Lary la araña
Joaquín
Martínez
Había una vez una araña
llamada Lary, que aunque era gris, era feliz. Vivía en la esquina de una choza
de palma, no le faltaba alimento, pues en su amplia y plateada red lo que
sobraba era comida. Al sentir la lucha de un insecto por liberase de su
pegajosa red, ella corría a prepararlo para la comida, le inyectaba jugos
especiales que lo hacían suculento, lo enredaba cuidadosamente y lo guardaba.
Lary la araña se dedicaba el
día completo a saltar en su red. La usaba como trampolín, lo que le gustaba
hacer era saltar y tocar el techo de palma, e incluso, quedarse pegada en el
techo y después echarse un clavado a su red. También le gustaba colgarse con
uno de sus hilos y columpiarse, sentir el aire correr entre sus esqueléticas
patas simplemente la volvía loca.
Un día se encontraba
disfrutando de columpiarse, cuando de pronto su
hilo de seda plateado fue cortado de un sólo tajo. Lary cayó al suelo. Caer no fue lo peor, sino
lo que a continuación siguió. Sintió que una gran sombra la cubría y aunque se
esforzó por correr y correr, simplemente no conseguía escapar. De pronto entró
a una superficie muy lisa y se sintió que nuevamente volaba por el aire… aunque
no lo sentía correr entre sus patas. Sí, Lary estaba atrapada en una pequeña
botella de plástico, sintió como aquel monstruoso ser la acercaba a su rostro y
posteriormente la deposito en una superficie plana de madera. Lary intentaba subir esa lisa superficie de
la botella agarrándose con sus ocho patas, sin embargo, después de varios
intentos, se convenció que no lograría salir, ni aunque tuviera cien patas.
Sintió que su mundo feliz se
le nublaba, al mismo tiempo que gruesas gotas saladas comenzaban a mojar sus patas. ¡Era su fin!
De pronto escuchó el zumbido
de una libélula.
—¡Auxilio! ¡Auxilio! —gritó
Lary desesperada, dejandose caer nuevamente en su propio charco de lágrimas,
sin embargo, la libélula si la había escuchado y estaba regresando.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué
lloras? —le preguntó un tanto preocupada.
—Estoy atrapada, ayúdame a
salir de aquí, por favor. —dijo entre sollozos.
—¿Por qué habría de
ayudarte, si tu continuamente tiendes tu red como trampa para que otros te
sirvan de comida? —la enjuicio la libélula.
—Sí, tienes razón toda mi
vida he sido una egoísta. —contestó muy triste Lary, sin embargo agregó—. Sí, me
ayudas prometo cambiar.
La libélula voló y cortó con
sus alas un pedazo del hilo de la telaraña de Lary, lo introdujo en la botella
y Lary, volvió a llorar de sentir el aire golpeando sus peludas patas. La dejó
en el techo de palma. Al estar a salvo, Lary le pidió a la libélula que usara
sus alas como aspas y cortara la red para que nunca nadie más volviera a quedar
atrapado. Lary, no fue feliz, sin embargo continúo viviendo y eso para ella… ya
era ganancia.
AJjaajaj Una araña frustrada a futuro y hambrienta. :D Lindo cuento. No me hagas mucho caso, pero me parece que la RAE sugiere en el uso de guión largo, el cierre de la oración explicativa con el mismo recurso ortográfico, tal como un paréntesis. Saludos.
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