Encuentro fantasmal
Florentino
Ariza el eterno enamorado, vio aquella silueta de la mujer vestida de verde. La
miró casi deslizarse sin tocar el piso, e inmediatamente la comparó con el
gracioso andar de venada de Fermina Daza.
Sus ojos se cruzaron y los de él, quedaron atrapados por un instante en
aquellos efímeros ojos verdes. Ella con su aspecto fantasmal, se deslizó por
aquellas solitarias calles de aquel puerto. Él la siguió, había reconocido en
aquella mirada, la soledad y la necesidad de compañía, como en tantas otras
mujeres de aquella ciudad del Caribe. Conocía muy bien el fuego y pasión de esas
miradas, miles de veces las había experimentado desde que descubrió que
mientras el amor de su amada llegaba, la pasión y el arrebato no le estaban
prohibidos y más bien le ayudaban a soportar los años que aún tenía que seguir
esperando a que Juvenal Urbino muriera.
Ella
avanzó por aquella calle, donde las luces agonizantes luchaban para no ser devoradas
por la oscuridad, se detuvo en una vieja casa obscura y entró dejando la puerta
entreabierta. Él se detuvo, vio la ubicación de la casa, su respiración se hizo
más presurosa, sudaba con esa conocida excitación que le provocaba entrar a las
casas de las viudas o mujeres solas para curar su soledad con entregas
pasionales que no pasaban de ser sólo eso. Aquella casa le parecía que olía a
rancio y a viejo, se detuvo en la puerta, sintió un aire lúgubre que le hizo
estremecerse de pies a cabeza, regresó la mirada a la calle que estaba a punto
de dejar atrás, el recuerdo de Fermina Daza se hizo presente. Retrocedió,
aquella noche no podía serle infiel a aquel bello recuerdo, no… no por esa
noche.
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