miércoles, 25 de mayo de 2016

Bolsa 6


1.       Relación de una teoría literaria y didáctica.

Se les proporcionará a los alumnos de Educación Primaria el cuento: El Ángel Caído de Amado Nervo. (Fragmento)

Érase un ángel que, por retozar más de la cuenta sobre una nube crepuscular teñida de violetas, perdió pie y cayó lastimosamente a la tierra.

Su mala suerte quiso que, en vez de dar sobre el fresco césped, diese contra bronca piedra, de modo y manera que el cuitado se estropeó un ala, el ala derecha, por más señas.

Allí quedó despatarrado, sangrando, y aunque daba voces de socorro, como no es usual que en la tierra se comprenda el idioma de los ángeles, nadie acudía en su auxilio.

En esto acertó a pasar no lejos un niño que volvía de la escuela, y aquí empezó la buena suerte del caído, porque como lo niños sí suelen comprender la lengua angélica (en el siglo XX mucho menos, pero en fin), el chico allegóse al mísero y sorprendido primero y compadecido después, tendióle la mano y le ayudó a levantarse.

Los ángeles no pesan, y la leve fuerza del niño bastó y sobró para que aquél se pusiese en pie.

Su salvador ofrecióle el brazo y vióse entonces el más raro espectáculo: un niño conduciendo a un ángel por los senderos de este mundo.

Cojeaba el ángel lastimosamente, ¡es claro! Acontecíale lo que acontece a los que nunca andan descalzos: el menor guijarro le pinchaba de un modo atroz. Su aspecto era lamentable. Con el ala rota, dolorosamente plegada, manchado de sangre y lodo el plumaje resplandeciente, el ángel estaba para dar compasión.

Cada paso le arrancaba un grito; los maravillosos pies de nieve empezaban a sangrar también.

—No puedo más —dijo al niño.

Y, este, que tenía su miaja de sentido práctico, respondióle: 

 —A ti (porque desde un principio se tutearon), a ti lo que te falta es un par de zapatos. Vamos a casa, diré a mamá que te los compre.

—¿Y qué es eso de zapatos? —preguntó el ángel.

—Pues mira —contestó el niño mostrándole los suyos—: algo que yo rompo mucho y que me cuesta buenos regaños.

—¿Y yo he de ponerme eso tan feo...?

—Claro..., ¡o no andas! Vamos a casa. Allí mamá te frotará con árnica y te dará calzado.

—Pero si ya no me es posible andar... ¡cárgame!

—¿Podré contigo?

—¡Ya lo creo!

Y el niño alzó en vilo a su compañero sentándolo en su hombro, como lo hubiera hecho un diminuto San Cristóbal.

—¡Gracias! —suspiró el herido—; qué bien estoy así... ¿Verdad que no peso?

—¡Es que yo tengo fuerzas! —respondió el niño con cierto orgullo y no queriendo confesar que su celeste fardo era más ligero que uno de plumas.

En esto se acercaban al lugar, y os aseguro que no era menos peregrino ahora que antes el espectáculo de un niño que llevaba en brazos a un ángel, al revés de lo que nos muestran las estampas.

Cuando llegaron a la casa, sólo unos cuantos chicuelos curiosos le seguían. Los hombres, muy ocupados en sus negocios, las mujeres que comadreaban en las plazuelas y al borde de las fuentes, no se habían percatado de que pasaban un niño y un ángel. Sólo un poeta que divagaba por aquellos contornos, asombrado clavó en ellos los ojos y sonriendo beatamente los siguió durante buen espacio de tiempo con la mirada... Después se alejó pensativo...

Grande fue la piedad de la madre del niño, cuando éste le mostró a su alirroto compañero.

—¡Pobrecillo! —exclamó la buena señora—; le dolerá mucho el ala, ¿eh?

El ángel, al sentir que le hurgaban la herida, dejó oír un lamento armonioso. Como nunca había conocido el dolor, era más sensible a él que los mortales, forjados para la pena.

Pronto la caritativa dama le vendó el ala, a decir verdad, con trabajo, porque era tan grande que no bastaban los trapos; y más aliviado y lejos ya de las piedras del camino, el ángel pudo ponerse en pie y enderezar su esbelta estatura.

Era maravilloso de belleza. Su piel translúcida parecía iluminada por suave luz interior y sus ojos, de un hondo azul de incomparable diafanidad, miraban de manera que cada mirada producía un éxtasis.

2.       Posterior a su lectura se les harán a los alumnos las siguientes preguntas:

a)      ¿Guarda relación el título con el contenido del texto?

b)      ¿Cuál es el personaje principal del cuento?

c)       ¿Cómo es el comportamiento del El ángel que aparece en el cuento (es un ángel amistoso, huraño, valiente, cobarde etc.)? ¿Cómo puedes saberlo?

d)      ¿Podría tener algún otro título el cuento?

e)      ¿Cuál crees que sea el final de la historia? Escríbela en tu cuaderno.

Haremos un análisis de este cuento con los alumnos de los diferentes grados para conocer la interpretación que va teniendo el cuento según el grado por el cual va pasando. También se pondrá solo un fragmento para que los alumnos sean los que decidan el final que se le puede dar. Lo que nos interesa descubrir de la aplicación de esta actividad es establecer si hay una relación entre la edad de los alumnos y la interpretación del cuento. Según la semiótica el papel del lector en la interpretación de un texto es muy importante, el texto no puede estar completo si el lector no le da un significado propio de tal suerte que un mismo texto puede tener diferentes interpretaciones según sea la persona que lo esté leyendo, incluso puede significar algo que el autor ni siquiera imagina o algo totalmente opuesto a la idea original, esto va a depender completamente del lector. Para ello debemos también el aspecto sociocultural de los alumnos que es lo que también nos dará una interpretación diferente del cuento.

El contenido de la obra no aparece explícito en la superficie significante del texto y, por esto, el lector es postulado como un principio activo de la interpretación. Su trabajo de cooperación es fundamental para extraer aquello no dicho, pero implicado; para llenar los espacios vacíos y conectar lo que aparece en la obra con el tejido de la intertextualidad. [1]

3.Para finalizar nuestra actividad los alumnos elaborarán un dibujo de cómo ellos se imaginan que es el Ángel físicamente y haremos una exposición de los dibujos a la comunidad escolar.

 

 



[1] Castro O., Posada C., (1994). “Semiótica y literatura” en Manual de teoría literaria. Pág. 149. Colombia. Universidad de Antioquía.

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