miércoles, 17 de abril de 2013


Mi camino a la felicidad

A juzgar por la pasión que me provoca la lectura. Podría jurar que nací con un libro en cada mano. Mis padres, a pesar de no ser personas letradas en exceso, siempre tuvieron alguna lectura a mi alcance. Aprendí a leer más rápido que mis compañeros de clase "quizá porque lo necesitaba más que ellos" aún recuerdo mis primeras lecturas escolares "del Cielo ha caído una estrella, el Colibrí, María Chuchena, El hombre que robó naranjas, Cucú cucú cantaba la rana y la Fábula del hombre, su hijo y su burro" entre muchas otras.
Dentro de casa la historia fue algo distinta; siempre rodeado por los cuentos y revistas que gustaban a mis padres. A mi madre: Memín Pinguín, lágrimas y risas, libro semanal, libro pasional, libro sentimental, joyas de la historia y literatura. A mi padre: Revistas de lucha libre, revistas de fútbol, editorial de barrios, Águila solitaria y Kaliman. Recuerdo que en esos días era un premio para mí "logros conseguidos por algún mérito lejano y ajeno a la memoria" cuando alguno de ellos me compraba algún cuento o revista de Capulina, El tranzas, Popeye, Riqui Ricon , Gasparín, o la familia Burrón. Literalmente devoraba esta literatura; llegaba incluso a poseer una gran colección de dichas revistas, aun recuerdo con mucho agrado los días de tianguis en la calle de mi casa, en los cuales salía a vender o alquilar mi preciado tesoro. Por eso cuando veo a alguna persona, "especialmente si son niños pequeños" exhibiendo libros, cuentos o revistas en la banqueta siento un deseo irrefrenable deseo por adquirir alguna parte de esa gran obra artística. Recuerdo el día que encontré en algún rincón de la casa una caja semi-oculta a mis ojos, ésta contenía libros de mi padre, libros que él nunca mencionó, libros que inocentemente robé, algunos de ellos aun forman parte de mi tan atesorada biblioteca.
Tendría siete u ocho años cuando mi esquema de lecturas se modifico y de golpe conocí: La cabaña del tío Tom (lo recuerdo con cariño por haber sido el primero), La biblia, el Quijote de la Mancha (a pesar de no haberlo entendido ni disfrutado como lo hice algunos años después) y varios libros de poesía llenos de palabras y mensajes para mí indescifrables en ese momento.
El proceso de la escritura fue un tanto más complejo y doloroso. Tuve la desventaja (escolar) de nacer zurdo, en un momento en que ni la teoría, tampoco la infraestructura escolar eran las más aptas para nosotros los siniestros. Aún recuerdo con una sonrisa marcada en el rostro esas épicas batallas a codazos con el compañero de butaca (biplaza) en turno, siempre a causa de traspasar la frontera imaginaria que nos avecinaba. No sé si nací o simplemente me contagié de disgráfia (debido a un mal método para enseñar al único zurdo del salón) durante mi primer periodo escolar. A ciencia cierta no recuerdo haber escrito nada por iniciativa propia durante los primeros 15 años de mi vida y mis recuerdos se reducen a los codazos y a cierto escarnio público por escribir chueco y al revés durante mis expediciones al pizarrón. Ubico bien el momento en que me nació este extraño gusto “casi placer” o mejor dicho el mayor de mis placeres; la escritura. Ese gusto-necesidad nace durante un prolongado periodo de soledad (física y existencial) durante el cual mi único medio de desahogo fue la pluma, “hago mal en negar al alcohol pero éste no es el tema del día”, aunque debido a este inicio me ha quedado la muy mala costumbre a predisponerme y sólo escribir desde estados de ánimo opacos y tristes. Además de no compartir estos momentos con nadie y es solo este blog-terapia el que me está ayudando a abandonar mis antiguas maneras y de cierta forma recordar momentos que parecían vedados a la memoria.

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