martes, 14 de agosto de 2012

Mi primer encuentro con los cuentos


Mamá-Lola



Creí que nadie me había acercado a la literatura, sin embargo, flashes de narraciones contadas por mi abuela llegan a mi memoria. La noche llegaba silenciosa, cubriendo con su obscuro manto mi cuerpo cansado, después de ayudar en las labores del campo, desde el amanecer, hasta que el sol se marchaba lentamente entre un mar de cerros y montañas.
Tres chocitas de palma junto al camino real, dividía dos lomas. Mi padre rasgando las cuerdas de su vieja guitarra, cantaba corridos y otras canciones, tomando sus hojas de limón con piquete con su compadre Filemón, seguramente, le ayudaban a serenar su cuerpo después de un arduo día de trabajo con la yunta de bueyes.
El aroma arrullador del café de olla, endulzado con piloncillo, nos nos mantenía con energía. Algún pan tieso, de dos o tres días de haber sido comprado, se suavizaba con lo caliente del café para llevárnoslo a la boca y convertirse en la mas fresca concha con pasta de chocolate. Nos acercábamos a aquel pretil de piedra y tierra donde cenábamos, esperando la tortilla más esponjada y caliente, recién salida del comal, para hacernos un rico taco de huevo con epazote, cocinado en el comal, sin faltarle la payanada salsa de jitomate hecha en el molcajete de piedra.
—¡Ya terminamos de cenar Mamá-Lola! ¿Nos vas a contar un cuento? Preguntaba emocionado.
—Si hijo, nada mas déjame terminar de lavar estas ollas.
Mamá-Lola, era alta, delgada, y con una nariz muy afilada, su pelo era casi todo blanco, usaba sus naguas y su cotón de manta. No podía hacerle falta su delantar, sin él, se sentía desnuda. Mamá-Lola era fuerte y resistente.
Cuando comenzaba a narrar, nos petrificábamos:
Había una vez un árbol muy temido en donde se decía que los diablos hacían su reunión, Pedro de Urdimalas decidió averiguar si era cierto. Antes de anochecer llegó al árbol y se escondió en lo alto de las ramas… Esperó… Esperó… y cuando estaba dispuesto a irse escuchó ruidos, uno a uno los diablos fueron llegando. Contaban los males de distintos lugares y la forma en cómo solucionarse, Pedro de Urdimalas escuchó atento.
Uno de los diablos mencionó que en un pueblo la gente se moría de sed, y que la solución era que llevaran al hombre con enaguas y un palo en la mano y lo hicieran golpear con fuerza una roca, y de ahí iba brotar un manantial.
Al amanecer, después que los diablos se retiraron Pedro de Urdimalas se encaminó al pueblo mencionado que había la sequia. Durante el camino pensó ¿Quién era el hombre con enaguas que traía un palo en la mano? Así llegó pensando al pueblo, y al pasar junto a la iglesia encontró la respuesta. Sí, era el sacerdote y el palo en la mano, era el báculo, así que habló con el pueblo y les dijo  la solución. Volviéndose así muy rico y famoso.
Un candil de petróleo nos alumbraba, mientras el viento jugaba con su flama y el humo negro se confundía con la noche. Sentado en la tierra o de a ratos en las piernas de mi abuelita, la escuchaba atento y con los ojos llenos de asombro, ante esas historias que eran interminables, a veces, nos hacía odiar al personaje, a veces sentíamos empatía y la mayor parte de las veces celebrábamos su triunfo. Lo que me gustaba era ese sentimiento de odio o de empatía con los personajes y la capacidad de hacernos imaginar esos mundos Mi abuela no sabía leer, lo más seguro que las escuchó de sus padres y muchas otras las inventaba. Nosotros todo lo creíamos.

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