Mamá-Lola
Creí que nadie me
había acercado a la literatura, sin embargo, flashes de narraciones contadas
por mi abuela llegan a mi memoria. La noche llegaba silenciosa, cubriendo con
su obscuro manto mi cuerpo cansado, después de ayudar en las labores del campo,
desde el amanecer, hasta que el sol se marchaba lentamente entre un mar de
cerros y montañas.
Tres chocitas de
palma junto al camino real, dividía dos lomas. Mi padre rasgando las cuerdas de
su vieja guitarra, cantaba corridos y otras canciones, tomando sus hojas de
limón con piquete con su compadre Filemón, seguramente, le ayudaban a serenar
su cuerpo después de un arduo día de trabajo con la yunta de bueyes.
El aroma
arrullador del café de olla, endulzado con piloncillo, nos nos mantenía con
energía. Algún pan tieso, de dos o tres días de haber sido comprado, se
suavizaba con lo caliente del café para llevárnoslo a la boca y convertirse en
la mas fresca concha con pasta de chocolate. Nos acercábamos a aquel pretil de
piedra y tierra donde cenábamos, esperando la tortilla más esponjada y
caliente, recién salida del comal, para hacernos un rico taco de huevo con
epazote, cocinado en el comal, sin faltarle la payanada salsa de jitomate hecha
en el molcajete de piedra.
—¡Ya terminamos
de cenar Mamá-Lola! ¿Nos vas a contar un cuento? Preguntaba emocionado.
—Si hijo, nada
mas déjame terminar de lavar estas ollas.
Mamá-Lola, era
alta, delgada, y con una nariz muy afilada, su pelo era casi todo blanco, usaba
sus naguas y su cotón de manta. No podía hacerle falta su delantar, sin él, se
sentía desnuda. Mamá-Lola era fuerte y resistente.
Cuando comenzaba
a narrar, nos petrificábamos:
Había una vez un árbol muy temido en donde se decía que los diablos
hacían su reunión, Pedro de Urdimalas decidió averiguar si era cierto. Antes de
anochecer llegó al árbol y se escondió en lo alto de las ramas… Esperó… Esperó…
y cuando estaba dispuesto a irse escuchó ruidos, uno a uno los diablos fueron
llegando. Contaban los males de distintos lugares y la forma en cómo
solucionarse, Pedro de Urdimalas escuchó atento.
Al amanecer, después que los diablos se retiraron
Pedro de Urdimalas se encaminó al pueblo mencionado que había la sequia.
Durante el camino pensó ¿Quién era el hombre con enaguas que traía un palo en
la mano? Así llegó pensando al pueblo, y al pasar junto a la iglesia encontró
la respuesta. Sí, era el sacerdote y el palo en la mano, era el báculo, así que
habló con el pueblo y les dijo la
solución. Volviéndose así muy rico y famoso.
Un candil de
petróleo nos alumbraba, mientras el viento jugaba con su flama y el humo negro
se confundía con la noche. Sentado en la tierra o de a ratos en las piernas de
mi abuelita, la escuchaba atento y con los ojos llenos de asombro, ante esas
historias que eran interminables, a veces, nos hacía odiar al personaje, a
veces sentíamos empatía y la mayor parte de las veces celebrábamos su triunfo. Lo
que me gustaba era ese sentimiento de odio o de empatía con los personajes y la
capacidad de hacernos imaginar esos mundos Mi abuela no sabía leer, lo más
seguro que las escuchó de sus padres y muchas otras las inventaba. Nosotros
todo lo creíamos.
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