Autorretrato
de Hernán Cortés Romero
Éste que ven aquí, de cabeza afilada, de frente
amplia y blanca, de cejas pobladas, de
pestañas risadas y grandes, como las de su padre, de ojos penetrantes y de nariz griega, aunque
mexicana; la barba cerrada, que es
herencia de su abuelo, sin bigotes, la boca estrecha, los dientes bien ordenados desde el
nacimiento, de escaso cabello, que se ha ido cayendo en los últimos años y
apuntan a una calvicie irreversible; el
cuerpo fornido, no pequeño sino mediano, piel blanca; algo amplio de espalda, y
muy ligero de pies; éste digo que es el
rostro del profesor de bachillerato en Hueyapan, y del predicador del evangelio
de Cristo desde la juventud, y cuya preocupación por los jóvenes que viven un
momento decisivo para volverse a Dios ha inspirado su oración. Llámase comúnmente
Hernán Cortés Romero. Ha sido predicador del evangelio por muchos años, en la
comunidad indígena de Tetelcingo, donde aprendió a soportar las traiciones y
perdonar a los adversarios. Perdió a su
padre con quien compartía un ministerio, cuya relación había sido difícil, pero
al final armoniosa, y de quien recibió la estafeta para comunicar el evangelio
de Cristo a las sucesivas generaciones en aquella comunidad indígena.
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