LA ANGUSTIA DOCENTE
Hola colegas. Como parte del final de semestre en nuestro seminario de Didáctica teórica y Práctica de la Creación Literaria, se me ocurrió compartirles esta experiencia reflexiva en cuanto a la vida docente. Espero sus comentarios y utilidad para aquellos que también están pasando por un proceso nuevo de las actuales Didácticas.
LA ANGUSTIA DOCENTE Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
Tengo una amiga quien sufre
ataques de ansiedad. Según su terapeuta debe identificar todo aquello que se la
cause. El pensador francés G. Bataille sugería que toda angustia es un pequeño
camino para aproximarse a una sensación de muerte, es entrar en el límite de la
muerte. A veces, no nos damos cuenta cómo entramos con tanta facilidad en el
terreno de la angustia, en la aproximación con algo “muriendo”, porque en el
fondo somos adoradores de la muerte (pues gracias a ella vivimos). En la
educación, como un campo de la serhumanidad, también se vive la angustia y
sobre todo ante lo nuevo (pues se sabe que algo estaría muriendo). Las nuevas
tecnologías, los nuevos programas educativos, las metodologías actuales
contradictorias con el aprendizaje de los maestros “educados” con maneras más
pasivas (entre otras tantas cosas del gran problema presentado en la llamada
“educación”) también causan angustia a los actores del proceso de
enseñanza-aprendizaje.
Cuando comencé a dar clases a
nivel bachillerato, los directivos tuvieron la idea de introducir el
constructivismo a un grupo piloto de aprendizaje. La diferencia de edad no era
abismal como la experimentada con mis maestros en mi bachillerato, en mis
tiempos estudiantiles. No, entre el más pequeño de la clase y yo, sólo existían
ocho años de diferencia. Así pues me enfrenté al grupo experimental, como se le
había llamado. No sólo la sala era distinta en cuanto a mobiliario, los
muchachos también tenían otro tipo de relación con ese espacio diseñado. A
pesar de que la computadora todavía no era bienvenida a las aulas, la
televisión y el DVD, no faltaban en su lar de aprendizaje. Ellos tenían acceso
directo a los medios. Podían establecer información entre la TV y sus mp3, o
quien tuviera la posibilidad de tener una laptop también se comunicaba con la
pantalla para compartir fotos o música con el resto del grupo, por ejemplo.
Tanto como estudiante de la maestría tanto como profesor de bachillerato
pertenecía a la oleada de a lo que yo llamo la generación sorda (pues empezaba a ser característico que los
jóvenes usaran audífonos todo el tiempo, siempre a su alcance).
El verdadero líder (dentro de las
salas de clase) es la tarea, nos recordaría Pichon Rivière. Esa misma idea la
puedo reconocer con gran facilidad en la tarea operada dentro de los márgenes
de las pedagogías constructivistas. Por esa razón, las tareas a desarrollar en
mis clases tenían la consideración de ser quienes me sustituyeran y que la
actividad intelectual extra de los estudiantes se enfocara en ella (la tarea).
Todo tuvo éxito a nivel didáctico-pedagógico; sin embargo, algo conmigo no
estaba concordando.
Sabía que los estudiantes me
respetaban, que tenía su atención y que disfrutaban descubriendo solos
información guiada; pero, yo quería que el aprendizaje se diera sólo de una
manera. Normalmente después de dar a conocer la tarea y las características de
la misma, acompañada de un enfoque interaccionista social, los alumnos hacían
sus grupos de trabajo y comenzaban inmediatamente a trabajar. La imagen
empezaba a llamarme la atención. Unos con audífonos, otros acostados, otros
sentados en el suelo alrededor de la tarea. Al principio lo acepté como un
proceso natural negociado para facilitar su proceso. Ellos me pedían permiso y
yo aceptaba para amortiguar el enfado de una clase de lectura y redacción, mi
maña teórico-práctica de negociación de los medios e instrumentos dentro del
aprendizaje, de repente me rebasó. Mi interioridad se conflictuó a medida en
que los muchachos se perdían en las tareas, escuchaban música ruidosa e incluso
el grupo a veces pedía que se prendiera la televisión y que alguien pusiera
música nada apta desde mi óptica para propiciar su aprendizaje. Sólo seguí la
dinámica del experimento, mas, mientras ellos respondían con gran interés a las
tareas en clase, en mí crecía una gran angustia.
Como mencioné al principio, en la
angustia algo muere o por lo menos está en amenaza de morir. ¿Qué moría en mí?,
¿qué pasaba en mis pensamientos mientras ellos trabajaban?, ¿qué pasaba conmigo
ante esa situación de controlado desorden áulico?
A medida que crecía mi angustia
basada en temores académicos, también poco a poco me fui saliendo del aula. Sí,
mientras ellos trabajaban en ese aparente desorden de butacas, música,
audífonos, e incluso uno que otro chismorreo de los integrantes de algunos
grupos, yo me fui saliendo del aula. Primero para respirar, luego para meditar
porqué me sentía tan “sin control del grupo” (como después algunos
administrativos señalaron), y luego para observar a la totalidad del grupo
mismo. Los directivos y administradores en general siempre mantenían una duda
clara y evidente: ¿qué hace afuera de su aula el profesor? Tanto en ellos como
en mí, moría la fantasía de control de los grupos. Sí, esa fantasía de la que
muchos nos colgamos. En parte ego, y quizás un conflicto de honorabilidad, en
parte miedo al caos. “¿Qué pensarán de mi los otros profesores, los directivos,
los prefectos, los estudiantes, por permitir esto?... ¿y si los padres no
entendieran lo que estoy haciendo?”, eran preguntas constantes en mi mente
mientras yo permanecía a fuera del aula y los muchachos trabajando. La verdad
es que si yo mismo no entendía lo ocurrido en clases, cuánto más complicado
sería para otro quizás entender.
Las teorías pretenden comprender
una realidad de un fenómeno, pero no son la realidad del fenómeno mismo en una
aplicación con variantes distintas a la cual se parió la teoría misma. Sabía
teóricamente lo que acontecía pero ninguna teoría me hablaba de mi miedo al
fracaso, a mi temor a la desacreditación social, grandes motores de mi
angustia. Sí, me daba miedo “perder el control del grupo”. A veces, no creía
que los muchachos estaban haciendo las tareas de clase y mucho menos que
estuvieran aprendiendo solos. Definitivamente no confiaba en ellos ni en su
forma de reaccionar ante lo que estaba siendo aprendido. No creía que la música
pop o electrónica, o la música rock escuchada en sus audífonos, pudiera
permitirles aprender. Como todo escéptico del constructivismo y como investigador,
mantenía siempre esas incredulidades latentes. No obstante, los resultados en
las evaluaciones constantes, sumativas y las finales, me arrojaban datos
distintos. Los jóvenes habían aprehendido una forma de acercarse a la
información; sí, definitivamente la gran mayoría de ellos, aprendió.
Sabía que toda tarea necesitaba
un monitoreo, una revisión, un apoyo pedagógico; pero en un principio, todo me
fue angustiante y la gran parte del proceso la viví en el límite de la puerta
del salón. Sólo en la medida en la que
me fui dando cuenta de mis miedos y a medida en que fui auto negociando con su
solución, me pude acercar a los subgrupos de trabajo y ser un verdadero
acompañante. Sí, ellos escuchaban electrónica, platicaban de repente de otras
cosas incluso cuando yo estaba presente, se encontraban fuera de la butaca,
pero siempre lograban sus tareas y la revisión de las mismas era demasiado
exitosa. Después de tres semestres la angustia desapareció por completo, junto
con los miedos internos acompañantes dentro de la dinámica de
enseñanza-aprendizaje.
Las nuevas tecnologías y la
inclusión de las redes sociales en las salas de clase no sólo parecen necesarias
sino además pretender ayudarnos a conectarnos de otra manera con los jóvenes. Los
educadores debemos reconocer una realidad de la vida social en nuestras lenguas,
el nivel real de la diastratia lingüística.
Ellos no hablan nuestra misma modalidad social de la lengua. Somos nosotros los
que debemos intentar conocer los códigos de sus modalidades sociolingüísticas.
De esta manera, las nuevas tecnologías pueden facilitar el reconocimientos de
los códigos de comunicación entre estudiantes y maestros. Las redes sociales
juegan un papel muy importante en la vida de los jóvenes. Las redes sociales
conforman una nueva modalidad sociolingüística desde donde los maestros podemos
enseñar recordando aquél dicho: “si no puedes con el enemigo, únetele”.
Claro, es natural la angustia introducidas por las nuevas tecnologías y el mundo virtual a las personas sin contacto
con ellas. Sin embargo, tenemos mínimo tres opciones: 1) Tratar de luchar
contra la realidad impuesta en la vida moderna. Sí, luchar en contra de sus
tecnologías y en contra de la vida virtual en el mundo virtual construido
gracias al recién denominado: “quinto poder”. 2) Permitir que los estudiantes
nos enseñen desde su mundo cómo debemos hablar su lengua y por lo tanto cómo
comunicarnos con ellos, una de las necesidades imprescindibles en la cuestión
de cualquier manejo grupal. Podemos permitir y reconocer nuestra sensación de
angustia y reconocer con ello que nuestra tradición educativa está muriendo
ante un nuevo concepto de inteligencia, y un nuevo concepto de aprendizaje.
Desde esta parte reconocemos nuestra inadaptabilidad a un mundo tecnológicamente
moderno y vertiginoso donde se generan día a día en la vida cotidiana (fuera de
lo escolar, en nuestra gran construcción de lo social) mentes con un manejo
nuevo de la hemisferidad cerebral; pero reconocemos ser capaces de evolucionar
también. Y por último, y quizás directamente ligada con el cambio de paradigma
de acción del segundo punto, la opción número 3) Recordar un poco el contenido
de la “Batalla de Troya”. Sí, reconocer que si desde la confrontación académica
no logramos la victoria implicada en la dinámica enseñanza-aprendizaje, debemos
utilizar las nuevas tecnologías y los programas ofertados por el mundo virtual
como “el Caballo de Troya”. Enseñar desde su lugar y con sus elementos, ese
lugar donde ya no sólo los jóvenes se esconden de una realidad perturbadora
sino además viven, el mundo virtual.
El siglo XXI muestra a un nuevo
docente. En una época anterior se construyó la idea falaz de que el maestro lo
sabía todo y desde ahí se erigía su honorabilidad social y el respeto a su
figura. El S. XXI nos muestra la ruptura del paradigma anterior y muestra la
gran ignorancia humana poseída también por los docentes y se abre la
posibilidad en donde los estudiantes también cobran una parte activa dentro del
conocimiento humano.
Todas las cosas nuevas siempre
amenazan lo establecido; amenazan la vida tal cual la conocemos y eso nos crea
angustia. La angustia es representante de muerte, de cambio, de deconstrucción.
Su motor es el miedo, perturbación que si bien nos domina y no nos permite
pasar sus límites, bien la manejamos a nuestro favor y conocemos lo posterior
al límite franqueado. Si superamos nuestros miedos, basados generalmente en lo
no conocido, conociendo todos sus elementos conformantes (del miedo), podemos
incorporar a nuestras vidas un nuevo panorama, una nueva visión de nuestra
propia vida. Llevando esto a la vida académica, podemos entender como natural
nuestra angustia ante las nuevas tecnologías y la inclusión del mundo virtual
al mundo de nuestra realidad social; pero también podemos superar el miedo
causante de angustia o bien podemos dejar que nos domine, que nos controle y
que no nos permita continuar nuestro propio aprendizaje de las cosas del mundo,
que debo recordar son las cosas conocidas de nuestra vida social histórica. Por
lo que negarnos a las nuevas tecnologías y a la inclusión del mundo virtual al
ámbito educativo, es negar nuestra propia construcción social; finalmente es
negar una parte de nosotros mismos, de lo que somos en el mundo.
Juan Sevilla G.
Didáctica teórica y práctica de la Creación Literaria.
CIDHEM
Cuernavaca, Morelos. Junio 2012.
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