AUTORRETRATO, DE JOSÉ ITURRIAGA Éste que ves aquí, de rostro ovalado, de cabello castaño, frente pequeña, ojos cafés, de nariz corva aunque bien proporcionada, sin barbas ni bigotes, cabellos de plata que ha veinte años fueron de ébano, la boca regular, los dientes bien conservados, el cuerpo grande, la color viva, antes morena que blanca, aún no cargado de espaldas y ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de Cien forasteros en Morelos y otras obras que andan por ahí descarriadas aunque con el nombre de su dueño, llámase comúnmente José Iturriaga de la Fuente. Fue burócrata treinta y siete años, donde aprendió a tener paciencia de las adversidades, fue cesado en el 2004, historia que, aunque parece fea, él la tiene por honrosa al haber surgido por lesionar intereses económicos ilegales de amigos del presidente Fox, militando debajo de las vencidas banderas ecológicas de protección al medio ambiente.
Autorretrato Ésta que ves reflejada aquí, de rostro pecoso, cabello oscuro, frente mediana cruzada por un lacio fleco, de contentos ojos, de nariz pequeña un poco corta, de mejillas descoloridas, que ha treinta años fueron rojas, la boca pequeña, los dientes parejos, de cuerpo ni flaco ni gordo, de color moreno; de altura baja y pies ligeros; ésta digo que es el rostro de la autora de algunos cuentos desperdigados, y de la que perdió el nombre merced a su padre, y hubo de viajar al Tíbet a imitación del de Mathieu Ricard, el monje budista, llámase Rosa Blanca María Graciela Zamora Limón. Sin saber quién era, en medio del vino, extravío mucho tiempo de estudio. Fue ama de casa muchos años, algunos de los cuales por el tal nombre perdido hubo de llevar batallas legales y terapias varias, y aunque toda esta lucha es resultado del gran despropósito de su padre y parece una locura, ella la tiene como la mayor experiencia que le ha otorgado la vida y le ha dado ocasión de descubrir la escritura, bajo cuyos ingeniosos estandartes, los de la pluma, desenredó así el dicho entuerto y recuperó, para su propia gloria, el nombre recibido en la pila.
Autorretrato Ésta que ves aquí, de rostro redondo, cabello teñido, frente amplia y descubierta, de grandes ojos, de nariz pequeña, de mejillas prominentes, boca delgada, adornada con un lunar arriba a la derecha, los dientes que fueron durante años metidos a fuerzas en una hilera más o menos alineada; el cuerpo con más curvas de las necesarias, la piel morena; algo pesada debido a cargas de las que no se ha desprendido completamente; éste digo es el rostro de la autora de algunos cuentos y de la que dejó su ciudad amada por haber encontrado el amor y para escribir su primera novela, llámase comúnmente Juana Patricia Suárez Ornelas. Fue asidua estudiante, primero por complacer a su padre, de quien buscó siempre la aprobación; luego, por no padecer las mismas carencias que su madre, pero finalmente encontró en el estudio su sana adicción. Perdió, aunque no literalmente, a su madre a los 16 años y eso la obligó a madurar y a preocuparse por ella misma, a ser fuerte de carácter y de espíritu, a alcanzar sus metas, pero sin dejar de velar por quien le dio la vida. En esta suerte de dificultades encontró la empatía con el prójimo y se dedicó a militar bajo las banderas de la educación, preparando alumnos que pasan por la etapa que para ella fue la más difícil.
AUTORRETRATO, DE JOSÉ ITURRIAGA
ResponderEliminarÉste que ves aquí, de rostro ovalado, de cabello castaño, frente pequeña, ojos cafés, de nariz corva aunque bien proporcionada, sin barbas ni bigotes, cabellos de plata que ha veinte años fueron de ébano, la boca regular, los dientes bien conservados, el cuerpo grande, la color viva, antes morena que blanca, aún no cargado de espaldas y ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de Cien forasteros en Morelos y otras obras que andan por ahí descarriadas aunque con el nombre de su dueño, llámase comúnmente José Iturriaga de la Fuente. Fue burócrata treinta y siete años, donde aprendió a tener paciencia de las adversidades, fue cesado en el 2004, historia que, aunque parece fea, él la tiene por honrosa al haber surgido por lesionar intereses económicos ilegales de amigos del presidente Fox, militando debajo de las vencidas banderas ecológicas de protección al medio ambiente.
Autorretrato
ResponderEliminarÉsta que ves reflejada aquí, de rostro pecoso, cabello oscuro, frente mediana cruzada por un lacio fleco, de contentos ojos, de nariz pequeña un poco corta, de mejillas descoloridas, que ha treinta años fueron rojas, la boca pequeña, los dientes parejos, de cuerpo ni flaco ni gordo, de color moreno; de altura baja y pies ligeros; ésta digo que es el rostro de la autora de algunos cuentos desperdigados, y de la que perdió el nombre merced a su padre, y hubo de viajar al Tíbet a imitación del de Mathieu Ricard, el monje budista, llámase Rosa Blanca María Graciela Zamora Limón. Sin saber quién era, en medio del vino, extravío mucho tiempo de estudio. Fue ama de casa muchos años, algunos de los cuales por el tal nombre perdido hubo de llevar batallas legales y terapias varias, y aunque toda esta lucha es resultado del gran despropósito de su padre y parece una locura, ella la tiene como la mayor experiencia que le ha otorgado la vida y le ha dado ocasión de descubrir la escritura, bajo cuyos ingeniosos estandartes, los de la pluma, desenredó así el dicho entuerto y recuperó, para su propia gloria, el nombre recibido en la pila.
Autorretrato
ResponderEliminarÉsta que ves aquí, de rostro redondo, cabello teñido, frente amplia y descubierta, de grandes ojos, de nariz pequeña, de mejillas prominentes, boca delgada, adornada con un lunar arriba a la derecha, los dientes que fueron durante años metidos a fuerzas en una hilera más o menos alineada; el cuerpo con más curvas de las necesarias, la piel morena; algo pesada debido a cargas de las que no se ha desprendido completamente; éste digo es el rostro de la autora de algunos cuentos y de la que dejó su ciudad amada por haber encontrado el amor y para escribir su primera novela, llámase comúnmente Juana Patricia Suárez Ornelas. Fue asidua estudiante, primero por complacer a su padre, de quien buscó siempre la aprobación; luego, por no padecer las mismas carencias que su madre, pero finalmente encontró en el estudio su sana adicción. Perdió, aunque no literalmente, a su madre a los 16 años y eso la obligó a madurar y a preocuparse por ella misma, a ser fuerte de carácter y de espíritu, a alcanzar sus metas, pero sin dejar de velar por quien le dio la vida. En esta suerte de dificultades encontró la empatía con el prójimo y se dedicó a militar bajo las banderas de la educación, preparando alumnos que pasan por la etapa que para ella fue la más difícil.