El
lápiz de puntillas
Joaquín
Martínez Miramontes
Había
una vez un lápiz de puntillas que vivía feliz en soledad. Disfrutaba ir al cine
sólo y elegir la película que a él le gustaba; no tenía que ser condescendiente
con nadie. No había hora de llegar a casa y siempre estaba disponible para sus
amigos. Era feliz con él mismo y no le hacía falta nadie a su lado.
El
lápiz de puntillas disfrutaba de su oficio de costurero. Era un trabajo
agradable, sólo se dedicaba a coser y coser durante ocho o hasta doce horas al
día, siempre tenía bastante trabajo, lo que le gustaba era que en cuanto tocaba
el timbre de aquella fábrica, era completamente libre y todo su cansancio desaparecía.
Un
día, llegó una hermosa pluma de tinta rosa y le encantó. Le pareció
maravilloso su gran afán de soñar con
pintar el mundo con su tinta color de rosa.
La pluma de tinta rosa, entró al mundo del lápiz de puntillas y lo
trasformó. Aquel lápiz de puntillas se vistió con estuches de color rosa. La
casa del lápiz se fue llenando poco a poco con objetos rosados. Era tan
chillante aquel color que sus amigos del lápiz de puntillas comenzaron a
evitarlo, a él no le importó, pues los lentes color rosa que traía puestos todo
el tiempo, evitaban mirar la realidad del color de las cosas.
Aquella
pluma de tinta rosa, le contaba sus secretos, que no eran tan rosas, el lápiz
de puntilla parecía con ello amarla cada día más. Una tarde la pluma de tinta rosa le contó que de un
costado se había empezado a pelar su pintura y su hermana pluma de tinta negra que
era doctora, le había dicho, que esa mancha avanzaría por todo su cuerpo, ella
lloraba inconsolable y le preguntaba al lápiz de puntillas:
—¿Aún
así me vas a querer?
—Por
toda la eternidad —contestaba el lápiz,
mientras la abrazaba y con besos rosas secaba sus lágrimas.
En
otra ocasión, la pluma de tinta rosa se dió cuenta que el resorte por el cual
su punta era retráctil estaba casi roto, su hermana pluma de tinta negra, la
sentenció, a que pronto sería una parapléjica, la cual, sin más remedio seria
desechada. Ella se lo contó al lápiz de puntillas. Él suspiro hondamente y
dijo:
—Te
voy a seguir queriendo por toda la eternidad.
Por
toda la eternidad… frase que había aprendido del libro de Jorge y Gloria de
Juan Rulfo, que una tarde felices el lápiz de puntillas y la pluma de tinta
rosa habían leído juntos. La promesa no sólo era por la eternidad, sino que iba
más allá. Por toda la eternidad.
El
lápiz de puntillas, se enajenó tanto en el mundo color rosa que su amada se
empeñó en pintar, que temiendo que algo empañara su felicidad fue a ver el
doctor para que le revisara cuántas puntillas le quedaban de vida, el doctor le
dijo:
—Sólo
te quedan dos, —dijo, mientras se rascaba la cabeza y continuó— pero no te
preocupes, sólo tienes que buscar repuestos y seguirás con tu vida.
El
lápiz, no dudo en comentarle a su amada pluma de
tinta rosa su situación. Reuniendo fuerzas de las únicas dos puntillas que le
quedaban dijo muy triste:
—Nuestro
mundo se empaña, mi dueño me ha dicho que sólo me quedan dos puntillas de vida.
La
pluma de tinta rosa, se quitó los lentes y el lápiz pudo ver por fin el color
de aquellos ojos. No… no eran rosas como él lo creyó todo el tiempo. Los vio llenarse
de lágrimas del color de la desilusión, de haber perdido el tiempo con alguien
que tiene tan pocas puntillas. Se cubrió sus ojos con las gafas color rosa, dio
media vuelta y se fue por el mundo pintando con su tinta color rosa.
¡Pobre lápiz! ¡Traidora! Hay que hacerlo al revés...
ResponderEliminar(la "introducción" de la frase de Juan Rulfo en el libro de los niños debe ser más eficiente)
A ver qué sale...