La
vida sigue...
Toda su vida había sido
desperdiciada. Era la sensación que cada día le hacía que sus ojos se llenaran
de lágrimas. Aquella helada tarde no era
diferente.
El laberinto de aquella gran
ciudad, con enormes y pulcros rascacielos en donde se encontraba su oficina, estaba en el centro, con calles bien trazadas
y magnificas áreas verdes. Era la mejor parte de la ciudad, auguraba el
funcionamiento perfecto, sin embargo, su vida no trascurría en ese paraíso
cosmopolita sino en los conglomerados edificios de departamentos que se
encontraban en la calle Broadway.
Salió de trabajar, cuando
los últimos rayos del sol se reflejaban en los ventanales de los edificios. Se
dirigió, a su mediocre apartamento ubicado en el 1700 al Este de la calle Broadway.
De pronto notó que su marcha no tenía rumbo ni sentido. Las calles parecían
dilatarse o tal vez sus pasos se hacían más cortos, pues requirieron más pasos
para recorrerlas. El ruido de los autos y el bullicio de los múltiples
comercios y sus clientes, parecían independizarse, cada sonido se separaba y llegaba
de forma independiente a su cerebro, con tal nitidez que se llevó las manos a
sus oídos tratando de evitar que sus tímpanos recibieran más sonidos de los que podía procesar.
Su corazón se comenzó a
acelerar. Podía escuchar sus latidos, la presión de la sangre se agolpaba en
sus ya emblanquecidas sienes.
De pronto, fijo sus ojos en
el cielo, y pudo notar que en el azul grisáceo, se encontraban dos nubes ennegrecidas
que anunciaban inminentemente una tormenta, vio las nubes moverse y acercarse
con peligrosidad, una a otra. El choque entre ellas, se dejo escuchar con un
ensordecedor ruido, al instante, lo que él conocía por cielo se desintegró,
cual si fuera un cristal y se rompiera en millones de añicos, sólo que no eran
cristales pues veía y sentía caer los grandes trozos de hielo, y al mismo
tiempo, un estremecedor frio invadía su cuerpo.
Todo aquello ocurría
demasiado lento, tanto que le daba tiempo de esquivar aquella lluvia de barras
de hielo, parecía que el tiempo había detenido su marcha, aunque sólo para él,
pues los demás corrían despavoridos.
Vio los grandes ventanales
destrozados, y en los añicos reflejaron el dolor y desesperación de aquellos
que reaccionaban y trataban de salvarse. Los autos desesperados se insertaban
en las tiendas y negocios de aquella avenida. Sus pies corrían desesperados entre
pedazos de luces de neón agonizantes. Aún no había perdido la esperanza de
escapar de aquel caos.
En ese mar caótico una pregunta vino a su mente, ¿por qué corría
si su vida no tenía sentido? Se detuvo, se dio cuenta que no tenía razones para
vivir.
En ese momento todo volvió a
la normalidad, personas caminaban, él sintió una gran necesidad de regresar
sobre sus pasos. Volvió y encontró personas que se amontonaban ante un cuerpo
tendido en el suelo. Oyó a lo lejos el taladrante y cada vez más intenso sonido
de la ambulancia. Se abrió paso entre los curiosos y vio su propio cuerpo tirado
en el suelo, su visión se nublo en un punzante dolor, que lo hizo convulsionar
de forma agonizante. Lo invadió una densa y angustiante oscuridad de la que no
pudo escapar.
Los paramédicos entraron en
acción, subieron su cuerpo a la ambulancia, los curiosos se dispersaron,
mientras el vehículo de asistencia médica se confundía con los semáforos de
aquella transitada avenida.
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