martes, 16 de abril de 2013

La escritura en mi vida.

(Silvia Vargas Luviano).


Cuando tenía 8 años de edad, tuve la inquietud de escribir un diario y así lo hice, empecé escribiendo acerca de lo que vivía en la escuela y en mi casa. La escuela para mí no representaba problema alguno, porque para ese entonces yo ya había superado mi preocupación por asistir a un lugar con mucha gente, hacía mis tareas sin necesidad de que mi mamá me estuviera vigilando, entonces, escribía la rutina que vivía día a día al estar ahí  (yo era una niña muy introvertida, por lo que no tenía amigas menos amigos, para mí, si nadie me veía era lo mejor me podía pasar). Por otra parte, lo que escribía de mi vida en la casa, la mayoría de esas cosas no eran agradables, pues me desahogaba escribiendo que yo le tenía miedo a mi padre, nunca aprendí a quererlo como él quería que lo hiciéramos. Mi padre convivía poco conmigo y mi familia, pero el día que lo hacía, algo salía mal…la cuestión es que  yo siempre terminaba llorando o con unos golpes, y si no era yo, era cualquier otro de la familia, mi madre o mis hermanos. ¿Por qué cuento esto? Porque esto fue el motivo de que se interrumpiera mi escritura, mi madre encontró lo que escribía y me dijo que no era correcto que yo escribiera de mi vida, que si mi cuaderno llegara a caer en manos de alguna mala persona, esta persona sabría mis secretos y los utilizaría en contra mía. Bueno, de todo lo que me dijo lo que me quedó claro o creí haber entendido  fue que no debía de escribir…y me olvidé de mi diario.
Cuando llegué a la adolescencia, mi deseo de tener mi primer amor me devolvió la iniciativa por escribir, hacía poemas; pero no les anotaba mi nombre y los dejaba en hojas sueltas para que se perdieran. Además, la maestra de español en la escuela secundaria nos motivaba a que escribiéramos recados, cartas, mensajes acordes a la ocasión, entre otros.
Durante mis estudios en la escuela Normal, viví muchas situaciones felices con mis compañeras, lo que me llevó a escribir nuevamente frases de amor o poemas, no obstante, nunca tuve el cuidado de guardarlos, al contrario prefería perderlos para que no hubiera evidencia de una manifestación emocional, aun y ésta fuera agradable. Cuando egresé como maestra de educación preescolar, me llevé la sorpresa de que uno de los instrumentos del aula de clases, era el diario; es decir, al término de mi jornada de trabajo realizaba una evaluación de lo sucedido con los alumnos, sus aprendizajes y comportamientos para hacer el registro correspondiente en un cuaderno. Al hacer esto, no podía evitar escribir de las situaciones emocionales, de lo que me inspiraban los niños, de aquellos traviesos que yo quería controlar, de los que lloraban al quedarse en el salón, de aquellas cosas que sentía al estar lejos de mi familia…
Después no recuerdo qué pasó… cambié mis actividades en un 100%, de enseñar a niños de 3 a 5 años, pasé a orientar a maestras educadoras, entonces me dediqué a escribir informes, y/o invitaciones, avisos, entre otros.
Hace 12 años llegué como docente del Centro de Actualización del Magisterio de Iguala, Gro., aquí empecé a tener otro contacto con la escritura, pero una escritura formal, desde informes hasta ensayos cortos, o escritos que sirvan de ejemplo a mis alumnos. En el año 2012 decidí retomar mis estudios en un Doctorado de Literatura, en donde a través de los diferentes cursos y seminarios me estoy reencontrando con la escritura.

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