustarme el dolor y
procurarme para no caer enfermo, siempre dejo una rendija para el
estornudo que trae consigo la micro fiebre. Cuando eso sucede solo cierro mis
ojos, tomo mi mejor cobija, apago casi todos los sentidos al exterior y así
escucho, siento, y me transporto a un sitio agradable, acompañado de
mis recuerdos, la fiebre y el dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario