miércoles, 23 de mayo de 2012

Minificción


La vida sigue...

Toda su vida había sido desperdiciada. Era la sensación que cada día le hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas. Aquella  helada tarde no era diferente.
El laberinto de aquella gran ciudad, con enormes y pulcros rascacielos en donde se encontraba su oficina,  estaba en el centro, con calles bien trazadas y magnificas áreas verdes. Era la mejor parte de la ciudad, auguraba el funcionamiento perfecto, sin embargo, su vida no trascurría en ese paraíso cosmopolita sino en los conglomerados edificios de departamentos que se encontraban en la calle Broadway.
Salió de trabajar, cuando los últimos rayos del sol se reflejaban en los ventanales de los edificios. Se dirigió, a su mediocre apartamento ubicado en el 1700 al Este de la calle Broadway. De pronto notó que su marcha no tenía rumbo ni sentido. Las calles parecían dilatarse o tal vez sus pasos se hacían más cortos, pues requirieron más pasos para recorrerlas. El ruido de los autos y el bullicio de los múltiples comercios y sus clientes, parecían independizarse, cada sonido se separaba y llegaba de forma independiente a su cerebro, con tal nitidez que se llevó las manos a sus oídos tratando de evitar que sus tímpanos  recibieran más sonidos de los que podía procesar.
Su corazón se comenzó a acelerar. Podía escuchar sus latidos, la presión de la sangre se agolpaba en sus  ya emblanquecidas sienes.
De pronto, fijo sus ojos en el cielo, y pudo notar que en el azul grisáceo, se encontraban dos nubes ennegrecidas que anunciaban inminentemente una tormenta, vio las nubes moverse y acercarse con peligrosidad, una a otra. El choque entre ellas, se dejo escuchar con un ensordecedor ruido, al instante, lo que él conocía por cielo se desintegró, cual si fuera un cristal y se rompiera en millones de añicos, sólo que no eran cristales pues veía y sentía caer los grandes trozos de hielo, y al mismo tiempo, un estremecedor frio invadía su cuerpo.
Todo aquello ocurría demasiado lento, tanto que le daba tiempo de esquivar aquella lluvia de barras de hielo, parecía que el tiempo había detenido su marcha, aunque sólo para él, pues los demás corrían despavoridos.
Vio los grandes ventanales destrozados, y en los añicos reflejaron el dolor y desesperación de aquellos que reaccionaban y trataban de salvarse. Los autos desesperados se insertaban en las tiendas y negocios de aquella avenida. Sus pies corrían desesperados entre pedazos de luces de neón agonizantes. Aún no había perdido la esperanza de escapar de aquel caos.
En ese mar caótico  una pregunta vino a su mente, ¿por qué corría si su vida no tenía sentido? Se detuvo, se dio cuenta que no tenía razones para vivir.
En ese momento todo volvió a la normalidad, personas caminaban, él sintió una gran necesidad de regresar sobre sus pasos. Volvió y encontró personas que se amontonaban ante un cuerpo tendido en el suelo. Oyó a lo lejos el taladrante y cada vez más intenso sonido de la ambulancia. Se abrió paso entre los curiosos y vio su propio cuerpo tirado en el suelo, su visión se nublo en un punzante dolor, que lo hizo convulsionar de forma agonizante. Lo invadió una densa y angustiante oscuridad de la que no pudo escapar.
Los paramédicos entraron en acción, subieron su cuerpo a la ambulancia, los curiosos se dispersaron, mientras el vehículo de asistencia médica se confundía con los semáforos de aquella transitada avenida.


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