Cuando tenía 8 años de edad, tuve
la inquietud de escribir un diario y así lo hice, empecé escribiendo acerca de
lo que vivía en la escuela y en mi casa. La escuela para mí no representaba
problema alguno, porque para ese entonces yo ya había superado mi preocupación
por asistir a un lugar con mucha gente, hacía mis tareas sin necesidad de que
mi mamá me estuviera vigilando, entonces, escribía la rutina que vivía día a
día al estar ahí (yo era una niña muy
introvertida, por lo que no tenía amigas menos amigos, para mí, si nadie me
veía era lo mejor me podía pasar). Por otra parte, lo que escribía de mi vida en
la casa, la mayoría de esas cosas no eran agradables, pues me desahogaba
escribiendo que yo le tenía miedo a mi padre, nunca aprendí a quererlo como él
quería que lo hiciéramos. Mi padre convivía poco conmigo y mi familia, pero el
día que lo hacía, algo salía mal…la cuestión es que yo siempre terminaba llorando o con unos
golpes, y si no era yo, era cualquier otro de la familia, mi madre o mis
hermanos. ¿Por qué cuento esto? Porque esto fue el motivo de que se
interrumpiera mi escritura, mi madre encontró lo que escribía y me dijo que no
era correcto que yo escribiera de mi vida, que si mi cuaderno llegara a caer en
manos de alguna mala persona, esta persona sabría mis secretos y los utilizaría
en contra mía. Bueno, de todo lo que me dijo lo que me quedó claro o creí haber
entendido fue que no debía de escribir…y
me olvidé de mi diario.
Cuando llegué a la adolescencia,
mi deseo de tener mi primer amor me devolvió la iniciativa por escribir, hacía
poemas; pero no les anotaba mi nombre y los dejaba en hojas sueltas para que se
perdieran. Además, la maestra de español en la escuela secundaria nos motivaba
a que escribiéramos recados, cartas, mensajes acordes a la ocasión, entre
otros.
Durante mis estudios en la
escuela Normal, viví muchas situaciones felices con mis compañeras, lo que me
llevó a escribir nuevamente frases de amor o poemas, no obstante, nunca tuve el
cuidado de guardarlos, al contrario prefería perderlos para que no hubiera
evidencia de una manifestación emocional, aun y ésta fuera agradable. Cuando
egresé como maestra de educación preescolar, me llevé la sorpresa de que uno de
los instrumentos del aula de clases, era el diario; es decir, al término de mi
jornada de trabajo realizaba una evaluación de lo sucedido con los alumnos, sus
aprendizajes y comportamientos para hacer el registro correspondiente en un
cuaderno. Al hacer esto, no podía evitar escribir de las situaciones emocionales,
de lo que me inspiraban los niños, de aquellos traviesos que yo quería
controlar, de los que lloraban al quedarse en el salón, de aquellas cosas que
sentía al estar lejos de mi familia…
Después no recuerdo qué pasó…
cambié mis actividades en un 100%, de enseñar a niños de 3 a 5 años, pasé a
orientar a maestras educadoras, entonces me dediqué a escribir informes, y/o invitaciones,
avisos, entre otros.
Hace 12 años llegué como docente
del Centro de Actualización del Magisterio de Iguala, Gro., aquí empecé a tener
otro contacto con la escritura, pero una escritura formal, desde informes hasta
ensayos cortos, o escritos que sirvan de ejemplo a mis alumnos. En el año 2012
decidí retomar mis estudios en un Doctorado de Literatura, en donde a través de
los diferentes cursos y seminarios me estoy reencontrando con la escritura.
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